Tita Radilla: ¡°No aceptamos esto de guerra sucia: ?d¨®nde estaba el otro ej¨¦rcito?¡±
La hija de Rosendo Radilla, luchador social desaparecido por militares en Guerrero en 1974, inaugura un peque?o museo de la memoria en Atoyac, su pueblo, centro de la represi¨®n estatal a mediados del siglo pasado
En la iglesia, una se?ora se acerca y se sienta al lado. El sacerdote dirige una oraci¨®n, palomas revolotean sobre el crucero del templo, como si aquello fuera un parque a media tarde. ¡°?Usted vino de Acapulco?¡±, pregunta. No, de M¨¦xico. ?Usted? ¡°Yo de aqu¨ª¡±, dice ella, 79 a?os, el cuerpo duro, la voz suave y tenue, una llovizna. ¡°Nosotros hemos luchado siempre. A mi hija me la mataron, a mi hijo tambi¨¦n me lo mataron. A mi marido se lo llevaron, pero luego lo soltaron¡±, relata. El cura termina, la gente se levanta, tambi¨¦n la se?ora, que se acerca al altar.
Otra mujer, tambi¨¦n septuagenaria, toma el micr¨®fono y habla. Unas lonas cubren las escaleras que dan al presbiterio, las fotos de decenas de personas, la mayor¨ªa hombres. Im¨¢genes viejas, caras y peinados salidos de otro tiempo, recuerdos de los que no est¨¢n, de los desaparecidos antiguos, de los a?os 60 y 70, v¨ªctimas de la contrainsurgencia, la llamada guerra sucia. La mujer que habla ahora se llama Tita Radilla. Su padre desapareci¨® cerca de aqu¨ª, en Atoyac, en la sierra de Guerrero, hace ahora 50 a?os. Se llamaba Rosendo Radilla. Militares se lo llevaron y nadie volvi¨® saber de ¨¦l.
Alrededor de Tita Radilla hay cantidad de hombres y mujeres en sus 60 a?os, sus 70. Muchos llevan colgados al cuello unos afiches plastificados con las caras de sus familiares, desaparecidos tambi¨¦n. M¨¢s tarde, sentada en su oficina, saboreando un vasito de chilate, Radilla recordar¨¢ que solo aqu¨ª, la asociaci¨®n que dirige da seguimiento a no menos de 100 casos. No por nada, Atoyac fue el epicentro de la campa?a contrainsurgente del Estado hace ahora medio siglo. De aqu¨ª salieron las guerrillas de Genaro V¨¢squez y Lucio Caba?as. Aqu¨ª, militares y polic¨ªas judiciales torturaron, asesinaron y desaparecieron a cientos. Guerrilleros y no guerrilleros.
Y tantos a?os despu¨¦s, aqu¨ª se juntan sus hijas, sus nietos, sus madres, para celebrar el d¨ªa internacional de las personas desaparecidas, 30 de agosto, e inaugurar un peque?o museo de los que no est¨¢n. Es una de esas ideas profundamente contestatarias, el museo, un espacio humilde, lejos de los circuitos culturales urbanos, una luz en la oscuridad. Porque as¨ª es. Tanto tiempo despu¨¦s, M¨¦xico a¨²n ignora de qu¨¦ tama?o fue la represi¨®n. Recientemente, parte de los investigadores de la comisi¨®n de la verdad contaron 8.500 v¨ªctimas. Pero faltan m¨¢s, porque faltan m¨¢s informes, un esfuerzo, liderado por el Gobierno actual, que lucha por llegar a buen puerto.
50 a?os no han sido suficientes para mirar de frente al pasado en M¨¦xico. La falta de cifras de la represi¨®n en la segunda mitad del siglo pasado ilumina parte del desastre. Nada se ha investigado, como prueba el caso de Rosendo Radilla, paradigma de la represi¨®n estatal. No solo fue lo que ocurri¨®, es que, pasados tantos a?os, no hay un instituci¨®n en M¨¦xico capaz de investigar, saber qu¨¦ pas¨® exactamente, y encontrar su cuerpo, los cuerpos de los desaparecidos. Siquiera los cuerpos. Hace un par de semanas, una jueza que vio el caso Radilla llam¨® la atenci¨®n sobre esto, critic¨® con dureza a la Fiscal¨ªa y calific¨® la represi¨®n en Guerrero de terrorismo de Estado.
¡°Es lo que nosotros hab¨ªamos dicho, terrorismo de estado¡±, dice ahora Radilla, despu¨¦s de la iglesia y la comida, en su oficina, que maneja junto al museo. ¡°Nosotros no aceptamos eso de guerra sucia. Porque, ?d¨®nde estaba el otro ej¨¦rcito? Ellos pretend¨ªan aterrar a la poblaci¨®n para que no apoyara a la guerrilla, por eso castigaron de manera b¨¢rbara a gente que nada ten¨ªa que ver con ellos. Y ahora, con esta sentencia, pues bueno, estoy muy agradecida¡±, a?ade.
La sentencia abre la puerta a un nuevo entendimiento de la contrainsurgencia, igual que los esfuerzos de la comisi¨®n de la verdad. Pero su importancia trasciende a la narrativa y apunta a los hechos. La jueza reclama a la Fiscal¨ªa que ordene la detenci¨®n de unos 30 militares, implicados en el caso de su padre, implicados, en realidad, en las desapariciones, tortura y ejecuciones de tantos otros. Y exige a la dependencia, que abri¨® el caso Radilla en 1999, y cuenta con sentencias en contra de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que haga su trabajo. Esto es, que investigue.
Quiz¨¢ por todo ello se respira un ambiente medio festivo en Atoyac este d¨ªa. Estos hombres y mujeres que han dedicado su vida a luchar, como la se?ora de la voz tenue y el cuerpo duro, por ejemplo, que se llama Alicia Mesino; o la hija de Miguel N¨¢jera Nava, Berenice, que recuerda c¨®mo su pap¨¢ logr¨® enviar cartas desde el Campo Militar N¨²mero 1, en aquella ¨¦poca, gracias a un soldado con dolor de conciencia; o la hija tambi¨¦n de Francisco Arg¨¹ello, que ha tra¨ªdo una maqueta de su pap¨¢, con su mu?eco y su caballo de trapo, la foto de ¨¦l pegada a la tela, que acaba instalado en el museo. Estas personas, que han convertido su lucha en una forma de acompa?arse.
El museo nace como una forma de plasmar todas sus historias, explica Radilla. A¨²n huele a pintura y hace un calor tremendo. La mujer explica en la sala del fondo el significado de algunos de los objetos, una guayabera de Miguel N¨¢jera Nava, unas tijeras de cortar el pelo de Lucio Caba?as¡ En la sala principal, adem¨¢s de decenas de fotograf¨ªas, destacan dos cajas de pl¨¢stico, envoltorios en que las autoridades devolvieron hace a?os los restos de algunos represaliados, entre ellos un familiar de la se?ora Mesino, Esteban, seguidor de Caba?as y su Partido de Los Pobres.
Tanto el museo como la oficina de la asociaci¨®n de los familiares de desaparecidos de la regi¨®n yacen en un terreno que fue cuartel militar en Atoyac, lo que no deja de sorprender. Pensar que a metros de aqu¨ª, de donde Tita Radilla bebe su chilate, tuvieron preso a su padre, pone los pelos de punta. ¡°As¨ª es¡±, dice ella. ¡°Las primeras veces que vinimos, hac¨ªamos marchas y lleg¨¢bamos hasta aqu¨ª, a la entrada, y poco a poco nos fuimos metiendo, ja, ja. Despu¨¦s nos quedamos aqu¨ª, tenemos la necesidad de vigilar el lugar. Caminamos por toda la extensi¨®n del terreno, buscamos. Porque pensamos que si lo sepultaron aqu¨ª, con el paso del tiempo puede aparecer algo¡±.
Resulta todo un misterio el destino de Rosendo Radilla. Luchador social, cantante aficionado, expresidente municipal de Atoyac, militares lo pararon en un ret¨¦n en agosto de 1974, cuando sal¨ªa con su hijo hacia Chilpancingo, donde iba a visitar a su esposa, que viv¨ªa all¨ª con sus hijas mayores. El hijo pudo volver a casa, pero su padre no. Tita Radilla cuenta que hasta 10 testigos sit¨²an al padre en ese cuartel militar de Atoyac, pero luego¡ Hay versiones de que los trasladaron al Campo Militar n¨²mero uno del Ej¨¦rcito, en Ciudad de M¨¦xico. Hace un mes trascendi¨® una lista que un militar hab¨ªa mandado a una madre buscadora en 2004, con una presunta lista de personas, que los militares hab¨ªan arrojado al mar, en los famosos vuelos de la muerte. El nombre de Rosendo Radilla estaba entre ellos, 183 en total¡
¡°Ya no confiamos en nada. Para m¨ª esa lista es falsa, en el sentido de que no son listas de vuelos de la muerte. Esa lista dice viajes, y aunque los datos de fechas de detenci¨®n, de desaparici¨®n, el lugar, son ciertos, no me acaba de¡¡±, reflexiona la mujer. ¡°Porque adem¨¢s es una lista trunca, le falta la parte de arriba. Y lo del Campo Militar n¨²mero uno, puede ser. Estaba en manos de ellos, lo pod¨ªan trasladar y regresar y hacer lo que ellos quisieran. S¨ª lo creo, s¨ª. Y quiz¨¢s a Acapulco lo mandaron, y aqu¨ª tambi¨¦n, y quiz¨¢ lo aventaron al mar. Pero a m¨ª me tienen que dar pruebas de todas esas historias¡±, zanja.
La crisis de desaparecidos que vive M¨¦xico, que cuenta m¨¢s de 100.000, la mayor¨ªa de los ¨²ltimos 15 a?os, enfrenta al pa¨ªs con historias recientes. Si bien los contextos en que ocurren beben de circunstancias a?ejas, los hechos son cercanos en el tiempo. Pero en el caso de Radilla y de todos estos hombres y mujeres que se han juntado hoy aqu¨ª para celebrar la vida, son 50 a?os, 55, 60. ?C¨®mo es eso? ?Evoluciona el dolor? ?C¨®mo afecta el paso del tiempo, de tanto tiempo? ¡°No cuenta el tiempo¡±, dice la mujer. ¡°Es el d¨ªa a d¨ªa, pensamos que quiz¨¢ ma?ana¡ No sentimos el tiempo porque siempre tenemos la esperanza de ma?ana. De que ma?ana pueda regresar. Y tambi¨¦n ayuda a vivir. Si no, ser¨ªa terrible. La desesperanza es terrible. Pero somos como los alcoh¨®licos, decimos, ¡®quiz¨¢ ma?ana¡¯. As¨ª nos animamos¡±, cierra.
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