Antonio Saborit: ¡°?Ves esta luz? ?Hemos recuperado el drama del Museo Nacional de Antropolog¨ªa!¡±
El director del gran museo de M¨¦xico, que en unos d¨ªas cumple 60 a?os, charla sobre el dolor, las sombras y el viejo fontanero de la capital, uno de los primeros coleccionistas de arte prehisp¨¢nico del pa¨ªs
La boca abierta del perro, la mand¨ªbula inferior desencajada, ajena al due?o, las costillas dibujadas en la panza y el lomo, una cordillera de v¨¦rtebras viejas y exhaustas. ¡°?Qu¨¦ necesitas para hacer eso?¡±, susurra Antonio Saborit, ¡°?qu¨¦ hace falta para retratar ese dolor? Porque eso es dolor, es la agon¨ªa del animal. Est¨¢ en los huesos ya, completamente descompuesto... Es perfecto¡±, dice. En la vitrina, el perro sostiene su mirada l¨ªtica, eterna. Es f¨¢cil imaginar la lluvia cay¨¦ndole encima, imaginar su tristeza desterrada, m¨¢s all¨¢ de toda esperanza. El museo ya no existe, ni los visitantes, ni las voces. Solo la tristeza y el perro.
¡°Rufino Tamayo tiene perros as¨ª, Ricardo Mart¨ªnez tambi¨¦n¡±, dice Saborit, un torrente de informaci¨®n, inagotable, due?o de una pasi¨®n desconcertante, la pasi¨®n de aquellos que se pasan la vida trazando arcos y conexiones en su universo de saberes. Y el de Saborit es particularmente amplio, con paradas fijas en la ¨²ltima d¨¦cada del siglo XVIII, la segunda mitad del XIX y los a?os posteriores a la Revoluci¨®n Mexicana, conocida en el pa¨ªs como la Decena Tr¨¢gica, a?os pre?ados de tragedias y muertos y balaceras y seguramente muchos perros fam¨¦licos, moribundos, como ese de la vitrina, que duele mirar.
Saborit (Coahuila, 1957) ha llegado al animal despu¨¦s de dos horas y media de recorrido. El director del Museo Nacional de Antropolog¨ªa (MNA) contesta as¨ª una pregunta que le hacen a menudo, una cuesti¨®n sencilla y resultona, cu¨¢l de las m¨¢s de 8.000 piezas que integran la colecci¨®n expuesta del mayor museo de M¨¦xico es su favorita. ?l r¨ªe, juguet¨®n, y dice que tiene muchas, menciona la piedra del sol ¨C¡±el origen sentimental de la arqueolog¨ªa en M¨¦xico¡±¨C, pero al final llega al perro, parte de una colecci¨®n de seres ¡°tocados por el dolor¡±, por el que esta ma?ana de septiembre, gris, melanc¨®lica, siente una especial predilecci¨®n.
No hay forma de aburrirse en un museo as¨ª, 45.000 metros cuadrados de exposiciones, rodeado de jardines, volcado sobre un enorme patio central, que domina una enorme fuente de concreto y acero, revestida de lat¨®n, obra, el lat¨®n, del genial muralista mexicano de mediados del siglo pasado Jos¨¦ Ch¨¢vez Morado. Lo del lat¨®n lo dice Saborit, que lo sabe todo aqu¨ª, pues ya son 11 a?os los que lleva al frente del museo. Porque desde lejos, El Paraguas, nombre de la fuente, parece hecho de concreto. El lat¨®n ha perdido brillo y el director asume que dentro de poco har¨¢ falta darle mantenimiento.
A punto de llegar a la edad de jubilaci¨®n, el museo tiene ¡°achaquitos¡±, cuenta medio en broma Saborit. Luego aclara que en realidad est¨¢ en muy buena forma. Los trabajos de impermeabilizaci¨®n de las azoteas duraron a?os, pero concluyeron con ¨¦xito. Los grandes robos parecen cosa del pasado, tambi¨¦n los peque?os. El ¨²nico problema reciente que recuerda el director fue un riachuelo pluvial que naci¨® en uno de los jardines, se col¨® al s¨®tano y medr¨® hasta llegar al archivo, sin consecuencias graves. ¡°Ya solucionamos el problema en origen¡±, dice, serio, Saborit.
As¨ª que la celebraci¨®n se impone como motivo principal de esta charla, si el perro lo permite. El museo cumple 60 a?os en unos d¨ªas y aunque no es una cifra exacta, 50, 25, 100, se antoja una excusa perfecta para pasear por las salas mexica, maya, de introducci¨®n a la antropolog¨ªa, a Mesoam¨¦rica... Ir con el director tiene sus ventajas, la primera y principal, la discrecionalidad del gu¨ªa, que conduce desordenadamente, obedeciendo impulsos que nacen de la conversaci¨®n, pero que no tienen que ver necesariamente con ella.
Pero antes que nada, la luz. Tiene una fijaci¨®n, Saborit, con el milagro f¨ªsico de la luz, la certeza el¨¦ctrica de los leds, que golpean piedras labradas hace cientos y miles de a?os. ¡°Le ped¨ª recientemente a un colega que ha iluminado teatro toda la vida, que me ayudara a recuperar el drama del museo. Y esto que ves es obra de eso, ?la hemos recuperado!¡±, explica. ?Quer¨ªa drama, para un museo de antropolog¨ªa? ¡°?Es que estaba mal iluminado!¡±, insiste, ¡°Como carnitas, focos de carnitas¡ No ten¨ªa nada y ahora ya hay zonas de luz y sombra¡±, cuenta.
La conversaci¨®n sobre la luz ocurre en la sala de introducci¨®n a la antropolog¨ªa, de las menos concurridas. Muchos de los visitantes del museo, m¨¢s de dos millones al a?o, llegan con una idea fija: aztecas y mayas. Cualquiera que conozca el espacio sabe que recorrer dos salas, especialmente esas dos, puede resultar suficiente para una vida entera. Solo la sala mexica, con su piedra del sol, y sus coatlicues y su piedra de tizoc, cuenta m¨¢s de 2.000 objetos. Verla entera es agotador. Ver todas las salas del museo en un d¨ªa resulta directamente imposible.
El fontanero coleccionista
La inauguraci¨®n del Museo Nacional de Antropolog¨ªa fue un hito del sur global, antes incluso de que el t¨¦rmino existiera. Grandes colecciones de objetos de las culturas precolombinas o del antiguo Egipto volaban de subsuelos remotos a las vitrinas de museos europeos. En la d¨¦cada de 1960, apenas se desperezaba un debate, ahora central en la museolog¨ªa, que reflexiona sobre la l¨®gica de mostrar en Londres parte de la historia de la vieja Mesopotamia. De mostrarla como algo propio, requisado, saqueado. El MNA era una muestra de fuerza: lo que aqu¨ª fue, aqu¨ª se queda. Ning¨²n otro pa¨ªs en Am¨¦rica Latina tiene un museo as¨ª.
Encima del esqueleto de un mamut, todav¨ªa en la sala de introducci¨®n a la antropolog¨ªa, Saborit evoca la inauguraci¨®n. ?l era un escuincle, ten¨ªa siete a?os, pero ha tenido tiempo de estudiar. ¡°Salvador Novo hizo la gu¨ªa de la sala mexica, la gu¨ªa de visitantes. Bueno, ¨¦l, que luego fue cronista de la ciudad y dem¨¢s, escribi¨® una cr¨®nica cuando se inaugur¨® el museo y ah¨ª cuenta que todo el viejo museo nacional, el que hab¨ªa en la casa de la Moneda, cabe en la sala mexica¡±, cuenta, para dar una idea de los tama?os que se manejan aqu¨ª.
Al principio, la gente no llegaba al museo. Era un lugar extra?o, enorme, ¡°mucho m¨¢rmol, mucho vidrio, mucho aluminio¡±, dice Saborit, obra de un hombre, Pedro Ram¨ªrez V¨¢zquez, que en la vida construy¨® algo mediano. Adem¨¢s del museo, Ram¨ªrez V¨¢zquez, arquitecto del r¨¦gimen, construy¨® el Estadio Azteca y la Bas¨ªlica de Guadalupe, entre otros. ¡°Lo hizo as¨ª tan grande para que los ni?os pudieran correr¡±, explica Saborit, ¡°era la idea original¡±. Pero los ni?os no corr¨ªan porque sus padres, que quiz¨¢ s¨ª eran habituales del bosque de Chapultepec, contexto del museo, no les llevaban. ¡°La gente del museo empez¨® a trabajar para atraer a la gente. El muse¨®grafo Mario V¨¢zquez invent¨® La Casa del Museo, una casita de metal, desmontable, que llevaban a los barrios, y en ella se exhib¨ªan r¨¦plicas de lo de aqu¨ª, para invitar a la gente a que viniera¡±, narra Saborit.
La Casa del Museo recuerda un poco a una cruz atrial, herramienta de la que echaron mano los frailes del siglo XVI para evangelizar a la poblaci¨®n mesoamericana. La gente no entraba a las peque?as iglesias que constru¨ªan los frailes. Quiz¨¢ era porque sus rituales se llevaban a cabo en exteriores y no les parec¨ªa eso de esconderse para orarle a un dios extra?o; o quiz¨¢ por algo m¨¢s pr¨¢ctico, evitar enfermedades y epidemias. Fuera por lo que fuera, los frailes consagraban la plaza frente a la iglesia con una cruz y daban misa en el atrio. Con el paso de los a?os, el mestizaje y las medicinas, las cruces atriales perdieron el sentido. Lo mismo pas¨® con la Casa del Museo, buena noticia para el MNA.
El a?o que viene se cumplen 200 del pap¨¢ del museo, el viejo Museo Nacional, que naci¨® en 1825, en una casona aleda?a a lo que hoy es Palacio Nacional. Debi¨® ser una ¨¦poca curiosa, adem¨¢s de violenta. La arqueolog¨ªa era una frivolidad de las ¨¦lites. A nadie le importaba el pasado. O a casi nadie. ¡°Lo que era entonces Ciudad de M¨¦xico ten¨ªa un fontanero, que se encargaba del drenaje¡±, cuenta Saborit. ¡°Y claro, encontraba de todo. Cuando Lucas Alam¨¢n [ex canciller] queda de encargado del museo, llama a este fontanero y le dice, ¡®oiga, esas piezas que tiene usted, m¨¢ndemelas¡±.
Al parecer, el fontanero envi¨® las piezas, 18 en total, origen de la enorme colecci¨®n que hoy tiene el museo, en total m¨¢s de 250.000, la gran mayor¨ªa en bodegas. Saborit cuenta esta historia del fontanero en la sala mexica, junto a una enorme serpiente emplumada, la pieza m¨¢s destacada del plomero decimon¨®nico. ¡°En su descripci¨®n, el fontanero dec¨ªa, ¡®es una serpiente con melenas¡¯. Ja, ja, no sab¨ªan, no sab¨ªan¡±, dice, divertido, Saborit. Su plan ahora es rescatar esta y las otras 17 piezas originales y armar una exposici¨®n. ¡°Fant¨¢stico, ?verdad?¡±, cuenta.
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