Juan Gabriel, el patriotismo del coraz¨®n
La m¨²sica represent¨® algo m¨¢s que una vocaci¨®n o un oficio para el Divo de Ju¨¢rez. Cantar y componer fueron su mandato, la forma de vida que le estaba reservada, el virus permanente y el f¨¢rmaco esencial, la dosis necesaria de sus d¨ªas. Juan Villoro escribe sobre el cantautor mexicano con motivo del estreno de su disco p¨®stumo ¡®M¨¦xico con escalas en mi coraz¨®n¡¯
Las leyendas tienen modesto origen. Alberto Aguilera Valadez naci¨® en 1950 en Par¨¢cuaro, Michoac¨¢n, en el seno de una familia campesina. A causa de un padecimiento mental, su padre fue llevado al hospital psiqui¨¢trico de La Casta?eda, en la Ciudad de M¨¦xico, donde tuvo un final que se desconoce. La madre emigr¨® con sus hijos a Ciudad Ju¨¢rez, que se convertir¨ªa en el escenario fundamental de un cantautor fascinado por las mezclas y los contrabandos culturales.
A los cinco a?os, Alberto fue llevado a un internado del que escapar¨ªa ocho a?os despu¨¦s. El futuro renovador de la m¨²sica popular sobrevivi¨® vendiendo artesan¨ªas de hojalata y burritos en compa?¨ªa de su madre y de su hermana. Porque nada ten¨ªa, lo quer¨ªa todo. La precariedad fue su combustible y la lucha contra los prejuicios, su incendio. Decidido a sacar fuerzas de su debilidad, se reinvent¨® como Juan Gabriel y cant¨® con desarmante sencillez: ¡°No tengo dinero ni nada que dar/ Lo ¨²nico que tengo es amor para dar¡±.
La cultura de masas se mide en estad¨ªsticas. ?C¨®mo no rendirse ante esta evidencia?: 1.800 canciones compuestas, 150 millones de discos vendidos, la mayor asistencia a un concierto en el Z¨®calo (350.000 personas), llenos en el Rose Bowl, el Hollywood Bowl, el Estadio Azteca y la Plaza M¨¦xico. Capaz de eternizar instantes, en 2005 el showman que no conoc¨ªa el descanso dio un concierto de cinco horas 33 minutos en el Auditorio Nacional.
Los bi¨®grafos buscan las claves privadas de las figuras p¨²blicas. En el caso de Juan Gabriel los sufrimientos y las privaciones estaban a la vista. La l¨ªrica amorosa surge de las heridas, del abandono, del cari?o que no fue correspondido. Era evidente lo que sent¨ªa y era innecesario saber por qui¨¦n lo hac¨ªa. ?Se trataba de un hombre o una mujer? ?Qu¨¦ orientaci¨®n er¨®tica lo defin¨ªa? Maestro de la ambig¨¹edad, el cantante volvi¨® innecesarias las definiciones sexuales: ¡°Lo que se ve no se pregunta¡±, dijo con aplomo. Al cantar, su amor fue evidente, descarado, irrestricto: no requer¨ªa de nombre propio porque abarcaba a todos.
Lo mismo se puede decir de su pasi¨®n por el canto. Cuando la directora de teatro Jesusa Rodr¨ªguez y su pareja, la cantante y compositora Liliana Felipe, recibieron una invitaci¨®n para pasar un fin de semana en casa de Juan Gabriel, pensaron que tendr¨ªan un sensacional atisbo a su vida privada (o por lo menos dom¨¦stica). Y, en efecto, conocieron al astro en su intimidad, lo cual significa que lo oyeron cantar en la casa, en el supermercado, en la cocina y en el coche. Convivieron con una persona invadida de m¨²sica, que no se daba tregua porque su relaci¨®n con el mundo inclu¨ªa una inagotable playlist.
La m¨²sica represent¨® algo m¨¢s que una vocaci¨®n o un oficio para Juan Gabriel. Cantar y componer fueron su mandato, la forma de vida que le estaba reservada, el virus permanente y el f¨¢rmaco esencial, la dosis necesaria de sus d¨ªas. No se preocup¨® en quedar bien con la tradici¨®n porque su ¨ªmpetu no admit¨ªa lecciones ni academias. De acuerdo con Carlos Monsiv¨¢is, logr¨® que la sinceridad se impusiera al refinamiento. ?Para qu¨¦ ser sutil si la pasi¨®n es verdadera?
La franqueza sin concesiones alej¨® a Juan Gabriel del miedo al rid¨ªculo (el reductor ¡°qu¨¦ dir¨¢n¡±) y le permiti¨® transformar el caos de las influencias en un estilo propio. Si el kitsch es una distorsi¨®n cursi de la elegancia, ¨¦l no se compar¨® con nada ni se someti¨® a otro sistema de medida que su intuici¨®n. As¨ª conect¨® con millones de personas. S¨®lo se universaliza lo que es irrepetible.
De manera parad¨®jica, su originalidad provino del deseo de escapar de su propia piel. Pero la metamorfosis de Alberto en JuanGa no elimin¨® su pasado como admirador de otros cantantes. En cada concierto cautivaba al p¨²blico, pero tambi¨¦n recordaba al muchacho que hab¨ªa sido y que recuperaba en escena. Era, al mismo tiempo, la celebridad y el fan.
Flashback: El imitador de s¨ª mismo
En la Argentina de los a?os sesenta un joven llamado Roberto S¨¢nchez era apasionado de la fonom¨ªmica, actividad opuesta al karaoke: pon¨ªa un disco y simulaba cantar con vistosos ademanes. Un d¨ªa el tocadiscos se descompuso y el histri¨®n cant¨® por su cuenta, con descomunal talento. As¨ª naci¨® Sandro de Am¨¦rica.
A?os m¨¢s tarde, en el cabaret Noa Noa de Ciudad Ju¨¢rez, Alberto Aguilera Valadez ofrec¨ªa un vasto rango de imitaciones, de Mar¨ªa F¨¦lix a su modelo favorito: Sandro. La teatralidad del argentino que declamaba con labios tr¨¦mulos ¡°yo te amo¡± se fundaba en un hecho ins¨®lito: de tanto copiar a los dem¨¢s, hab¨ªa creado su propio personaje.
Sandro se liber¨® de sus simulacros para ser el inagotable imitador de s¨ª mismo. El soci¨®logo Horacio Gonz¨¢lez escribi¨® al respecto: ¡°El simulador es quien le dice al mundo que la vida es triste y todos podemos ser actores imagin¨¢ndonos tener otra vida¡±.
Si Sandro era el novio excesivo ¨C¡°?Ah¨ª viene el fren¨¦tico!¡±, exclamaban sus seguidoras, conocidas como ¡°Las Nenas¡±¨C, JuanGa fue el novio imposible. Las mujeres pod¨ªan cortejarlo sin recato porque sab¨ªan que no les har¨ªa caso y los hombres mostraban ante ¨¦l la joter¨ªa esencial del machismo mexicano: ¡°?Dejo a mi esposa y te pongo departamento!¡±, le gritaban desde la enfebrecida galer¨ªa.
Tanto Sandro como Juan Gabriel alzaron un muro para proteger su vida privada; padecieron enfermedades que parec¨ªan el peaje de su intensa sensibilidad y murieron casi a la misma edad (Sandro a los 64, el Divo de Ju¨¢rez a los 66).
La incontenible seducci¨®n esc¨¦nica de JuanGa se apoy¨® en composiciones que conforman una enciclopedia del eclecticismo musical. Decir que fue ¡°vers¨¢til¡± es decir muy poco, pues no pasaba de un g¨¦nero a otro; los ejerc¨ªa al mismo tiempo. Fue nuestro indiscutible Rey H¨ªbrido. Creador de la balada ranchera, compuso rumbas texmex y cumbias con mariachi de discoteca; de manera a¨²n m¨¢s arriesgada, combin¨® en las letras el lamento del amor adulto (¡°yo jam¨¢s sufr¨ª, yo viv¨ªa muy bien¡hasta que¡ te conoc¨ª¡±) con la ternura de la canci¨®n de cuna (¡°eso me ense?¨® mam¨¢¡±).
El ¨²ltimo refugio de las tragedias amorosas es la figura materna: ¡°Su homenaje reiterativo al matriarcado en un pa¨ªs supermachista y hom¨®fobo lo encumbr¨®¡±, escribi¨® con acierto Elena Poniatowska.
La autenticidad vers¨¢til
Si Alberto Aguilera Valadez pod¨ªa tener limitaciones, Juan Gabriel surgi¨® para no tener ninguna. As¨ª cumpli¨® la consigna de nuestro m¨¢s exaltado poeta, Amado Nervo: fue ¡°arquitecto de su propio destino¡±.
Asumir otra identidad es un complejo desaf¨ªo de car¨¢cter. Relato una an¨¦cdota que podr¨ªa parecer una mera curiosidad de la industria del disco, pero que entra?a una sugerente moraleja. Durante un tiempo, el m¨²sico Diego Herrera, miembro del grupo Caifanes, se alej¨® de los escenarios para incursionar en la producci¨®n musical. La disquera donde trabajaba ten¨ªa los derechos de Juan Gabriel; sin embargo, por diversas complicaciones, el Divo de Ju¨¢rez llevaba a?os sin grabar. Para convencerlo de que volviera a los estudios, Herrera le propuso la edici¨®n de su vasto repertorio en cinco cajas de discos compactos que integrar¨ªan un bloque total de 25 obras, con un dise?o de Roger Gorman, que hab¨ªa trabajado con David Bowie en el proyecto Sound+Vision, por el que gan¨® un Grammy al mejor arte gr¨¢fico. La propuesta resultaba tentadora, pero JuanGa se limit¨® a decir: ¡°Lo voy a pensar, Fernando¡±. ¡°Me llamo Diego¡±, contest¨® el rockero convertido en productor. ¡°Hasta que vea resultados, te voy a decir Fernando¡±, sonri¨® el Divo.
Lo que parec¨ªa una travesura o un capricho era una ense?anza: el verdadero nombre no se recibe; se merece. Cuando los 25 discos estuvieron listos, al artista que sab¨ªa lo que vale crearse a s¨ª mismo dijo con entusiasmo: ¡°Gracias, Diego¡±.
Hay muchos modos de asumir una identidad. Los superh¨¦roes tienen una condici¨®n bipolar que los obliga a ser de dos modos extremos. Juan Gabriel encontr¨® la forma de asumir una identidad m¨²ltiple al servicio de una voz ¨²nica.
Por el impacto que han tenido en los oyentes, la m¨²sica popular mexicana reconoce a cuatro compositores esenciales: Agust¨ªn Lara, Jos¨¦ Alfredo Jim¨¦nez, Armando Manzanero y Juan Gabriel. Cada uno fue due?o de una personalidad inimitable, pero s¨®lo JuanGa merece el rango de monstruo esc¨¦nico, pues compon¨ªa para encarnar teatralmente sus canciones. Los gestos, las piruetas, los quiebres de cintura, los el¨¦ctricos ademanes contribuyeron a transformar su cat¨¢logo de estudio en epopeyas en vivo.
Sin llegar a los excesos de vestuario de Liberace o de Elvis en su ¨¦poca de Las Vegas, JuanGa encontr¨® una manera pop de ser mexicano; renov¨® las posibilidades de la taleguilla taurina y del pantal¨®n ranchero acampanado. Si la etiqueta charra se funda en un coqueto sentido de la masculinidad ¡ªel jinete con botones de plata¡ª, ¨¦l fue m¨¢s all¨¢; se despoj¨® de los pa?os oscuros y sali¨® a escena con ropas color merengue o helado de vainilla, como el caporal de un campo donde se cosechan flores azules.
Sus letras no fueron tan elaboradas como las de Lara ni tan citables como las de Jos¨¦ Alfredo, pero la hondura de su mensaje se incorpor¨® al sentido com¨²n. ?Qui¨¦n de nosotros no ha dicho alguna vez: ¡°?pero qu¨¦ necesidad? / ?para qu¨¦ tanto problema?¡±.
Nada de eso habr¨ªa sido posible sin una voz singular. Los grandes de la canci¨®n deben ser reconocibles. Jos¨¦ Jos¨¦, Lola Beltr¨¢n, Alejandro Fern¨¢ndez, Lucha Villa y Luis Miguel se han basado en la calidad de su voz, pero sobre todo en su tono personal. En ocasiones, ese timbre incluso permite que el artista desafine con estilo. Nadie canta a Bob Dylan como Bob Dylan.
El antiguo imitador de Ciudad Ju¨¢rez asumi¨® una tesitura tan aut¨¦ntica que pudo convertir cualquier pieza en una canci¨®n suya. Maestro de los tonos agudos, transform¨® el grito en melod¨ªa.
Respecto a las letras, el poeta Hern¨¢n Bravo Varela opina: ¡°Si el amor y el desamor son al mismo tiempo obsesivos e incomunicables, ?para qu¨¦ ordenar sus sensaciones, para qu¨¦ dotarlos de elocuencia? [¡] De ah¨ª que Juan Gabriel trabajara con materias residuales [¡] El sentido, ausente de muchos estribillos y coros, se revela en trabalenguas de gran econom¨ªa conceptual y torrencialidad emotiva: ¡®No s¨¦ por qu¨¦ realmente t¨² a m¨ª ya no me interesas¡¯, ¡®C¨®mo quieres t¨² que te olvide si est¨¢s t¨², / siempre t¨², t¨², t¨², siempre en mi mente¡¯, ¡®No tengo nada-nada-nada-nada-nada-nada-nada-nada, / que no, que no¡¯. La legibilidad y la ret¨®rica, parec¨ªa decirnos Juan Gabriel, son vanos empe?os de los que nada tienen que decir, f¨¢bulas para soportar el peso de las historias sin palabras¡±.
Quienes asistimos al concierto en Bellas Artes de 1990 fuimos testigos de un momento que pulveriz¨® los l¨ªmites entre lo culto y lo popular. Ante la Orquesta Sinf¨®nica Nacional, dirigida por Enrique Patr¨®n de Rueda, el artista capaz de hacer un medley con Toda la vida con, Twist and Shouts, y Qu¨¦ te pasa, rindi¨® tributo a los ¡°compositores divinos¡± que lo hab¨ªan precedido en esa sala y mencion¨® con naturalidad a sus colegas Mozart y a Beethoven. En el frenes¨ª de la m¨²sica que naci¨® para bailarse, la secci¨®n de cuerdas hizo girar sus contrabajos y el coro entrenado para entonar el Himno a la alegr¨ªa con letra de Schiller cant¨® Adi¨®s, amor. ?Es posible romper con toda jerarqu¨ªa art¨ªstica? Por supuesto, siempre y cuando la operaci¨®n se base en un criterio emocional. ?Puedes quejarte de que algo es cursi si te est¨¢ haciendo llorar? La respuesta se halla en una letra de nuestro gur¨² sentimental:
Te pareces tanto a m¨ª
que no puedes enga?arme.
Nada ganas con mentir.
Fui testigo de su cambiante manera de dominar al p¨²blico en palenques, el estadio de b¨¦isbol de Mazatl¨¢n y el Auditorio Nacional. Entre los variados formatos del seductor de multitudes mi memoria atesora un show en el centro nocturno Premier. JuanGa sali¨® al escenario acompa?ado de un pianista. A sus espaldas ca¨ªa un espeso tel¨®n. Con amabilidad, anunci¨® que estaba dispuesto a cantar lo que le pidieran a condici¨®n de que no fuera suyo. ¡°Es la noche de las complacencias¡±, dijo, y explic¨® que deseaba pagar tributo a los maestros que lo hab¨ªan precedido. A solicitud del p¨²blico, durante hora y media cant¨® a ?lvaro Carrillo, Guty C¨¢rdenas, Consuelito Vel¨¢zquez, Armando Manzanero, Agust¨ªn Lara, Jos¨¦ Alfredo Jim¨¦nez y los dem¨¢s. El p¨²blico se sorprendi¨® de esa muestra de generosidad y del vasto dominio del repertorio. El gran imitador del Noa Noa estaba ante nosotros. Sin embargo, poco a poco surgi¨® una preocupaci¨®n: ?Era ¨¦se el cantante que quer¨ªamos ver? Una voz resumi¨® los anhelos colectivos: ¡°?Canta una tuya!¡±. JuanGa insisti¨® en rendir tributo a sus mayores, lo cual acrecent¨® la tensi¨®n hasta que la gente comenz¨® a gritar: ¡°?No queremos a Lara, no queremos a Jos¨¦ Alfredo: te queremos a ti!¡±, la pasi¨®n por los ¨ªdolos hist¨®ricos se hab¨ªa transformado en repudio: ¡°?Canta una tuya!¡±.
Con sonrisa seductora, JuanGa dijo: ¡°S¨®lo quer¨ªa saber si de veras me quer¨ªan¡±. El tel¨®n se abri¨® para descubrir a un mariachi que enton¨® Se me olvid¨® otra vez. Reforzada por la expectativa, lleg¨® la estrofa:
Por eso a¨²n estoy
En el lugar de siempre
En la misma ciudad y con la misma gente
Para que t¨² al volver
No encuentres nada extra?o
Y sea como ayer
Y nunca m¨¢s dejarnos.
Se me olvid¨® otra vez es nuestra Odisea rom¨¢ntica. Ah¨ª s¨®lo importa que alguien vuelva.
Otra de sus piezas maestras, Amor eterno, rinde tributo a la pasi¨®n constante m¨¢s all¨¢ de la muerte. Nada, ni siquiera la aniquilaci¨®n, acaba con la inquebrantable voluntad de sentir.
¡°Mi coraz¨®n, leal, se amerita en la sombra¡±, escribi¨® Ram¨®n L¨®pez Velarde. Durante siglos, los poetas privilegiaron el crep¨²sculo y los jardines tocados por la luz de la luna. Juan Gabriel no necesit¨® de un ambiente especial para explorar sus emociones. Todos los climas, todos los paisajes y todos los lugares le fueron propicios.
Su ameritado coraz¨®n dej¨® de latir el 28 de agosto de 2016, en su casa de Santa M¨®nica, California. El fallecimiento constat¨® que la devoci¨®n por el Divo de Ju¨¢rez ten¨ªa rango hist¨®rico.
Seg¨²n informa Carlos Monsiv¨¢is, el entierro de Amado Nervo, en 1919, fue el m¨¢s concurrido en la Ciudad de M¨¦xico: una tercera parte de la poblaci¨®n sigui¨® el cortejo f¨²nebre de la Universidad Nacional a la entonces Rotonda de los Hombres Ilustres. El r¨¦cord se mantuvo durante casi un siglo.
Ni Pedro Infante, ni Agust¨ªn Lara, ni Cantinflas, ni Mar¨ªa F¨¦lix, ni el Chavo del Ocho congregaron a tanta gente. Algo dice de nuestro pa¨ªs que la mayor devoci¨®n necrol¨®gica haya sido conferida a un poeta. De manera emblem¨¢tica, un pa¨ªs lleno de carencias opta por las promesas que no pertenecen a este mundo y s¨®lo llegan en los versos.
No fue sino hasta 2016 cuando se celebr¨® un sepelio capaz de superar al de Amado Nervo. Las razones fueron bastante parecidas, entre otras cosas porque, acaso sin saberlo, el fallecido era su disc¨ªpulo.
Juan Gabriel actualiz¨® los magn¨ªficos calvarios del amor, ¡°el divino penar de adorarte¡±, como dir¨ªa Agust¨ªn Lara.
El funeral en Bellas Artes fue visitado por 700.000 personas, que habr¨ªan sido m¨¢s en caso de haberse prolongado.
Resurrecci¨®n: 2023, el ¨ªdolo viaja de nuevo
De manera apropiada, en septiembre de 2023, mes de la Patria, la campa?a publicitaria para promover el disco p¨®stumo de JuanGa comenz¨® con el despegue de un avi¨®n color de rosa rumbo a la morada eterna del cantautor, el cielo donde suenan sus canciones. M¨¦xico con escalas en mi coraz¨®n comienza con un mensaje que parece obvio pero intriga por la tipograf¨ªa: ¡°MeXXIco es todo¡±. La equis, que define caprichosamente nuestra toponimia, se duplica para aludir al siglo XXI.
El amor fue para el compositor una energ¨ªa poliforma que abarcaba por igual lo masculino y lo femenino, lo infantil y lo maternal o paternal. Ese fervor vers¨¢til y difuso incluy¨® al pa¨ªs entero.
La fe no necesita de evidencias para profesarse. ¡°Dichosos los que creen sin haber visto¡±, dice Jes¨²s en el Evangelio de San Juan. El Divo de Ju¨¢rez no apel¨® a datos econ¨®micos ni a ¨ªndices del progreso para elogiar su patria sentimental. En su asombroso disco p¨®stumo, canta: ¡°M¨¦xico es mi religi¨®n¡±. Si el fil¨®sofo alem¨¢n J¨¹rgen Habermas propuso un ¡°patriotismo de la Constituci¨®n¡±, nuestro fil¨®sofo popular propone algo m¨¢s cercano a: un patriotismo del coraz¨®n.
La pieza M¨¦xxico es todo exalta nuestra pasi¨®n por la esdr¨²jula. El pa¨ªs que a la menor provocaci¨®n dice ¡°h¨ªjole¡±, ¡°ll¨¦gale¡± y ¡°¨®rale¡±, es acertadamente definido como ¡°cat¨®lico, pol¨ªtico y po¨¦tico¡±, o bien ¡°m¨ªtico, aut¨¦ntico y prol¨ªfico¡±. Todas las mezclas que el astro cultiv¨® en vida se funden en esta melod¨ªa.
El mensaje testamentario no es ajeno al humor ni a la picard¨ªa. Con gozoso desparpajo, JuanGa puede decir: ¡°Lo m¨¢s bonito de San Diego es Tijuana¡±, o bien: ¡°En China saben que este M¨¦xico es pac¨ªfico, ver¨ªdico e hist¨®rico¡±. ?Es eso cierto? Poco importa. El disco no apela a la veracidad sino a la ilusi¨®n. En el pop, las afirmaciones se vuelven sentimentalmente correctas cuando las acompa?a el estribillo ¡°u-oh-u-oh¡±.
Juan Gabriel sintoniza a la perfecci¨®n con la condici¨®n festiva del patriotismo mexicano. Aunque la realidad sea un desastre, el 15 de septiembre llenamos las plazas p¨²blicas para dar el Grito y exclamamos al comp¨¢s de la trompeta y la matraca: ¡°?Viva M¨¦xico!¡±. Lo hacemos sin el menor ¨¢nimo defensivo o patriotero. No estamos ah¨ª, cubiertos de serpentinas, comiendo elotes y pepitas, para pedir que nos devuelvan Texas o recuperar la posesi¨®n virreinal de Guatemala, sino para echar relajo y celebrarnos a nosotros mismos. Cuando decimos ¡°?Como M¨¦xico no hay dos!¡± eso no es exagerado porque no estamos hablando del Producto Interno Bruto, sino del sentido de pertenencia y las benditas ganas de estar juntos.
Juan Gabriel deja como legado la pista sonora del jolgorio nacional; las notas caen como una nube de confeti tricolor; ser de aqu¨ª se convierte en una oportunidad para la fiesta. Todo se funde en un mismo llamado: ¡°Quiero o¨ªrte cantar¡±. En beneficio de la esdr¨²jula, un pa¨ªs variopinto es descrito como ¡°dogm¨¢tico¡±, ¡°ind¨ªgena¡±, ¡°m¨ªtico¡±, ¡°¨¦tnico¡±, ¡°jer¨¢rquico¡± y ¡°org¨¢nico¡±. JuanGa canta, JuanGa baila, JuanGa grita, y nada m¨¢s importa. En la patria convocada por el Divo todo es posible y el sonido de discoteca alterna con trompetas de banda de guerra.
¡°No se te olvide que t¨² eres yo¡±, advierte el cantante al comienzo de su disco. Estamos ante una singular recuperaci¨®n del tema del doble: el artista encuentra a su gemelo en el espejo, pero no ve su rostro, sino el singular pa¨ªs que tiene en mente. Su identificaci¨®n con la geograf¨ªa no deja lugar a dudas: ¡°Ciudad Ju¨¢rez yo: Juan Gabriel¡±.
En vez de recitar la historia patria, inventa una manera de gozarla. En pleno paroxismo, define al pa¨ªs con la lucidez de quien conoce el valor de la ambig¨¹edad: ¡°Es un patriarca que es matriarca¡±. ?Un bonus track para El laberinto de la soledad!
Su fervor es tan grande que incluso elogia a la selecci¨®n nacional: ¡°es un futbol tan aut¨¦ntico como yo soy al cantar¡±. En la canci¨®n El Tremendo llega a Parral y no encuentra a nadie en la calle porque todos est¨¢n en sus casas viendo el partido M¨¦xico-Brasil. Su pron¨®stico no responde a la estad¨ªstica: M¨¦xico va a ganar porque as¨ª lo dicta la ilusi¨®n. Con ello no comente un desprop¨®sito; se une a la generosa tribu que llena los estadios para gritar: ¡°?S¨ª se puede!¡±. De ah¨ª, el cantautor salta al pr¨®cer asesinado en esa ciudad: Pancho Villa. ?Hay l¨®gica en esto? Por supuesto que s¨ª: los futbolistas que ¡°juegan como nunca y pierden como siempre¡± pertenecen al pa¨ªs donde los h¨¦roes vencidos se convierten en ¨ªdolos. Jos¨¦ Emilio Pacheco se?al¨® que Villa perdi¨® la Revoluci¨®n pero gan¨® la literatura. El arte corrige lo que no pudo ser.
Las mezclas vuelven a ser ins¨®litas en Obreg¨®n es Obreg¨®n, la tautolog¨ªa del t¨ªtulo anuncia con eficacia que escucharemos ritmos que dependen de la repetici¨®n: la m¨²sica disco, el rap y el hip hop. Para perfeccionar este homenaje a lo que se reitera sin cesar, la voz se duplica con un eco. Por si fuera poco, la canci¨®n comienza con un lamento que recuerda la llamada al rezo de un moac¨ªn en un minarete ¨¢rabe. Todas las geograf¨ªas llevan a Ciudad Obreg¨®n.
Hablar de la patria es, necesariamente, hablar del padre. Juan Gabriel recuerda al suyo, el arriero que apenas conoci¨®, en De sol a sol. La canci¨®n comienza con un aire espa?olado que poco a poco se rinde a un euf¨®nico nombre pur¨¦pecha: Par¨¢cuaro, Michoac¨¢n.
Imposible detenerse en todas las piezas p¨®stumas; sin embargo, vale la pena mencionar La t¨ªa Chuchu, que aborda una disyuntiva nacional: bajarle o subirle al radio. En un pa¨ªs que naci¨® para comunicarse, donde el m¨¢s t¨ªmido es chismoso y hasta el tartamudo propaga rumores, la m¨²sica se ha vuelto omnipresente, lo cual causa controversias. El personaje de la t¨ªa Chuchu identifica la alegr¨ªa con el alto volumen. Obviamente, Juan Gabriel toma partido por ella. Quienes llevan su m¨²sica a todas partes y no soportan los remansos de silencio tienen en esta canci¨®n un himno a su medida.
El disco surgi¨® de una necesidad esc¨¦nica. El compositor decidi¨® homenajear a las ciudades donde se presentaba. Otros artistas hubieran hecho una pieza-comod¨ªn, adaptable a distintos sitios, o nuevas versiones de canciones vern¨¢culas. Pero Juan Gabriel era tan prol¨ªfico que de inmediato tuvo listas 11 canciones para una gira. Con ese material en su equipaje, result¨® l¨®gico pensar en un disco, al que se agregaron 13 piezas m¨¢s. Lo significativo es que cada composici¨®n fue dise?ada como un inesperado regalo para el p¨²blico local, el apote¨®sico cierre de un concierto. De manera apropiada, estas despedidas integran el adi¨®s p¨®stumo del cantante.
M¨¦xico con escalas en mi coraz¨®n ofrece el mapa bailable de un pa¨ªs donde ¡°la equis significa abrazo¡±. La autobiograf¨ªa mel¨®dica de Juan Gabriel va de Puebla a Morelia, de Hermosillo a Canc¨²n, de Tijuana a Tulum, de Uruapan a Guaymas. Si Los Del R¨ªo rindieron tributo a su linaje andaluz con la canci¨®n emblem¨¢tica de Sevilla, el patriota emocional encuentra inspiraci¨®n en todas las ciudades mexicanas. Consciente de que se dirige al p¨²blico del lugar, elogia en plan superlativo: ¡°Puebla es la m¨¢s bonita ciudad de la Tierra entera¡± y ¡°California s¨®lo es una y es de ac¨¢¡±.
El compositor no se ocupa de las costumbres ni los problemas locales, sino de la forma en que la gente y el paisaje contribuyen al sentimiento.
A las muchas estad¨ªsticas que determinaron su gloria le faltaba una: convertir 1.973 millones de kil¨®metros cuadrados de territorio en el electrocardiograma de sus latidos. El resultado es M¨¦xico con escalas en mi coraz¨®n.
En 2023, Juan Gabriel regres¨® al modo de los mitos: para confirmar que no se ha ido.
Suscr¨ªbase aqu¨ª a la newsletter de EL PA?S M¨¦xico y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este pa¨ª