Tiempo y Destiempo
Ser¨¢ por la olla del calor que derrite neuronas y alarga los tiempos como relojes pintados por Dal¨ª, pero estas l¨ªneas se distraen en la contemplaci¨®n oscilante del tiempo como quien mira por el fondo de una botella de agua tibia
En Espa?a es com¨²n decir que son las ocho menos diez para indicar las siete horas con cincuenta minutos, que por el contrario, en M¨¦xico son normalmente se?aladas como ¡°diez para las ocho¡±. El madrile?o o murciando que indica la hora menos los minutos que faltan para su llegada da por hecho que esa hora es una cita inaplazable, mientras que en la Ciudad de M¨¦xico hay miles de sobrevivientes de terremotos y dem¨¢s desgracias que no pueden dar por hechas las horas para las que a¨²n faltan y est¨¢n pendientes de cumplirse los minutos que las preceden.
Es de caballeros subrayar que llegar a tiempo implica no solo tardarse en cumplir una cita, sino tambi¨¦n evitar llegar con antelaci¨®n. Llegar a tiempo ser¨ªa entonces sin¨®nimo de estar puntualmente a la hora se?alada y esos minutos que se mientan como pendientes no son m¨¢s que una nebulosa impalpable de lo incierto. Luego est¨¢n las legiones que seguimos marcando las horas en cuadr¨ªculas jornaleras, medir las veinticuatro horas de cada d¨ªa incluso en nombrarlas por d¨ªgitos: las veinte con veinte, las veintid¨®s treinta, etc¨¦tera. No pocos j¨®venes desconocen este sistema y recurren al intento de c¨¢lculo o al telefonito para traducir las centenas en guarismos digeribles y en los Estados Unidos de Norteam¨¦rica (o en el mundo del cine de Hollywood) es ya lugar com¨²n considerar de ¡°uso exclusivo del ej¨¦rcito¡± o de los din¨¢micos enredos del espionaje el uso de las once horas de la noche como ¡°eleven hundred¡±.
Ser¨¢ por la olla del calor que derrite neuronas y alarga los tiempos como relojes pintados por Dal¨ª, pero estas l¨ªneas se distraen en la contemplaci¨®n oscilante del tiempo como quien mira por el fondo de una botella de agua tibia. Los autobuses parecen serpentear las calles de manera chiclosa, los turistas llevan ventiladores en la visera de sus gorras, el pavimento tortura las patas de los perritos falderos y se eleva por doquier un ligero aroma de transpiraciones ajenas que honra al culto del sobaco y redefine la palabra axila. Huele a sudor el que llega tarde o a destiempo y la dependienta que intenta cerrar anticipadamente el mostrador de sus ventas; huele a sudor el anciano inc¨®lume que dormita en la banca de un parque que est¨¢ a punto de dejar de ser p¨²blico, pues cierra sus puertas ante el ardor de las ramas, el peligro de incendios forestales en pleno jard¨ªn o el contagio de desmayos y ca¨ªdas por puro golpe de calor.
Surge entonces la duda met¨®dica de querer ser puntual en la cocci¨®n y env¨ªo de p¨¢rrafos que ¡ªen otras condiciones clim¨¢ticas¡ª se cuajar¨ªan con rapidez y puntualidad. El punto de la estilogr¨¢fica parece retrasarse y la prosa cr¨®nica quiz¨¢ se vuelve m¨¢s reflexiva y, por ende, deprimida ante un sinsentido profundo de los tiempos que vivimos y los destiempos que nos aquejan, los retrasos que incluso alivian y la puntual cronometr¨ªa de las estupideces y abusos c¨ªclicos que nos asedian incluso en la sombra demencial del calentamiento global, poco a poco, as¨¢ndonos como proped¨¦utico a los futuros congelamientos de confinamientos rotativos para que volvamos a perder el sentido a?ejo del tiempo.
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