Eterna injusticia con el gatopardo
No es la novela, sino la idea err¨®nea que nos hemos hecho de ¨¦l: alguien que se camufla para que los cambios le resulten favorables o para que los cambios no lo cambien a ¨¦l ni a su entorno
Quiz¨¢ no exista un mejor ejemplo de las tensiones entre la forma y el fondo, de las relaciones el¨¢sticas pero irrompibles entre la est¨¦tica y la moral que habitan al interior de una obra, que El Gatopardo.
Rechazada por varias editoriales ¡ªMondadori culp¨® a un lector de manuscritos, mientras Einaudi, en la carta que envi¨® al autor, asever¨® que, aunque era una novela seria y honesta, no dejaba de ser lenta y com¨²n, llena de estereotipos¡ª, la obra de Tomasi di Lampedusa se convirti¨®, desde el comienzo, en un desaf¨ªo.
Ya lo sabemos: los escritores, como sucede con los artistas y m¨²sicos, alcanzan las grandes innovaciones, sean en el campo de la ¨¦pica, en el de la l¨ªrica o en ambos a un mismo tiempo ¡ªpromoviendo la c¨®pula entre asuntos que a veces se cree que no deben mezclarse¡ª mucho antes que los editores, los acad¨¦micos o los cr¨ªticos ¡ªlas primeras rese?as de El Gatopardo no difer¨ªan de los argumentos de Einaudi¡ª.
No quiero, sin embargo, atacar innecesariamente ¡ªo no solo¡ª a quienes he se?alado: tambi¨¦n el grueso de los escritores que compart¨ªan ¨¦poca con Lampedusa, as¨ª como la mayor¨ªa de los lectores que se acercaron a la novela en un primer momento, reaccionaron con desconfianza, incredulidad y, sobre todo, extrav¨ªo ante esa historia que buscaba atrapar, como hace el ¨¢mbar con los insectos, los signos y las manifestaciones de algo tan imprevisto como inevitable: los cambios de ¨¦poca.
Un objetivo tan ambicioso como el del autor palermitano ¡ªantes de cumplir los sesenta a?os y tras una vida marcada por la lectura pero no por la escritura¡ª, lo llev¨® a ser, ¨¦l, quien quedar¨ªa atrapado en el ¨¢mbar. Y es que El Gatopardo, adem¨¢s de consagrar un cambi¨® de ¨¦poca, es esa persecuci¨®n y es esa b¨²squeda en tiempo real: cada vez que uno se pierde entre sus palabras, sin importar cu¨¢ndo lo haga, las formas se transforman y nos transgreden, como sucede con la moral de la obra.
No es extra?o, por esto, que as¨ª como en su momento y durante los a?os posteriores a su publicaci¨®n ¡ªsuceso que debemos agradecer a la tozudez de Elena Croce, hija del famoso historiador, as¨ª como a la terquedad del escritor Giorgio Bassani, a quien Giangiacomo Feltrinelli contratara como editor¡ª El Gatopardo fue acusado de ser un libro de izquierdas, por la derecha, y de ser un libro de derechas, por la izquierda, al tiempo que era se?alada como una obra decimon¨®nica, por los modernos, y como una obra moderna, por los decimon¨®nicos, durante los siguientes sesenta a?os, continuara arrastrando y generando esas mismas confusiones.
Y es que a¨²n hoy la lectura del libro de Lampedusa depara, entre lectores avezados, entre editores y cr¨ªticos orgullosos de s¨ª mismos y entre escritores ¡ªno s¨®lo aquellos que yacen atrapados en el pasado o aquellos que se aferran al presente como si ¨¦ste existiera, tambi¨¦n aquellos que se complacen en el onanismo, m¨¢s cabal¨ªstico que literario, que asevera "yo soy el futuro"¡ª, demasiadas confusiones, porque demasiadas son sus inc¨®gnitas y demasiadas sus innovaciones ¡ª¨¦stas ser¨ªan, para colmo, muchas m¨¢s si el manuscrito que conocemos fuera el que dej¨® su autor y no el que tanto se ha manoseado: en la versi¨®n de Lampedusa hab¨ªa, por ejemplo, largos fragmentos en verso, as¨ª como un pasaje en el que la historia era contada por un coro de voces¡ª.
Ahora bien, m¨¢s all¨¢ de todo lo que El Gatopardo nos sigue ense?ando en materia de t¨¦cnica: una nueva forma para la literatura fragmentaria; un arco distinto para la elipsis, o una arquitectura en la cual, en el horizonte, no est¨¢ la intuici¨®n sino la evocaci¨®n, y m¨¢s all¨¢, tambi¨¦n, de todo lo que nos sigue ense?ando en cuanto a la forma y al fondo como una sola materia: la posibilidad de escribir en torno a un vac¨ªo, en lugar de hacerlo siempre en torno a un hecho; la capacidad que tienen los silencios de iluminar, como el rel¨¢mpago de Benjamin, aquello que para las palabras es s¨®lo intuici¨®n, o la idea de que los sucesos no deben subrayar nunca una idea, sino que deben tacharla, quiero abundar en lo que la obra nos sigue ense?ando en materia de fondo.
Hablar, pues, de aquello que la novela de Lampedusa sigue y seguir¨¢ diciendo ¡ªquiz¨¢ para siempre, como hacen las obras mayores¡ª sobre la moral de una ¨¦poca y la de una obra¡ª: la moral como idea monol¨ªtica no existe, porque toda ¨¦poca se erige sobre diversas morales, as¨ª como toda obra debe reposar, a su vez, sobre morales distintas¡ª. Tratar¨¦, para ser lo m¨¢s claro posible, de escarbar en esta idea, a trav¨¦s de una frase que incluso quienes nunca han le¨ªdo El Gatopardo identifican: "si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie", asevera Tancredi, el sobrinazo de Don Fabrizio, pr¨ªncipe de Salina y protagonista del libro, hacia el comienzo de ¨¦ste.
Y es que es en torno de esta frase, de lo que dice literalmente pero, sobre todo, de lo que esconde, que la obra crece, se complejiza y deja de ser una simple novela hist¨®rica para volverse una novela en la historia: once palabras son suficientes para que Lampedusa inserte en su gota de ¨¢mbar tanto la moral que sostuvo el pasado del reino como aquella que parece prometer un futuro distinto y esa otra que define un presente inmutable, al tiempo que desnuda las diversas morales de los personajes del libro: la certeza de Tancredi, al final, es la inquietud de Don Fabrizio y el espejo de Garibaldi.
En este sentido, la moral de Tancredi, que busca legitimar el enga?o como suceso revolucionario y que ha confundido a tantos lectores, suscitando lecturas err¨®neas y aseveraciones vac¨ªas, se enfrenta con la moral de Don Fabrizio, que, en aquella frase citada, en lugar de envolver el enga?o, envuelve el sinsentido: en la historia no existen los cortes de caja, porque no existe el progreso, tanto como se enfrenta a la de aquellos que se niegan al cambio y a la de aquellos que lo anhelan.
El gatopardo, ya no la novela, sino la idea que nos hemos hecho de un gatopardo ¡ªalguien que se camufla para que los cambios le resulten favorables o para que los cambios no lo cambien a ¨¦l ni a su entorno¡ª, es total y radicalmente injusta. Porque no es el gatopardo, sino Tancredi ¡ªy otros como ¨¦l¡ª, quien act¨²a en nombre de esa moral oportunista y mutable. Tancredista, deber¨ªamos decir, en lugar de gatopardista.
Don Fabrizio, el gatopardo, es lo opuesto al tancredista, pues al negar su adhesi¨®n a los cambios, niega la necesidad de fingirlos: para ¨¦l, el cambio s¨®lo sucede en la superficie, pues el fondo siempre es el mismo. En uno de los sonetos que quedar¨ªan fuera de la novela, escribe: "Pero no. Por un peque?o desag¨¹e / secreto se dispersa el bien guardado; / in¨²til fluye y solo un vano y necio / brillo en la grava lo delata".
Despu¨¦s contin¨²a: "Lento baja el nivel y va mostrando / todo lo que de sucio, letal y viscoso / hay en el fondo: cieno, vermes y espasmo". Don Fabrizio es un estoico, lo opuesto, pues, de su sobrino acomodaticio. Uno es la piel ¡ªaquella cuyo camuflaje sirvi¨® a las confusiones, aunque nunca se hable de esta¡ª y el otro es la bestia atrapada debajo ¡ªcuyo temple y fiereza, a pesar de ser se?alada, ha sido obviada por tantos¡ª.
En otro fragmento que tampoco figura en la novela, Lampedusa expone a los tancredistas, esos "militantes de la muy rentable franja de la extrema izquierda de la extrema derecha", asevera, para luego poner como ejemplo a los nobles reconvertidos en diputados y a los nuevos administradores, que prometen "improbables edificios escolares y bandos que anuncian no menos ficticias alcantarillas".
Y ahora, resulta la injusticia que se ha cometido contra el gatopardo, quiz¨¢ valga la pena poner algunos ejemplos de tancredismo, para reafirmar esta figura a partir de hoy y para siempre: ?se acuerdan de los empresarios que apoyaron el desafuero y acabaron, catorce a?os despu¨¦s, cenando con AMLO y con Trump? Pues esos son tancredistas.
Como tambi¨¦n son tancredistas ¡ªigual que aquellos poetas que cantaban al rey con la misma emoci¨®n que "al barbudo Vulcano"¡ª, esos intelectuales que firman desplegados en nombre de una democracia cuyo objetivo es que todo sea como es.
Para los tancredistas, para su moral, los cambios y las transformaciones ¡°no son m¨¢s que un paliativo que prometa durar otros cien a?os¡±.
La moral de Don Fabrizio, en cambio, asevera: "la felicidad es perseguir un objetivo, aunque no lo alcancemos".
Por eso Don Fabrizio tambi¨¦n asegura: ¡°s¨®lo tenemos derecho a odiar lo que es eterno¡±.
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