Barroter¨¢n, el pueblo minero que se convirti¨® en cementerio
Una explosi¨®n de gas acab¨® con la vida de 153 obreros en 1969, la mayor tragedia de la miner¨ªa en Coahuila de los ¨²ltimos 100 a?os. A partir de entonces inici¨® un registro solvente de las v¨ªctimas
El trueno se escuch¨® por todo el pueblo. La lengua de fuego ascendi¨® hasta el cielo como si quisiera devorar las nubes. Despu¨¦s, solo confusi¨®n y humo: una enorme columna negra que se levantaba sobre la boca de las minas de Guadalupe. Era 31 de marzo de 1969 y en Barroter¨¢n una explosi¨®n de gas acababa de matar a 153 hombres. Fue la mayor tragedia minera de los ¨²ltimos 100 a?os en la regi¨®n carbon¨ªfera de Coahuila; la que empez¨® a atraer las miradas sobre esta tierra donde al carb¨®n se le llama rojo por la sangre que se derrama para extraerlo; la que provoc¨® que se iniciara un registro m¨¢s s¨®lido sobre las v¨ªctimas. Un lugar asociado para siempre con el mineral y la muerte, que estos d¨ªas en los que 10 obreros permanecen sepultados en el fondo de un pozo en Sabinas, a apenas media hora de distancia, resurge en la memoria y la conversaci¨®n.
¡°Me acuerdo cuando explot¨®. Viv¨ªamos all¨¢ en el Barrio Cuatro y o¨ªmos un sonido muy feo. Mi hermano andaba de [turno de] primera y mi pap¨¢ en el segundo. A mi pap¨¢ le toc¨®. Sal¨ª para la mina, se miraba un humo negro en esa direcci¨®n. Si vieras c¨®mo dur¨® eso¡ los se?ores quedaron abajo de la tierra o murieron quemados¡±, recuerda Modesta Araceli Robledo (61 a?os) una tarde calurosa de agosto. Ella solo ten¨ªa ocho a?os cuando ocurri¨® el accidente. Su padre, Sixto Robledo, fue uno de los fallecidos. ¡°A mi pap¨¢ lo sacaron el cuarto d¨ªa. Mi hermano qued¨® un d¨ªa entero esperando en la mina con chorros de gente que se junt¨®. Cuando los sacaron fue en cajas. Si vieras qu¨¦ mal se puso mi mam¨¢, llore y llore¡±.
Un ¨²nico abanico serv¨ªa para ventilar dos enormes minas que acababan de ser conectadas por una galer¨ªa. Aunque no est¨¢ claro qu¨¦ fue lo que caus¨® el estallido, la hip¨®tesis m¨¢s extendida apunta a que el encargado de medir los niveles de gas encendi¨® una l¨¢mpara de aceite y su chispa desencaden¨® el fuego. Todos los cuerpos se rescataron completos, menos el suyo, que se encontr¨® mutilado, cuenta Omar Ballesteros (26 a?os), que vive desde siempre en Barroter¨¢n y forma parte de Familia Pasta de Conchos, una organizaci¨®n que lucha por hacer respetar los derechos laborales de los mineros.
La cruz se recorta contra un sol de plomo fundido all¨¢ en lo alto del cerro. A sus pies, las ruinas de lo que una vez fueron las minas de Guadalupe son poco m¨¢s que polvo y escombros, restos de basura y unos cuantos arbustos con espinas como aguijones. Una enorme tumba colectiva coronada por un ¨²nico crucifijo. El lugar donde antes se encontraba la boca de la explotaci¨®n de carb¨®n est¨¢ a menos de 20 metros de la carretera principal del pueblo. Los coches pasan y los vecinos miran con extra?eza a los forasteros que sacan fotos de lo que ahora solo es un terreno bald¨ªo.
Barroter¨¢n nunca volvi¨® a ser el mismo. En la memoria colectiva, dej¨® de ser un pueblo para convertirse en un cementerio, en un enorme homenaje a los mineros ca¨ªdos, con estatuas y rotondas en su honor. La tragedia fue de tal magnitud que la edici¨®n espa?ola de la revista Life la llev¨® en su portada, con el titular El infierno de Barroter¨¢n y la fotograf¨ªa de uno de los mineros que particip¨® en el intento de rescate, con la cara ennegrecida de carb¨®n y una expresi¨®n perdida en el rostro. ¡°Creo que la explosi¨®n es un emblema [del lugar], desgraciadamente. Ha marcado mucho la historia, la gente lo recuerda casi casi presumiendo. Pasan y pasan los a?os y los familiares siguen sintiendo su dolor¡±, explica Ballesteros.
Ballesteros arremete contra la narrativa que se instal¨® en el pueblo, los lugares comunes que ensalzan el orgullo minero y ven el carb¨®n como una identidad colectiva, sangre de su sangre. Dice que los empresarios de la regi¨®n se aprovechan de ese relato. Es m¨¢s f¨¢cil hablar de h¨¦roes que se sacrifican por su comunidad que de v¨ªctimas de la pobreza. ¡°No mueren por el carb¨®n, mueren por las p¨¦simas condiciones de trabajo¡±, remata. ?l, en contra de la probabilidad que sentencia a los hombres j¨®venes de la zona a los pozos, siempre se ha resistido a bajar a la mina. Bromea y dice que su cuerpo, de complexi¨®n fina, no se lo permitir¨ªa. Pero se ha ganado la vida hasta ahora en la dureza de las maquilas y con lo ahorrado est¨¢ estudiando comunicaci¨®n audiovisual. Quiere ser cineasta, poder rodar pel¨ªculas en Coahuila, porque cuando lee realismo m¨¢gico piensa en su tierra, en que aqu¨ª podr¨ªan contarse historias incre¨ªbles.
La realidad es que las tragedias se repiten en esta tierra con asiduidad traum¨¢tica. Un etc¨¦tera sangrante. En 2001, 12 hombres fallecieron en el pozo la Morita, tambi¨¦n por una explosi¨®n de gas. Lo mismo sucedi¨® en 2006 en Pasta de Conchos, donde murieron 65 obreros, y 63 de sus cuerpos siguen sin ser recuperados. En junio de 2021, siete personas nunca salieron de las galer¨ªas por culpa de un derrumbe en M¨²zquiz. El ¨²ltimo caso sucedi¨® este 3 de agosto en un pozo de Sabinas. Las labores de rescate de los 10 jornaleros contin¨²an y las familias esperan, contra todo pron¨®stico, volver a verlos con vida, casi dos semanas despu¨¦s del desplome. Son solo algunos de los ejemplos de una regi¨®n que ha visto morir a m¨¢s de 3.100 mineros desde que empez¨® a extraer carb¨®n, en el siglo XIX, de acuerdo con el recuento que llevan los familiares de las v¨ªctimas. El 99% del mineral que compra la CFE (Comisi¨®n Federal de Electricidad), organismo clave en la reforma el¨¦ctrica que quiere realizar el presidente Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador, proviene de Coahuila.
La explosi¨®n de Barroter¨¢n no solo acab¨® con la vida del padre de Modesta Araceli Robledo. Tambi¨¦n la conden¨® a una vida en la pobreza m¨¢s absoluta. Ella, cuatro hermanas y un hermano viv¨ªan con su madre en una casa comprada a la empresa estatal que explotaba la mina, la Compa?¨ªa Minera de Guadalupe. Cuando su progenitor falleci¨® todav¨ªa no hab¨ªan acabado de pagarla. Uno de los encargados, Pablo Guzm¨¢n, las expuls¨® de la residencia con amenazas y extorsiones. ¡°Mi mam¨¢ estaba desesperada¡±, recuerda Robledo.
La mujer, sola y al cuidado de seis hijos, tuvo que buscarse la vida como pudo, a veces sirviendo en casas pudientes, otras pidiendo limosna en los barrios ricos de Sabinas. Consiguieron comprar otra residencia en Barroter¨¢n, donde Robledo todav¨ªa vive. La casa se cae a cachos, las vigas est¨¢n desportilladas y las paredes tienen brechas que amenazan toda la estructura. Robledo no tiene ingresos, ya no puede trabajar. Sus piernas son m¨¢s hueso que carne y en las manos y las rodillas tiene unos enormes nudos por la artritis. Ya solo puede contar su historia, se?alar a los culpables y esperar que alguien la escuche.
Todos los vecinos de Barroter¨¢n lo suficientemente viejos para recordar la explosi¨®n tienen su propia historia de p¨¦rdida. Mar¨ªa Pecina naci¨® en 1942 y para 1969 ya se hab¨ªa casado con Marcial Hern¨¢ndez y parido a seis hijas. Es la ¨²nica viuda que todav¨ªa vive. Cuando ¨¦l muri¨® en la mina, la m¨¢s peque?a solo ten¨ªa dos semanas. ¡°Sali¨® de la casa, pero ya no volvi¨®. No me gustaba que trabajara ah¨ª, pero no hab¨ªa otro trabajo¡±, dice. Ella tuvo que salir adelante vendiendo comida por las calles y con los 20.000 pesos (menos de 1.000 euros) que recibi¨® de indemnizaci¨®n. Con el tiempo se volvi¨® a casar, con Gilberto Sandoval, un hombre que se salv¨® aquel 31 de agosto del 69 por unas horas. Iba a entrar a las galer¨ªas en el siguiente turno. Despu¨¦s del accidente, todav¨ªa trabaj¨® dos a?os m¨¢s en la misma mina que fue la tumba de sus compa?eros, junto a los supervivientes y los hijos de los fallecidos.
Rogelio Ibarra ten¨ªa 18 a?os y nunca quiso ser minero. A ¨¦l le gustaba trabajar en la tranquilidad de su rancho. Pero ten¨ªa una hija de un a?o y otra ven¨ªa en camino. Hab¨ªa que ganarse el pan. El primer d¨ªa que baj¨® a la mina fue el 31 de marzo de 1969. Nunca volvi¨® a subir. Pas¨® el tiempo y el duelo, su mujer se volvi¨® a casar y tuvo otra hija, Marisela Alfaro (50 a?os), que ahora narra la historia. ¡°Mi madre contaba que ese d¨ªa se despidi¨® de ella como que ya present¨ªa. La abraz¨®, andaba muy raro y le dijo: te encargo a las ni?as. Y ya fue la ¨²ltima vez que lo vio. Se oy¨® un trueno as¨ª bien recio y toda la gente gritando y corriendo¡±, evoca.
El ¨²ltimo cuerpo sali¨® de la mina un mes despu¨¦s de la explosi¨®n. A las familias les entregaron los restos en cajas de madera selladas, nunca pudieron volver a ver sus rostros. Fue el inicio del declive de Barroter¨¢n. Durante sus d¨ªas de gloria, la prosperidad del carb¨®n atrajo a gente de toda la regi¨®n a trabajar en las galer¨ªas. Abrieron decenas de tiendas, un casino, bares, salones. Hoy parece un pueblo fantasma, una postal del olvido donde reinan los negocios cerrados, las casas abandonadas hace a?os a medio derrumbarse. En la plaza del pueblo, hay una estatua dorada de una madre que recoge a su hijo, un minero muerto, entre sus brazos. Los nombres de todas las v¨ªctimas del estallido est¨¢n grabados en una placa junto a la inscripci¨®n: ¡°Hijo, ca¨ªste cumpliendo con tu deber¡±. Todos los 31 de marzo las familias llevan flores al lugar. En frente del homenaje queda un establecimiento que s¨ª sigue abierto: es una capilla funeraria.
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