El papel del arte
Es el papel del artista plasmar las formas que fueron nube o canoa, la l¨¢grima de un rayo en medio de la tormenta o el sosiego hipn¨®tico de cristales crom¨¢ticos
Se abre el espacio para que la mirada palpe texturas y digiera colores que transpira la realidad. Lo sabe el artista Carlos Pellicer que escuchado los callados versos debajo de una escalera y la sinfon¨ªa de todos los verdes en una selva llamada infancia. Es el papel del artista plasmar en papeles las formas que fueron nube o canoa, la l¨¢grima de un rayo en medio de la tormenta o el sosiego hipn¨®tico de cristales crom¨¢ticos.
En estos raros tiempos de la llamada nueva normalidad como realidad aumentada y confinamientos al filo del rebrote, el Instituto Cultural de M¨¦xico en Espa?a ha tenido a bien celebrar Veinte a?os de obras en papel del gran artista Carlos Pellicer. Inaugurada por la Embajadora Mar¨ªa Carmen O?ate, entre un limitado aforo de invitados con mascarilla, el artista Pellicer estaba presente en sus papeles y en la pantalla, cerca pero a la distancia que marca no s¨®lo la ¨¦poca, sino la esencia misma del afecto que transpira: no se necesita estar siempre a su lado para sabernos acompa?ados por el entra?able filo entre la odisea de los colores y los pesos de ciertas nostalgias. Es la mirada de los p¨¢rpados entrecerrados, el jersey abotonado hasta el cuello y una tranquila transparencia de la secreta po¨¦tica del arte.
Aqu¨ª hay cuadr¨ªculas amorfas y dameros alineados por el rapto de una ilusi¨®n: es lo que ha quedado en papel, habi¨¦ndose tatuado en una sonrisa que nace desde los p¨¢rpados. Cuando Pellicer agudiza la vista parece cerrar tras las pesta?as los filtros invisibles con los que decanta el color y as¨ª se dice en silencio la secreta geometr¨ªa donde un p¨¢ramo ocre parece pa?o de llanto y una cresta turquesa, el prado de una tertulia impalpable. Se combinan en sus retinas los rojos que fueron rosas y esos azules que orde?an al mar, las parcelas policrom¨¢ticas de un sue?o que ha llegado a la vigilia con una explosi¨®n torrencial y al mismo tiempo, p¨¦talo sutil de las yemas de los dedos como extensi¨®n de la propia mirada que regala a los dem¨¢s.
Me une a Carlos Pellicer un inmenso biombo invisible de afectos compartidos, los fantasmas de afectos en plural y una tauromaquia ¡ªahora, pol¨ªticamente incorrecta¡ª que cifra su geometr¨ªa en el recuerdo de un torero que merec¨ªa torear en el Palacio de Bellas Artes, un juez de plaza que podr¨ªa haber cambiado para bien el C¨®digo Penal o Civil de todo un pa¨ªs y un ramillete de amigos infalibles entre quienes est¨¢n el escritor mexicano de m¨¢s alta estatura y el novelista cubano de eternos oleajes bajo los p¨¢rpados. Me une a Pellicer el recuerdo de tanto cine y libros que me ha contagiado y el atrevimiento de haberle entregado mi primera novela sobre la mesa de un restaurante argentino, sin que supiera que era la primera persona a la que le ped¨ªa opini¨®n sobre esos p¨¢rrafos y as¨ª, pasan los a?os y hemos acumulado papeles de ida y vuelta, papeles hechos a mano.
Carlos Pellicer es un artista cuyos pinceles ejercen el don de la imaginaci¨®n andante: postales del pensamiento y pantalla de los antiguos trenes. Cada paso como s¨ªlabas que se van hilando a espejo del Poeta, cada paseo un p¨¢rrafo pintado en papel que casi podr¨ªa leerse en braille con todos los ojos ajenos que lo admiran: arquitectura sensorial de afectos, cr¨®nica instant¨¢nea de sensaci¨®n¡ m¨²sica de los colores, que quiz¨¢ sea una mejor manera de definir el verdadero papel del arte.
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