Solo una chela, por favor
El reglamento de bares y restaurantes de Ciudad de M¨¦xico unifica y consolida. Otra cosa es que se cumpla
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¡°Orden dada y no inspeccionada no sirve de nada¡±, ha dicho la presidenta Claudia Sheinbaum en la Ma?anera este mismo lunes. Muchas normas en M¨¦xico se acatan las dos primeras semanas de vigencia y luego se olvidan, sin pena ni sanciones. Por ejemplo: se prohibi¨® la venta de cigarrillos sueltos y solo hay que salir de casa para ver que eso no se cumple; se prohibi¨® que los cigarrillos estuvieran a la vista en las tiendas y se taparon solo unos d¨ªas; se prohibi¨® el uso de pl¨¢stico para las comidas y bebidas que se venden en restaurantes y puestos ambulantes y nada. Al menos no en la Ciudad de M¨¦xico, de donde partieron algunas de esas leyes. En la capital se ha retocado ahora la Ley de Establecimientos Mercantiles para unificar y consolidar en un solo texto legal el reglamento. ?Cu¨¢nto tiempo se cumplir¨¢ lo escrito?
A ra¨ªz de la pandemia, cuando solo se permit¨ªan los negocios ¡°esenciales¡±, muchos bares o cantinas se vieron obligados a servir comida para poder abrir al p¨²blico. El alcohol, por s¨ª solo, no era esencial, las pasteler¨ªas, en cambio, s¨ª. En la Ciudad de M¨¦xico, aquel resabio permaneci¨®, de modo que o comes o no tienes derecho a tomar solo una cerveza y leer el peri¨®dico tranquilamente. Pues vengan calor¨ªas por decreto a cualquier hora del d¨ªa en un pa¨ªs con una obesidad rampante. Si se trata de un refresco, entonces s¨ª se puede, que eso no es pecado.
El reglamento solo obliga a tomar alimentos para poder consumir alcohol en los restaurantes, naturalmente. Nada de ello dice para los antros, bares, cantinas o similares. Pero ?c¨®mo saber qu¨¦ es un restaurante cuando la mayor¨ªa tiene sus mesas y, como poco, una carta que incluye un surtido de tacos? Las cantinas sirven comida y no son restaurantes, por ejemplo. Tendr¨¢ la ciudadan¨ªa que preguntar al due?o bajo qu¨¦ categor¨ªa legal est¨¢ registrado su negocio. Quiz¨¢. Lo interesante ser¨ªa saber en qu¨¦ forma puede reclamar un cliente cuando le dicen que no puede tomar una inocente chela si no pide tambi¨¦n comida. ?Acudir a la Profeco? Demasiado esfuerzo por una juguito de cebada. ?Solicitar un buz¨®n de quejas? No es obligado tenerlo, as¨ª que, mejor probar suerte en otro local. Estas restricciones ocurren en la Ciudad de M¨¦xico, cuando se sale a otros Estados el asunto cambia por completo. El pecado se relaja.
La capital est¨¢ car¨ªsima. No solo es la vivienda, tambi¨¦n los locales de ocio. Una chela cuesta en los barrios del centro lo mismo que en una terraza de Par¨ªs o de Madrid, es decir, algo que millones de mexicanos no pueden pagar, ni siquiera muchos de los que viven en esas colonias. Si adem¨¢s hay que comer, mejor quedarse en casa. En los ¨²ltimos a?os, sin embargo, los restaurantes (lo sean o no) pudieron sacar sus mesas a la puerta para impedir que la pandemia asfixiara sus ganancias. Despu¨¦s se quedaron. Y con condiciones bien ventajosas. Al inicio, extender el comedor a la calle sal¨ªa por unos 3.000 pesos anuales, algo simb¨®lico, podr¨ªa decirse, por lucrarse con el espacio que es de todos. Vaya, con unas cuantas cervezas pagan el impuesto anual. Pronto llegaron las quejas de los vecinos, hartos de escuchar el ruido, ya sea de los clientes o de la m¨²sica a todo volumen todo el d¨ªa. El nuevo reglamento dice que el sonido debe quedarse dentro del local. En fin, que se lo digan a los mariachis o a los puestos ambulantes que prenden sus bocinas todo el santo d¨ªa, desde que se inicia la limpieza de buena ma?ana. M¨¦xico es un pa¨ªs con los decibelios desatados, muy por encima de lo que dictan las recomendaciones de salud internacionales. De salud. No de capricho.
Dice tambi¨¦n el texto legal ahora unificado que los ¡°enseres¡± de los establecimientos solo podr¨¢n colocarse en las banquetas (aceras) que midan tres o m¨¢s metros y siempre garantizando que dos de ellos sean para lo que son las banquetas, el paso de los ciudadanos. En este apartado el chiste es evidente. Hay locales, ah¨ª, debajo de sus casas, todos pueden verlos, donde no cabe una persona de perfil entre el bar y las mesas, mucho menos una silla de ruedas, un carrito infantil o uno de ir a la compra. ?Este abuso del espacio p¨²blico sirve al menos para que el gobierno recaude sus buenos impuestos? No parece. Y se trata de exitosos restaurantes en zonas de clase media, no de un humilde puesto ambulante.
Y de poco sirve que monten y desmonten sus ¡°enseres¡± a diario, si por la noche no estorban, como mucho al carro que quiere estacionarse, pero no al peat¨®n, que ya fue estorbado todo el d¨ªa. Pasar por algunas banquetas en calles de mucha presencia de restaurantes, como la calle Lerma en la Cuauht¨¦moc, por poner un solo ejemplo, obliga a veces a hacer un slalom gigante, sorteando mariachis, mesas, meseros, garroteros y hostess con todo y su atril en plena calle.
Lo dicho: orden dada y no inspeccionada no sirve de nada.
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