Bu?uel
Hace unas semanas se cumplieron cuarenta a?os de la muerte del gigante aragon¨¦s. La vida me concedi¨® seguir siendo fiel y agradecido a cada una de sus pel¨ªculas

La borrosa memoria quiere convencerme de que el hombre vest¨ªa una sotana negra con los 33 religiosos botones de rigor y que me vio acercarme con su mirada estr¨¢bica por encima de una leve sonrisa que mostraba la ligera separaci¨®n de sus dientes delanteros. Lo cierto es que el hombre llevaba un abrigo negro que le colgaba casi al tobillo, sin sonre¨ªr y menos cuando le lanc¨¦ la inteligent¨ªsima pregunta de ?Es Usted Luis Bu?uel?
Fue hace poco m¨¢s de cuarenta a?os y el entonces mejor de mis amigos (hijo de espa?oles y siempre m¨¢s inteligente y enterado que yo) me lo se?al¨® en la esquina de la calle de Patricio Sanz con la avenida F¨¦lix Cuevas. Fue ¨¦l quien me dijo que la sombra que iba por delante se llamaba Luis Bu?uel, gran director de pel¨ªculas de cine y un breve etc¨¦tera que bast¨® para que yo me atreviera a adelantarme, alcanzar al famoso antes de que entrase al supermercado DeTodo (donde dicen que Bu?uel comprada de todo¡incluso ropa) y no solo hacer uno de los primeros rid¨ªculos de los muchos que sumar¨ªa mi vida desde entonces, sino quedarme fr¨ªamente petrificado en cuanto el gigante del ojo vago me espet¨® con furia fingida ¡°?¡y t¨² no deber¨ªas estar en el colegio!¡±.
Durante los siguientes ¡ªpocos¡ªa?os que invert¨ª junto a ese amigo para hacernos hombres, fuimos espectadores m¨¢s que interesados en cada una de las pel¨ªculas que dirigi¨® Luis Bu?uel, tertuliando con otros amigos brillantes cada una de las tramas, los enredos de los di¨¢logos, la magia del blanco y negro, la belleza onanista de Silvia Pinal, la recreaci¨®n de La ?ltima Cena con ap¨®stoles indigentes o el discreto encanto de la hermosa espalda de Catherine Deneuve.
En particular, ¡ªya cuando port¨¢bamos nuestros primeros bigotes sobre el labio¡ªmi panda comandada por quien segu¨ªa siendo mi mejor amigo y gu¨ªa nos desvelamos no pocas horas en la sesuda discusi¨®n de todos los fantasmas de la libertad o el ojo rebanado de Un perro andaluz y le¨ªamos a Lorca de memoria y so?¨¢bamos con habitar la Residencia de Estudiantes en Madrid, entender cada l¨¢nguido trazo de un reloj pintado por Dal¨ª y luego, los d¨ªas que se multiplicaron en la vista y revista, discusi¨®n y recontradiscusi¨®n sobre las dos musas que interpretan un mismo papel en Ese oscuro objeto del deseo: que si una de ellas representaba la Libertad con may¨²scula y la otra era no m¨¢s que encarnaci¨®n de la culpa cat¨®lica que nos impon¨ªan a nosotros mismos en el colegio del que urg¨ªa emanciparnos. Incluso, alargu¨¦ con mi primo mayor Pedro F¨¦lix el divague de las dos actrices y luego, las primeras cervezas en torno a la necedad de acordar si era obscuro u oscuro el verdadero objeto de nuestro deseo y un largo etc¨¦tera que abult¨¢bamos con la constante demostraci¨®n de que ¨¦ramos ¨¢vidos lectores y escritores en ciernes y bla, bla, bla.
Nos acerc¨¢bamos a la so?ada emancipaci¨®n de la preparatoria cat¨®lica, apost¨®lica y romana ya m¨¢s que emBu?uelados y dando los primeros Kurozawas y Fellinis a nuestra cultura de las pantallas cuando se dio una de mis primeras madrugadas de insomnio (a invertirse desde entonces en libros, p¨¢rrafos propios y pel¨ªculas-muchas pel¨ªculas) que provocaron no sin bostezos mi urgencia por compartir con los ¡°intelectuales¡± de mi quinta el entusiasmo y detallada adrenalina que me hab¨ªa provocado Dead of Night (pel¨ªcula inglesa en blanco y negro, traducida como Al morir la noche) que hab¨ªan proyectado en Cine para Desvelados del otrora glorioso Canal 11. Se cagaban de la risa mis compas ante la ins¨ªpida visi¨®n de mi menda en piyama, galletitas y leche de chocolate, desvel¨¢ndome en el delirio de la peli que les contaba como ¡°antolog¨ªa hilada de cinco o seis cuentos de terror y misterio, tejidos y entretejidos como cinta de Moebius, met¨¢fora del Infinito¡ obra maestra que ?carajo, deber¨ªan verla todos! Es m¨¢s, deber¨ªamos verla juntos¡ pluma en mano y anotar cada uno de nosotros los hilos deslumbrantes de ese delirio¡ ?Obra maestra!¡±
Se siguieron burlando de mi descabellada adoraci¨®n de desvelado por esa pel¨ªcula que ellos mismos determinaban como in¨²til entretenimiento (sin haberla visto) y as¨ª pasaron meses que fueron acumul¨¢ndose en la suma de calificaciones, bigotes, ligues y noviazgos que poco a poco nos fueron separando del af¨¢n de mosqueteros que nos un¨ªa desde tempranas adolescencias y aunque seguimos con las peregrinaciones y excursiones fieles a la Cineteca o cineclubes que proyectaban cintas de calidad digna de ser madr¨¦pora hilada o heredada de la devoci¨®n por Bu?uel y dem¨¢s ap¨®stoles del gran cinema, cada uno en cada cual fue navegando o bogando en solitario y libremente por los primeros pasos de las diferentes universidades donde dej¨¢bamos de ser bachilleres y nos dejar¨ªamos de ver ya para siempre.
Hace unas semanas se cumplieron cuarenta a?os de la muerte de Luis Bu?uel. La vida me concedi¨® seguir siendo fiel y agradecido a cada una de sus pel¨ªculas, volverme disc¨ªpulo y deudor (porque me public¨® mi primer cuento en el extinto peri¨®dico Novedades) de Jos¨¦ de la Colina, quien fuera no solo cercano amigo, sino bi¨®grafo del gigante aragon¨¦s. Dejo para otra columna la hermosa an¨¦cdota con la que Bu?uel, al filo de su ¨²ltimo suspiro, se despidi¨® de Colina, pues ahora con estas l¨ªneas solo quiero saborear una deliciosa y dilatada venganza: que se enteren ¡ªest¨¦n d¨®nde est¨¦n¡ª mis sesudos compa?eritos de colegio que soy lector y relector de Mi ¨²ltimo suspiro, memorias que escribi¨® Bu?uel a cuatro manos con el gran Jean Claude Carri¨¨re, publicado al filo del tel¨®n final de su vida. All¨ª leo una vez m¨¢s y hoy mismo el p¨¢rrafo donde Luis Bu?uel asienta que ¡°Entre mis pel¨ªculas favoritas, situar¨¦ la inglesa Dead of Night, conjunto delicioso de varias historias de terror¡± que hoy mismo vuelvo a recomendar como si estuvi¨¦semos en recreo, en el mismo desvelo de la prolongada madrugada, donde quiero volver a la sala de un cine con los intactos amigos de anta?o como si no pasara nada ni el tiempo ni en el hilo del infinito que nos une desde que miramos de lejos, estando tan cerca, la sombra de un genio que parec¨ªa levitar con sotana de cura el contagio instant¨¢neo de toda la literatura y magia que venimos compartiendo desde entonces en p¨¢rrafos y pantallas ya para siempre.
Suscr¨ªbase aqu¨ª a la newsletter de EL PA?S M¨¦xico y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este pa¨ªs
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.