?Est¨¢n hasta el padre!
Las tragedias de Debanhi y Mar¨ªa Fernanda son gotas en un caudal infausto: dos centenares de desapariciones han sido reportadas en Nuevo Le¨®n en lo que va de a?o
Las mujeres en M¨¦xico est¨¢n dolidas y hartas por la violencia que las acosa y mata. Est¨¢n hasta el padre de tener miedo, de ser v¨ªctimas, y de que las instituciones sean parte central del entorno que las desprecia y ataca. Est¨¢n incluso hasta el padre, me ha dicho una mujer, por supuesto, de que las cosas buenas sean identificadas con el progenitor ¨Cestuvo padr¨ªsimo el concierto¨C, y las malas con las progenitoras ¨Cvali¨® madres la fiesta¨C. Las mexicanas son un dolor vivo clamando que no las toquen, maten o desaparezcan.
Debanhi Escobar fue a una fiesta el 9 de abril en la zona metropolitana de Monterrey y lo siguiente que su familia supo de ella es que estaba desaparecida. Su imagen, sola e inerme en la noche en una carretera de Nuevo Le¨®n, estruja el coraz¨®n. La mera existencia de esa fotograf¨ªa, tomada por quien tendr¨ªa que haberla llevado sana y salva a casa, enardece el desasosiego de las mexicanas, que sienten en la piel ese desamparo a cualquier hora en cualquier calle de este pa¨ªs, retrato de la ruleta rusa que es para ellas vivir en M¨¦xico.
El 21 de abril, Debanhi fue encontrada muerta en un pozo en una finca que ya hab¨ªa sido inspeccionada no una sino varias veces, en el mismo lugar en que su familia denunci¨® que deb¨ªan buscarla. El Gobierno de Nuevo Le¨®n, famoso por su frivolidad, incluso en medio de la crisis por desapariciones de mujeres en ese Estado, dio el viernes confirmaci¨®n de que el cuerpo es de la estudiante neoleonesa, pero no puede explicar de manera convincente m¨¢s nada: ni por qu¨¦ no la encontraron viva o antes, ni por qu¨¦ muri¨® la chica de 18 a?os.
Debanhi Escobar desapareci¨® en las mismas fechas en que fuera encontrada, asesinada en una finca de Apodaca, Mar¨ªa Fernanda, otra joven que en Nuevo Le¨®n sali¨® de su casa, pero no volver a ser vista con vida. Porque Debanhi y Mar¨ªa Fernanda son solo dos casos de desaparecidas, dos que tomaron notoriedad y cuyas muertes ser¨¢ respondida con marchas y protestas en estas horas, dos ejemplos del dantesco problema que engulle a las mujeres en M¨¦xico.
Las tragedias de Debanhi y Mar¨ªa Fernanda ¨Ccuya familia como la de la primera tambi¨¦n reaccion¨® con mayor diligencia que las autoridades, que siguen respondiendo bajo el decimon¨®nico paradigma de que las chicas desaparecen porque se van con el novio o se pelearon con sus padres¡ª son gotas en un caudal infausto: en Nuevo Le¨®n hasta el 15 de abril en 2022 hab¨ªan sido reportados dos centenares de desapariciones, casi la tercera parte de esos reportes corresponden a mujeres.
Nuevo Le¨®n est¨¢ entre las cinco entidades con m¨¢s desapariciones hist¨®ricas en M¨¦xico, y con sus 62 casos de mujeres reportadas como sustra¨ªdas de su entorno solo este a?o reflejan el problema estructural de desatenci¨®n e ineficiencia al buscar a esas personas. Los casos de Debanhi y Fernanda han mostrado la tardanza, desidia, burocratismo, inoperancia de protocolos que solo existen en papel, insensibilidad y, a final de cuentas, incapacidad institucional para atender con prontitud, empat¨ªa y ¨¦xito las denuncias.
Ambos casos han desnudado tambi¨¦n los pies de barro de la pareja de oropel que preside una de las entidades m¨¢s importantes y complejas del pa¨ªs. Samuel Garc¨ªa y su esposa Mariana Rodr¨ªguez, con quien el primero cogobierna (es un decir) enfrentan su primera crisis no medi¨¢tica. Luego de ganar en junio pasado, y de tomar posesi¨®n en octubre, y tras hacerse famosos por sus apariciones en la prensa del coraz¨®n o su man¨ªa por vivir la vida instagram, hoy tienen en la mesa dos expedientes de j¨®venes muertas en sus narices.
M¨¢s all¨¢ de su devoci¨®n por la frivolidad, a Garc¨ªa y a Rodr¨ªguez hay que reclamarles un hecho concreto: en Nuevo Le¨®n la realidad de las desapariciones no es nueva, la amenaza contra las mujeres tampoco, y ambos decidieron ratificar a las mismas autoridades estatales de justicia (es otro decir) que llevaban ya un sexenio. Y decidieron el a?o pasado no hacer de este tema su prioridad.
La err¨¢tica b¨²squeda oficial de Debanhi ha mostrado que la crisis de las y los desaparecidos es sist¨¦mica, que el fallo es transversal: todas las instancias resultan obsoletas o, en el mejor de los casos, insuficientes. Las tragedias de las mujeres desaparecidas, las de las asesinadas, y las de aquellas que perdieron la vida porque no tienen medios seguros para llegar a casa en la tercera d¨¦cada del siglo XXI han sacudido a Nuevo Le¨®n y convulsionar¨¢n a esa entidad y a M¨¦xico en semanas y meses por venir, pero esta hecatombe no se limita ni por mucho a una entidad de la rep¨²blica.
La semana pasada se difundi¨® el informe para M¨¦xico del Comit¨¦ de Naciones Unidas para las Desapariciones Forzadas, hecho que representa la buena noticia de que luego de demasiados a?os un Gobierno federal se abre a colaboraci¨®n internacional frente al problema humanitario que supone casi un centenar de miles de personas sustra¨ªdas por la fuerza de su hogar. En ¨¦l se subraya el incremento de casos de mujeres; e instancias oficiales nacionales alertan que, encima, mientras m¨¢s joven sea la persona reportada como no localizada, m¨¢s las probabilidades de que se trate de una adolescente o ni?a.
Ese es el contexto de los casos de Mar¨ªa Fernanda y Debanhi, localizadas, s¨ª, pero sin vida. Encontradas m¨¢s por la movilizaci¨®n y presi¨®n de sus familias, que toman la b¨²squeda en sus manos y piden ayuda en las redes sociales mientras el pasmo institucional balbucea que hay que esperar, que muchas chicas no volvieron por rebeldes, que por qu¨¦ sus amigas no acompa?aron a las desaparecidas, que por qu¨¦ andaban solas, que por qu¨¦ salen de noche, que por qu¨¦ beben en fiestas, que por qu¨¦ son mujeres¡.
La constante es la revictimizaci¨®n de quien fue objeto de acoso, discriminaci¨®n, envenenamiento, golpes, navajazos, violaci¨®n e incluso muerte. Lo mismo en un antro en Ciudad de M¨¦xico que en un concierto en el norte del pa¨ªs: las mujeres van a un lugar p¨²blico y acaban muertas como Sof¨ªa de 17 a?os en la capital mexicana o Ana Patricia, navajeada en pleno estrado de una tocada norte?a. Y son apenas un par de las tragedias registradas en los ¨²ltimos d¨ªas. Adem¨¢s de estos casos hay racimos de ataques m¨¢s.
Frente a eso la respuesta social va en dos sentidos. Ellas han tomado la calle y las redes sociales. Su reclamo no va a cejar. Sobre todo porque mientras ellas reclaman que esa agenda se vuelva, l¨®gicamente, la m¨¢s importante, que instituciones y l¨ªderes se aboquen por fin y sin cesar a resolver esta emergencia, las prioridades de los pol¨ªticos y empresarios est¨¢n en otro lado, en la politiquer¨ªa y en un business as usual de una realidad donde las mujeres, para empezar y sin que importune a nadie, padecen discriminaci¨®n.
Porque la realidad medi¨¢tica son las mesas de opini¨®n en televisoras y radio donde monopolizamos espacios los hombres, incluso cuando el tema de esos debates es sobre la situaci¨®n de las mujeres. Congresos y paneles de acad¨¦micos o negocios donde la paridad de g¨¦nero es una mala broma ¨Ccuando mucho se busca incluir en paneles a una mujer para romper el club de Toby, no para reconocer su talento o pertinencia en el debate.
La disparidad salarial es otra realidad que las violenta en cada jornada, y la ausencia de mujeres en los puestos de liderazgo un reflejo de que la equidad es un discurso que cuando mucho se aplica en los niveles masivos de alguna organizaci¨®n o actividad, pero la punta de la pir¨¢mide gerencial est¨¢ vedada para 9 de cada 10 de ellas.
Y en estos a?os de pandemia se han perpetuado esas discriminaciones estructurales. Ellas fueron en M¨¦xico las que m¨¢s perdieron empleos desde 2019, las que se ten¨ªan que encargar de atender a los hijos recluidos y ayudarles con la escuela a distancia, las que habr¨ªan de cuidar a los viejos, ¡°as¨ª es la tradici¨®n, as¨ª nuestra cultura¡±, se escuchaba demasiadas veces desde el poder, un mensaje transparente de: encad¨¦nenlas al hogar, cancelen sus sue?os y libertad. Que se jodan.
Y, por supuesto, la violencia. Las cifras liberadas esta semana por el INEGI con respecto de la percepci¨®n de la inseguridad se pueden y deben interpretar en clave de una realidad puntual: si ellos se sienten amenazados, lo que ellos perciben ni remotamente es similar a lo que a ellas les escuece la piel al pensar en salir a la calle, en acudir al mercado, en usar el transporte p¨²blico: brecha que las victimiza a¨²n m¨¢s. Como bien destac¨® el especialista Alejandro Hope en El Universal el jueves, el miedo en M¨¦xico se conjuga en femenino.
No est¨¢n locas: ese miedo lo han aprendido desde ni?as, amenazadas en casa y fuera de ella. No son hist¨¦ricas: sus testimonios, despreciados por instituciones ¨Cdesde la familia, la iglesia, la escuela y, por supuesto, los gobiernos¡ª han probado que en la enorme mayor¨ªa de las ocasiones sus reclamos ten¨ªan sustento, pero nadie, salvo ahora entre ellas, les crey¨® cuando denunciaron ser violentadas. No se van a calmar: no se resignar¨¢n a que las maten mientras gobernantes son estrellas de Instagram o de ma?aneras sin solidaridad ni respuestas.
Descansen en paz Debanhi y Mar¨ªa Fernanda. No debieron morir. Ni as¨ª ni ahora. M¨¦xico est¨¢ en deuda con ustedes. Y si una esperanza queda en medio de esta gran tristeza es que no est¨¢n solas. Las mexicanas las abrazar¨¢n en el recuerdo y en una lucha que no cejar¨¢ hasta que cada hija de M¨¦xico pueda ir adonde le d¨¦ su chingada gana sin correr ni un segundo de peligro por causa de un mexicano. Ellas est¨¢n hasta el padre de esta situaci¨®n y no lo tolerar¨¢n m¨¢s.
Suscr¨ªbase aqu¨ª a la newsletter de EL PA?S M¨¦xico y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este pa¨ªs
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.