Miseria y abandono en las aldeas aisladas que arras¨® ¡®Otis¡¯: ¡°Toda la cosecha est¨¢ perdida¡±
EL PA?S acompa?a a la Marina en una misi¨®n humanitaria a bordo de un helic¨®ptero que lleva v¨ªveres a las zonas rurales m¨¢s pobres y golpeadas por el hurac¨¢n
La bah¨ªa de Acapulco se hace peque?ita bajo los pies a medida que el helic¨®ptero se eleva desde el hospital Naval. A vista de p¨¢jaro, este jueves la ciudad es una panor¨¢mica de ruinas y fantasmas tras el paso de Otis: el hurac¨¢n destrip¨® los exclusivos hoteles donde la jet set mexicana se emborrachaba con champ¨¢n en aquellas noches eternas; los campos de golf parecen mesas de billar que alguien ha llenado de cristales rotos; las playas est¨¢n vac¨ªas, algunos barcos flotan descascarados a la deriva; los montes, que sol¨ªan ser de un verde radiante, ahora tienen un color marr¨®n enfermo despu¨¦s de que el viento arrancara las hojas y dejara solo los troncos raqu¨ªticos; los barrios m¨¢s pobres han perdido sus tejados de l¨¢mina y los escombros permean las calles; de los asentamientos irregulares sobre los cerros ascienden columnas de humo all¨¢ donde sus habitantes incendian enormes piras con la basura que trajo la mayor tormenta que han conocido las costas del Pac¨ªfico mexicano; la id¨ªlica postal de Playa Diamante ha dejado atr¨¢s el lujo y recuerda m¨¢s bien a la fotograf¨ªa de un bombardeo.
El helic¨®ptero aterriza con estruendo en una pista del aeropuerto. En un hangar, decenas de soldados de la Secretar¨ªa de Marina descargan y apilan toneladas de latas de sardinas de un cami¨®n que luego se repartir¨¢n entre las comunidades rurales m¨¢s aisladas. La ciudad est¨¢ arrasada ¡ªla cifra oficial de v¨ªctimas, sin actualizar desde hace varios d¨ªas, es de 46 muertos y 58 desaparecidos¡ª, pero tierra adentro Otis tampoco ha tenido piedad. Hay decenas de pueblos y aldeas que han pasado una semana incomunicados: sin contacto con el mundo exterior ante la ca¨ªda de la electricidad y la luz; sin suministro de agua en el grifo ni en las tiendas; sin alimentos m¨¢s all¨¢ de lo que guardaran en la despensa o lo que pudieran cazar, pescar o cosechar; bebiendo agua de r¨ªos y cocos. La Marina asegura que llevan varias jornadas haciendo unos 70 vuelos diarios para que la ayuda humanitaria alcance tambi¨¦n los lugares m¨¢s rec¨®nditos de Acapulco.
Una vez se descarga el cami¨®n, hay que llenar el vientre de metal del helic¨®ptero: latas, arroz, frijoles, litros y litros de agua embotellada, papel higi¨¦nico, comida para perros y todos los productos b¨¢sicos necesarios despu¨¦s de una cat¨¢strofe como Otis. A eso de las dos de la tarde, la aeronave despega rumbo a San Isidro Gallinero, una comunidad de menos de 3.000 habitantes enclaustrada en el monte. Sobrevuela la laguna de Tres Palos, que brilla bajo el sol con un color turbio y salvaje; los cerros verdes; los campos de ma¨ªz arruinados que lucen como fichas de domin¨® derribadas; las palmeras torcidas en la direcci¨®n de aquel viento que barri¨® todo a su paso a 250 kil¨®metros por hora.
Las h¨¦lices del helic¨®ptero levantan una enorme polvareda que sale disparada contra los habitantes de San Isidro Gallinero. Centenares de personas esperan la llegada de los v¨ªveres resguardados del sol bajo paraguas y las escasas sombras que hay en una suerte de cancha de f¨²tbol de tierra a las afueras del pueblo, la ¨²nica superficie lo suficientemente llana como para aterrizar. Cuando las columnas de polvo se disipan, los hombres j¨®venes hacen una cadena humana para descargar las cajas de material humanitario.
Frijoles, ma¨ªz y agua del r¨ªo
San Isidro Gallinero es un pueblo de caminos de tierra y casas de adobe con tejados construidos con materiales como el amianto, un mineral extremadamente nocivo para la salud. Sus habitantes son agricultores que comen gracias a los campos de ma¨ªz, los ¨¢rboles de lim¨®n y mango, los cocos de las palmeras. El hurac¨¢n ha arrasado toda la cosecha y, con ella, su ¨²nico medio de subsistencia. No hay electricidad ni conexi¨®n a internet desde hace una semana, la comida ha escaseado y, si no hubiera sido por las reservas de sus propios cultivos, el hambre habr¨ªa sido un problema mucho mayor que Otis. La sed les ha obligado a beber agua de los r¨ªos y manantiales.
¡ª?No les da miedo contraer enfermedades?
¡ªEs mejor que morirse uno de sed.
Quien responde es Domingo, que tiene 57 a?os y como casi todos aqu¨ª cultiva un campo de ma¨ªz: ¡°Se me perdi¨® toda la milpa, necesitamos ayuda fuerte del Gobierno¡±. Las historias son similares: todos perdieron los tejados y las cosechas y muchos de ellos sus casas enteras, que al ser de adobe y madera no resistieron la embestida del hurac¨¢n. Como Mar¨ªa, que vio c¨®mo su caba?a de barro se desplomaba ladrillo a ladrillo. Ahora ella y otros 14 familiares se refugian con su suegra, en una choza igual de peque?a. ¡°Estamos apretaditos, dormimos en el suelo. Vino una ayuda [de alimentos] antes, pero no a todos les llega, somos muchos. Ahorita estamos en lo mismo, dicen que [los v¨ªveres que trae la Marina] no van a alcanzar para todos. La gente nos apoy¨® con frijoles para comer. Toda nuestra cosecha est¨¢ perdida. Necesitamos la ayuda porque todo se est¨¢ poniendo caro tambi¨¦n¡±, resume.
Agripino Manzanares (72) sonr¨ªe bajo su sombrero de paja. ?l, que ha habitado y sembrado toda la vida estos montes, tuvo un poco m¨¢s de suerte que Mar¨ªa. Otis solo arranc¨® su techo. ¡°El hurac¨¢n se sinti¨® horrible, como una fuerza destructora: las l¨¢minas volaban, ¨¢rboles arrancados de ra¨ªces. Los primeros d¨ªas la situaci¨®n ha sido cr¨ªtica, ya ves: no hay luz, no hay se?al, todos estamos estanqueados. Lo bueno es que somos un pueblo de agricultura. Aqu¨ª no hay gas, pero hay le?a, no estamos tan tristes como en la ciudad. Gracias a Dios no hemos pasado hambre, pero hemos estado incomunicados, tuvimos tres d¨ªas para poder liberar la carretera. Estuvo feo aqu¨ª, nunca hab¨ªamos padecido esta contingencia de algo natural¡±.
En el pueblo, el hurac¨¢n ha sido una desgracia m¨¢s que sumar a una larga lista de pobreza extrema y abandono institucional; una miseria del tama?o de las casas de barro y suelo de tierra, de los ancianos como Manzanares que se ven obligados a seguir trabajando el campo para comer, de la dependencia total de la ayuda humanitaria para sobrevivir. Poco antes de Otis, un terremoto ¡ªotro m¨¢s en una regi¨®n acostumbrada a que la tierra ruja¡ª se trag¨® decenas de caba?as. Manzanares mira a largo plazo, m¨¢s all¨¢ de los v¨ªveres que trae la Marina: ¡°Necesitamos la ayuda del Gobierno para nuestra agricultura, para poder volver a sembrar y cultivar los terrenos que se echaron a perder, que nos ayuden con plant¨ªos¡±.
En este viaje ¡ªes el s¨¦ptimo hoy¡ª, los soldados no est¨¢n en el pueblo m¨¢s de 15 minutos. Cuando todas las cajas se han descargado, los militares posan para el fot¨®grafo oficial del cuerpo junto a los vecinos. Alguien grita un ¡°viva la Marina¡± que suena poco espont¨¢neo y del que solo unos pocos aplausos se hacen eco. La miseria de San Isidro Gallinero puede medirse en ese c¨¢ntico, en los aplausos poco entusiastas contra el hambre de la gente que tiene que volver a empezar de cero, reconstruir sus chozas, replantar los cultivos y agradecer al Gobierno unas migajas que por unos d¨ªas amortig¨¹en la pobreza de toda una vida de escasez. Cuando el helic¨®ptero despega, los habitantes de la aldea se desdibujan de nuevo entre las columnas de polvo.
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