La mudanza de Bryan Col¨¢geno y el masoquismo mexicano
Nuestra historia sucede (est¨¢ sucediendo) en Guadalajara, pero me parece que puede ser extrapolada a cualquier punto de nuestra geograf¨ªa. Porque somos como somos y lo sabemos

Soy mexicano. Entiendo que solicitar un servicio en este pa¨ªs, cualquier servicio, ya sea ofrecido por una megaempresa o por una familiar y diminuta, equivale a ponerse en manos del azar. O, de plano, tentar a la aventura. Aun as¨ª, lo que est¨¢ sucediendo con mi mudanza ha rebasado todas mis (ya elevadas) expectativas. Nuestra historia sucede (est¨¢ sucediendo) en Guadalajara, pero me parece que puede ser extrapolada a cualquier punto de nuestra geograf¨ªa. Porque somos como somos y lo sabemos.
Debo confesar que me asombr¨¦ un poco cuando el gerente de la empresa que contrat¨¦ para mover un par de camas desde mi estudio a mi casa (como parte de una operaci¨®n de reacomodo de muebles mayor, que no viene al caso detallar) me envi¨® el nombre del operador de los s¨¢bados, que estar¨ªa encargado del servicio. ¡°Bryan Col¨¢geno¡±, dec¨ªa el contacto telef¨®nico. ¡°?l va a atenderlo. Cualquier problemita, el muchacho lo resuelve¡±, prometi¨® el gerente. No me atrev¨ª a cuestionar el origen del apodo, si es que lo era, y acept¨¦ la llegada de Bryan Col¨¢geno a mi vida tal y como los h¨¦roes de las tragedias griegas recib¨ªan los golpes del destino: con un escalofr¨ªo y un nudo en la garganta.
La unidad de la mudanza deb¨ªa llegar a las 2 de la tarde al punto de encuentro. Bryan Col¨¢geno, muy servicial, llam¨® media hora despu¨¦s de ese t¨¦rmino para informar que el cami¨®n se encontraba camino a Santa Anita, en la direcci¨®n opuesta y alej¨¢ndose. ¡°Traemos otro jale, pero nom¨¢s descargamos y nos lanzamos con usted, jefe¡±, dijo con voz segura y juvenil. Avanz¨® el reloj. Ser¨ªan casi las 4 cuando le pregunt¨¦ en qu¨¦ punto de progreso iban sus maniobras. ¡°Terminamos, jefe, nom¨¢s estamos ech¨¢ndonos un taquito porque apret¨® el hambre¡±. As¨ª descubr¨ª una de las caracter¨ªsticas m¨¢s destacadas del alma de Bryan Col¨¢geno: es uno de esos tipos duros que no proporcionan ninguna clase de informaci¨®n hasta que se les requiere por ella. Como ya estaban, ¨¦l y los cargadores, por finiquitar el almuerzo, me avis¨® que en cosa de media hora llegar¨ªa, al fin, la unidad.
Huelga decir que eso no ocurri¨® y volv¨ª a comunicarme a eso de las 5 con el joven Col¨¢geno para solicitarle actualizaciones. ¡°?C¨®mo que no han llegado con usted, jefe! Yo ya estoy en la central y ven¨ªa de donde mismo¡±, dijo, al parecer consternado. Ah¨ª me enter¨¦ de que el encargado de mi mudanza no iba a estar presente en la misma. ¡°Orita se los pongo en l¨ªnea¡±, gru?¨®. Y, con presteza, enlaz¨® la llamada con el sistema de intercomunicaci¨®n de la empresa. Respondi¨® otra voz no menos juvenil. ¡°?D¨®nde andas?¡±, indag¨® Col¨¢geno. ¡°Ya voy llegando a la central¡±, notific¨® el operador. Sobrevino el caos. Col¨¢geno y su contraparte se dijeron cosas como ¡°?Baboso!¡± y ¡°?No: baboso t¨²!¡±. El operador instruy¨® al colega para que, ahora s¨ª, se dirigiera a mi casa y me facilit¨® su tel¨¦fono para estar en comunicaci¨®n directa. ¡°El Pinche Cristian¡±: eso dec¨ªa el contacto que me hizo llegar. ¡°Esta gente se tiene mucha confianza entre s¨ª¡±, pens¨¦.
El Pinche Cristian era otro tipo duro. Lo supe porque no contest¨® ning¨²n mensaje a lo largo de una hora. Y como tampoco apareci¨® en mi puerta, pues llam¨¦ a Col¨¢geno. ¡°Orita nos enlazo¡±, brinc¨® ¨¦l, todo dinamismo. ¡°?D¨®nde andas?¡±, pregunt¨® a El Pinche Cristian cuando tuvo a bien tomarle la llamada. ¡°Ya voy llegando a la central de nuevo¡±. A m¨ª se me hel¨® la sangre. En medio de las mutuas acusaciones de ¡°?Baboso!¡± y ¡°?No: baboso t¨²!¡± qued¨® claro que Col¨¢geno hab¨ªa enviado mal las se?as de la recolecci¨®n de los muebles y le dio a El Pinche Cristian la ubicaci¨®n en donde deb¨ªan ser entregados y no la que correspond¨ªa. Como all¨¢ no hab¨ªa nadie, El Pinche Cristian decidi¨® volver al punto inicial sin tomarse la molestia de preguntar. La central estaba al otro lado de la ciudad, desde luego. Ya no ten¨ªa caso esperarlo.
¡°No se apure, jefe, que ahorita le consigo otra unidad¡±, ataj¨® Col¨¢geno, porque yo estaba a punto de poner en mis oraciones a todos sus ancestros. Y uni¨® a la llamada a un nuevo operador. ¡°?Yordi? Qu¨¦ onda, qu¨¦ haces¡±. ¡°Ando viendo la tele en mi casa¡±, acept¨® el aludido. ¡°Necesito que te lances ¡°en fa¡± a hacer un servicio¡±. Recib¨ª esta vez, el contacto de ¡°Yordi Muebles¡± y la promesa de que en menos de veinte minutos lo tendr¨ªa a disposici¨®n.
Pas¨® media hora m¨¢s antes de que fuera evidente que eso no iba a ocurrir. Le marqu¨¦ a Col¨¢geno, quien ya daba muestras de angustia. ¡°Nunca me hab¨ªa pasado esto, jefe¡±, confi¨®. ¡°Pero va a ver que queda todo y hasta con un descuento¡±. Localiz¨® al gerente para informarle la situaci¨®n. El hombre nom¨¢s resoplaba. ¡°Es que esto no es justo, hijo. Estas cosas las paga el negocio¡±, se lament¨®. As¨ª me enter¨¦ que Col¨¢geno era el heredero y el gerente, en realidad, el due?o y su padre. ¡°Resuelve, por favor¡±, sentenci¨® el hombre y cort¨®.
Col¨¢geno volvi¨® a comunicarnos con Yordi Muebles. ¡°?D¨®nde andas, carnal?¡±, pregunt¨®, esperanzado. ¡°Ando viendo la tele en mi casa¡±, contest¨® Yordi, quien no hab¨ªa movido un m¨²sculo. Se escuch¨® un grito ahogado. ¡°?Baboso!¡±, ¡°?No: baboso t¨²!¡±, etc¨¦tera.
¡°Yo me lanzo ahorita con un chal¨¢n, jefe. Y le resuelvo¡±, ofreci¨® Col¨¢geno, heroico, cuando Yordi Muebles cort¨® la llamada. Consult¨® los mapas virtuales y concluy¨® que en un periquete llegar¨ªa a mi estudio. ¡°Para que se asegure, le comparto mi ubicaci¨®n en tiempo real¡±. Y as¨ª lo hizo. Nunca hab¨ªa seguido el avance de un auto en un mapita con tal inter¨¦s. Bryan Col¨¢geno se puso en marcha en la direcci¨®n apropiada. Avanzaba con velocidad. Sucedi¨® entonces lo m¨¢s maravilloso del d¨ªa. El veh¨ªculo se pas¨® del sitio donde deb¨ªa dar vuelta y tom¨® camino por el Anillo Perif¨¦rico. No hay sem¨¢foros all¨ª. El veh¨ªculo prosigui¨® hasta alcanzar una carretera y se perdi¨® por los campos. La ¨²ltima vez que se registr¨® su ubicaci¨®n, ya andaba por llegar al Lago de Chapala. A m¨ª, de plano, me dio un ataque de risa.
El due?o-gerente-padre se puso el susto de su vida cuando le avis¨¦ que eran las 10 de la noche y mi mudanza no se hab¨ªa consumado. ¡°Ma?ana a las 9 de la ma?ana estamos en su casa¡±, se comprometi¨®. ¡°No s¨¦ qu¨¦ les pas¨® a estos muchachos, pero no hay derecho. No voy a cobrarle un centavo¡±.
He de decir que esta vez todo se cumpli¨® al dedillo. El domingo, con apenas cinco minutos de retraso, Bryan Col¨¢geno y El Pinche Cristian aparecieron en mi estudio. Jovenc¨ªsimos, ¨¢giles, expertos, con unas caras de cansancio o de resaca m¨¢s bien inocultables. Bryan era de la edad de mis hijos, pero habl¨® como si fuera un caballero andante en pos de defender su palabra a cualquier precio. ¡°Anoche se complic¨® jefe. Pero de que cumplimos, cumplimos. Ahora va a ver¡±. Tardaron menos de media hora en cargar la unidad con mis cachivaches y nos fuimos con direcci¨®n a mi casa, raudos y animados.
¡°D¨¦jenos invitarle un tejuino, jefe, para que nos disculpe¡±, declar¨® Bryan a las dos cuadras. Y se fren¨®. Bajamos de la unidad a beber tejuino enfrente del consulado americano. Lleg¨® el momento de las confidencias. ¡°Mi peor d¨ªa en esta chamba fue cuando mudamos a una muchacha muy guapa y result¨® que se estaba robando las cosas de un departamento amueblado¡±, relat¨® Col¨¢geno, con la mirada fija en el horizonte. A m¨ª me apuraba terminar con el tr¨¢mite de una vez, pero Bryan y Cristian sab¨ªan que ante ellos se extend¨ªa un domingo entero, agotador e infinito a la vez, y sus vidas no deb¨ªan limitarse al trabajo. ¡°?No se le antoja un aguachile, jefe? Nosotros se lo disparamos¡±, me propusieron. Declin¨¦, por supuesto. Si no, andar¨ªamos camino a Chapala.
En fin. Los muebles ya est¨¢n en su sitio. Y Bryan y Cristian siguen empe?ados en sus mudanzas sin fin, por toda el ?rea Metropolitana de Guadalajara. Ustedes pensar¨¢n, quiz¨¢, que este es un texto de denuncia. Nada de eso. Soy mexicano. Tengo algo irrenunciablemente masoquista en m¨ª. El pr¨®ximo martes, los muchachos me mandar¨¢n otra unidad para mover unos muebles que necesito llevar a otra parte. Habr¨¢n cumplido un d¨ªa despu¨¦s de lo acordado, pero cumplieron, al final, como los grandes. Con honor. Y hasta me regalaron el tejuino.
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