Un hombre de la luz
En los cursos de David Huerta encontr¨¦ la literatura en estado puro, es decir, luminosa y viva y abierta a todo: una forma de estar y de existir en el mundo
Conoc¨ª a David Huerta hace casi treinta a?os. En 1993, ¨¦l impart¨ªa un curso anual para escritores emergentes ¨Cque se prolong¨®, una semana de cada noviembre, durante el resto del siglo XX¨C y fui invitado a unirme al grupo.
Aquellas sesiones son de las tres o cuatro cosas m¨¢s importantes que han ocurrido en mi vida. Gracias a ellas tuve la ordal¨ªa, la prueba final para decidir qu¨¦ iba a tratar de hacer con mi futuro, porque ah¨ª encontr¨¦ la literatura en estado puro, es decir, luminosa y viva y abierta a todo: una forma de estar y de existir en el mundo. David nos ense?¨® much¨ªsimo de libros y autores, de todas las artes, y tambi¨¦n (sorpresa, maravilla) del simple oficio de escribir, que ¨¦l siempre llam¨® un trabajo, con toda la humildad que requiere semejante palabra y todo el respeto que merece. Cada semana de nuestro curso se daba tiempo de redactar y entregar a tiempo su columna period¨ªstica; nunca fue arrogante ni presuntuoso a pesar de ser ya, desde entonces, uno de los grandes poetas de M¨¦xico, y un editor, traductor y ensayista de renombre, respetado y le¨ªdo.
Como sus otras labores, su magisterio se prolong¨® durante toda su vida, por varios pa¨ªses y en las universidades de la Ciudad de M¨¦xico (UACM) y Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico (UNAM). En esta ¨²ltima David dirigi¨®, hasta estos d¨ªas, una c¨¢tedra extraordinaria de poes¨ªa con el nombre de Octavio Paz. Tambi¨¦n segu¨ªa dando cursos por su cuenta: la semana pasada alcanz¨® a completar una sesi¨®n acerca del Quijote con un grupo que ten¨ªa. Se ve¨ªa bien, nos dijo hoy una alumna, y dio la clase como siempre. Esto significa que fue brillante, erudito, generoso. Toda la gente que haya aprendido de ¨¦l contar¨¢, en adelante, historias parecidas.
Hijo de Efra¨ªn Huerta, uno de los grandes poetas mexicanos del siglo XX, David sigui¨® sus pasos ¨Casumiendo de frente el riesgo que esto implicaba¨C y respondi¨® al desaf¨ªo creando una obra completamente diferente. Su primer libro fue El jard¨ªn de la luz (1972), inspirado en parte por la masacre de Tlatelolco en 1968, que David vivi¨® en carne propia, como uno m¨¢s de los estudiantes que se manifestaban en la Plaza de las Tres Culturas cuando el ej¨¦rcito empez¨® a disparar. La luz est¨¢ amenazada en esos poemas l¨ªmpidos y al mismo tiempo profundos, doloridos; esa inocencia perdida, sin embargo, regres¨® una y otra vez como asombro ante el universo, como afecto y curiosidad y compasi¨®n ante el lenguaje, la Historia y la especie humana. Fue otra luz: otras muchas luces de todos los colores y tonalidades, en el resto de su obra.
Van ejemplos: en Versi¨®n (1978) la luz es brillant¨ªsima, un reflector que ilumina la labor intrincada de un hombre que se encuentra con su tradici¨®n y su tiempo; en Incurable (1987), su libro m¨¢s extenso, la luz se vuelve negra, para mostrar a una conciencia y un cuerpo amenazados por la destrucci¨®n; L¨¢pices de antes (1994) y La m¨²sica de lo que pasa (1997), paseos por el final de siglo XX, tienen luces multicolores de pantallas y del Sol en numerosas latitudes; ¡°Ayotzinapa¡± (2014), poema escrito en recuerdo y protesta de otro crimen de estado ¨Cla desaparici¨®n de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Ra¨²l Isidro Burgos, cuyo destino a¨²n no se sabe con total certeza¨C, est¨¢ iluminado por llamas literales y llamas de rabia, que en aquel a?o fueron conocidas por todo el mundo mediante r¨¢pidas traducciones a varios idiomas.
La obra de David Huerta mereci¨® muchos premios, incluyendo, en 2019, el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. Cuando lo recibi¨®, David dio un discurso donde habl¨® de un ¡°poema conjetural¡± que es el de la especie humana: que creamos entre todos enlazando nuestras vidas. Ten¨ªa raz¨®n, aunque ahora se puede agregar que ver ese poema no era tan f¨¢cil. Deb¨ªa hacerlo alguien de enorme erudici¨®n y cualidades humanas: alguien de la luz, como ¨¦l, que adem¨¢s la comparti¨® siempre, tanto en sus clases y sus textos como en su vida diaria. En ella acompa?aba a su esposa, la gran narradora mexicana Ver¨®nica Murgu¨ªa, y (tuve ese privilegio) ambos llevaban a sus escuchas a charlar sobre gatos y Shakespeare, sobre el Siglo de Oro y el cine, sobre los males y los bienes de cada d¨ªa.
Intento ¡°procesar¡± la p¨¦rdida con las palabras de esta nota. Cuesta mucho. Pero es lo menos que quienes aprendimos de David Huerta podemos hacer ahora: difundir el recuerdo de esa vida y esa obra luminosas, para ayudar a que siga entre nosotros.
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