K?jpx. Esto tiene que parar
Entender que la censura necesita del poder impide que la confundamos con simples diferencias en las opiniones de personas concretas
La censura es un acto de poder. Necesita no solo el deseo de callar la voz, la presencia o las ideas de alguien sino de tener el poder de hacerlo con total impunidad. Impedir que lleguen, por diversas razones, la voz y las ideas que no deseamos escuchar o nos parecen violentas a nuestros espacios personales, como lo es tu propia cuenta en redes sociales, por mencionar un ejemplo, no es un acto de censura. La censura necesita del poder. Para censurar, es necesario tener el poder de silenciar la voz y las ideas en los espacios comunes, los espacios en los que se da el debate p¨²blico, en los espacios que se han construido para todas las personas o, por decirlo en otras palabras, silenciar voces en una habitaci¨®n compartida, una habitaci¨®n com¨²n. Los marcos legales protegen la libertad de expresi¨®n que tambi¨¦n se encuentra garantizado en distintos instrumentos internacionales en una amplia interpretaci¨®n. La libertad de expresi¨®n garantiza que las personas puedan decir, manifestar y difundir sus ideas de manera libre, es decir, sin que ejercer este derecho afecte su integridad. La libertad de expresi¨®n es necesaria para el debate, para construir ideas en la arena p¨²blica y es por eso que el principal peligro para esta libertad son las estructuras que, potencialmente, tienen el poder de silenciar, borrar o impedir la manifestaci¨®n de las ideas de personas o colectivos en las distintas habitaciones compartidas. Entre todos los actores con poder que pueden ejercer la censura, el aparato estatal es uno muy importante; desde distintas experiencias, durante distintos gobiernos se ha tenido constancia de la manera en la que distintas voces son censuradas hasta el grado de espiar a periodistas o arrebatarles la vida.
En una de esas discusiones est¨¦riles que a veces solemos tener en las redes sociales alguien me acus¨® de estar censurando el espa?ol por negarme a traducir contenido desde el mixe, mi lengua materna. En otra ocasi¨®n, borrar comentarios ofensivos en otra red social fue interpretado como censura y comentar en las cuentas de otras personas sobre la carga racista del contenido que acababan de publicar fue respondido con una frase enf¨¢tica: ¡°No me censures¡±. Entender que la censura necesita del poder impide que la confundamos con simples diferencias, airadas si se quiere, en las opiniones de personas concretas. Si alguien hace p¨²blico un comentario racista y alega que puede hacerlo por la libertad de expresi¨®n, las dem¨¢s personas podemos tambi¨¦n hacer uso de nuestra libertad de expresi¨®n para decirle que su comentario es racista, clasista o machista. Publicar nuestras ideas implica compartir nuestra habitaci¨®n, dejar entrar y crear un espacio en donde otras personas pueden tambi¨¦n expresar su opini¨®n sobre nuestra opini¨®n. Como individuos, naturalmente podemos cerrar esa habitaci¨®n a la que antes hab¨ªamos dejado entrar a otras personas en el momento que as¨ª los determinemos.
Por el contrario, hay habitaciones compartidas que controla el Estado y que, al menos en teor¨ªa, no son de personas concretas sino de toda la sociedad que rige esa entidad jur¨ªdica. De estas habitaciones comunes, el poder de quien los controla puede expulsarte, por medio de diversos mecanismos, poniendo en riesgo la libertad de expresi¨®n y el derecho a la informaci¨®n. La manera en la que utilizamos esas habitaciones comunes est¨¢ regulada por leyes e instituciones, una de ellas, en M¨¦xico, es el Instituto Federal de Telecomunicaciones. A trav¨¦s de este tipo de instituciones el Estado concesiona el uso de las habitaciones comunes, como las telecomunicaciones, por utilizar un ejemplo, a entidades con intereses comerciales, a entidades p¨²blicas o sociales. El marco legal de este Estado regula esta habitaci¨®n y concesiona los espectros de telecomunicaci¨®n, que son comunes, a diversos actores. Este proceso no est¨¢ libre de intereses pol¨ªticos y econ¨®micos.
Como es de esperarse, los pueblos ind¨ªgenas y todo el movimiento de comunicaci¨®n comunitaria no han sido muy bien recibidos en estas habitaciones comunes, las puertas para entrar son m¨¢s que estrechas, cuando no est¨¢n totalmente cerradas, y a pesar de la lucha que los medios comunitarios han realizado en particular durante el proceso de la reforma a la Ley Federal de Telecomunicaciones que comenz¨® en 2013 y fue publicada en 2014, las asimetr¨ªas son todav¨ªa muy grandes. La primera vez que escuch¨¦ una estaci¨®n de radio desde una comunidad mixe fue a principios del siglo XXI desde la comunidad vecina de Tlahuitoltepec, aunque era una estaci¨®n realmente muy peque?a fue un acontecimiento muy importante, se nombraba Radio J?npoj (vientos de fuego), pod¨ªamos escuchar nuestra lengua en espacios hist¨®ricamente negados; como era de esperarse el estado reaccion¨® r¨¢pidamente, en agosto de 2002, integrantes del Ej¨¦rcito mexicano denunciaron la radio y una direcci¨®n de la Secretar¨ªa de Comunicaciones y Transportes instruy¨® a la delegaci¨®n en el Estado de Oaxaca incautar el equipo de esta naciente y min¨²scula emisora. La polic¨ªa preventiva y ministerial se introdujo de manera violenta a la casa comunal desde la que se transmit¨ªa y se llev¨® el peque?o transmisor y el resto del precario equipo. Desde entonces, la radio emprendi¨® una lucha que ha dado sus frutos y que se ha multiplicado, puedo ahora mismo sintonizar la Radio J?npoj desde Tlahuitoltepec y tambi¨¦n a la Radio Konk Anaa de mi comunidad. Esta historia de criminalizaci¨®n de los intentos de entrar a las habitaciones comunes por parte de los pueblos ind¨ªgenas se ha repetido una y otra vez. Las supuestas habitaciones compartidas que regula el Estado no son lugares comunes, son lugares de disputa pol¨ªtica y econ¨®mica, espacios que han replicado la exclusi¨®n de los sectores de la poblaci¨®n que han sido oprimidos y tambi¨¦n silenciados desde el poder. A pesar del reconocimiento de las concesiones sociales, la Ley Federal de Telecomunicaciones, ya reformada, sigue reproduciendo las asimetr¨ªas, por ejemplo, el porcentaje del espectro de radio que se concede a los medios de pueblos ind¨ªgenas es muy peque?o y se les asigna la parte m¨¢s alta de la banda, es decir, el final de la misma.
La expulsi¨®n de las habitaciones compartidas tambi¨¦n sucede por motivos ling¨¹¨ªsticos. En el continuo murmullo que suman las conversaciones de estos espacios que se suponen comunes, la lengua en las que se ejerce la libertad de expresi¨®n y el derecho a la informaci¨®n ha sido hist¨®ricamente desde el espa?ol. No se puede hablar de libertad de expresi¨®n sin tomar en cuenta las lenguas en las que se ejerce esa expresi¨®n. Otra vez, desde el poder, las lenguas para expresarle libremente son jerarquizadas. El poeta y comunicador nahua Mardonio Carballo encabez¨® un proceso en el que hubo que ampararse contra la reforma de la Ley de Telecomunicaciones porque privilegiaba el uso exclusivo y preferente de lo que llamaba ¡°la lengua nacional¡±, es decir, el espa?ol, en los medios de comunicaci¨®n concesionados a la mayor parte del espectro. Por fortuna, la Suprema Corte de Justicia concedi¨® el amparo que implic¨® grandes esfuerzos jur¨ªdicos y econ¨®micos para protegerse de este acto de autoridad que atentaba contra la libertad de expresi¨®n. La habitaci¨®n com¨²n no es com¨²n si solo podemos hablar en una sola de las tantas lenguas de este pa¨ªs, incluyendo la lengua de se?as mexicana y la lengua de se?as maya.
?ltimamente, muchas de las discusiones actuales sobre la libertad de expresi¨®n se establecen entre actores que ya se encuentran dentro de la habitaci¨®n que en teor¨ªa es una habitaci¨®n compartida, discuten en la lengua hegem¨®nica y se disputan narrativas, dichos y espacios. Desde este lado en el que se contemplan solo puertas cerradas a habitaciones privilegiadas, nos queda claro que la censura es un acto de poder. Me parece importante que esta censura estructural e hist¨®rica que much¨ªsimas comunidades y pueblos del pa¨ªs han sufrido hist¨®ricamente y que atenta contra la libertad de expresi¨®n se discuta seriamente en esa habitaci¨®n llamada ¡°opini¨®n p¨²blica¡± porque esto, definitivamente, tiene que parar.
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