Una defensa de la decepci¨®n
Las ideas de la mayor¨ªa de los denominados expertos parecieran estar m¨¢s cerca de sus deseos ¨ªntimos que del an¨¢lisis de la realidad que los rodea
¡°El d¨ªa de hoy hemos terminado de no entender nada¡±, podr¨ªa ser el titular de muchos de los art¨ªculos de opini¨®n que estos d¨ªas llenar¨¢n las p¨¢ginas de los peri¨®dicos y los espacios de la radio y la televisi¨®n, pienso observando, como si fueran diapositivas de otra ¨¦poca, otro pa¨ªs o incluso otra realidad, a los invitados a las mesas de debate tras las elecciones de este domingo.
Monsiv¨¢is lo pens¨® mucho mejor, cuando asever¨®: ¡°O ya no entiendo lo que est¨¢ pasando o ya pas¨® lo que estaba yo entendiendo¡±. Y es que esta sentencia radiograf¨ªa a la mayor¨ªa de los denominados expertos, cuyas ideas parecieran estar m¨¢s cerca de sus deseos ¨ªntimos que del an¨¢lisis de la realidad que los rodea; esa misma que, en el mejor de los casos, no entienden, y, en el peor, pas¨® de largo hace mucho tiempo, sin que se dieran cuenta.
Lo peor, igual, no es no entender o no dar con aquello que se entend¨ªa, es decir, asumir que la ¨¦poca, el pa¨ªs y la realidad que se piensan ser¨¢n siempre la ¨¦poca, el pa¨ªs y la realidad en la que se vive, sino aferrarse a una negaci¨®n ciega. Y es que se puede aceptar casi todo, pero no el infantilismo intelectual, el berrinche del pensador reconvertido en ni?o sin mamila. Y no se puede aceptar porque es un tanto soberbio, a¨²n m¨¢s clasista, pat¨¦ticamente terco y groseramente desp¨®tico.
Que aquel que cuenta con un espacio de magnificaci¨®n de su opini¨®n, utilice ese espacio para lanzar palabras que no son m¨¢s que la autoafirmaci¨®n desesperada de una presupuesta superioridad intelectual, moral o pol¨ªtica es un eclipse de la raz¨®n y es, esto es lo peor y es, tambi¨¦n, otra de las cosas que no parecer¨ªamos entender o que no somos capaces de saber que est¨¢n ah¨ª, una de las explicaciones del espacio, del enorme abismo que se ha abierto entre quienes hablan en voz alta y quienes lo hacen en voz baja ¡ªy ac¨¢ caben los que pegan de gritos en las redes sociales, al tiempo que se convencen de que la pluralidad no es m¨¢s que ese peque?¨ªsimo sitio en el que los ha encerrado su propio promt.
Es verdaderamente esperp¨¦ntico ver a aquellos que han llegado ah¨ª a donde han llegado en nombre, supuestamente, de las ideas, gritar en cadena nacional; llorar, incluso, a moco tendido ¡ªno nos llamemos a enga?o: el M¨¦xico por el que se desga?itan no es el M¨¦xico real, acaso sea, insisto, el de una fantas¨ªa, el de esas peque?¨ªsimas burbujas que, alimentadas por el ego y el amor propio, terminan por pretender pa¨ªses aparentemente inmensos y, claro, inconmensurablemente puros, pero que no son¡ª, mientras se reclama, se insulta y se hace escarnio del votante que, ?vaya insolencia!, ?vaya desobediencia cong¨¦nita!, ?vaya malagradecimiento desarrapado!, reci¨¦n encumbr¨®, con una mayor¨ªa descomunal, la opci¨®n electoral que el neodoliente repudiaba.
Entre otras frases que esta vez aparecieron entre ese v¨®mito de la animadversi¨®n que casi siempre deja tras de s¨ª la embriaguez de la incredulidad, frases construidas y echadas al mundo en esos instantes en que la frustraci¨®n se alinea con la impotencia, dejando asomar la rabia en tiempo real ¡ª?c¨®mo puede ser que no piensen como yo!, ?c¨®mo puede ser que solo yo vea todo as¨ª como lo veo yo!, ?c¨®mo puede ser que el mundo no sea yo!¡ª, hay una que se repite una y otra vez, una frase que se derrama, adem¨¢s, sobre los otros, es decir, los lectores, radioescuchas o televidentes, muchos de los cuales, sin pensar demasiado en la gravedad de las palabras, tambi¨¦n la lanzan, evidenciando su propia impotencia: ¡°ya se arrepentir¨¢n¡±. O, en su versi¨®n violento-pasiva: ¡°a ver si no vuelves a decepcionarte¡±.
Este es el asunto del asunto, para decirlo claro, pues en este particular se condensa lo que, al parecer, tambi¨¦n somos, as¨ª como la forma en que nos relacionamos con los otros y con esa realidad que tanto urge volver a mirar y volver a comprender. Y es que m¨¢s all¨¢ de la amargura, el revanchismo y la ira agazapadas en palabras como ¡°ya se arrepentir¨¢n¡± o ¡°a ver si no vuelves a decepcionarte¡±, es decir, m¨¢s all¨¢ de la pataleta frustrada e inyectada de impotencia intelectual y emocional en que se ahoga el derrotado del meg¨¢fono ¡ªm¨¢s all¨¢, tambi¨¦n, claro, de la actitud con la que, en general, responde el ganador del otro meg¨¢fono, es decir, ese que no llora, pero r¨ªe tan grotesca, pat¨¦tica e impunemente como el primero: ¡°te quedar¨¢s esperando¡±¡ª, hay una presunci¨®n err¨®nea.
La presunci¨®n, me refiero, de que el arrepentimiento, de que la decepci¨®n es algo intr¨ªnsecamente malo; algo espantoso, terrible y peligroso, algo de lo que se debe rehuir siempre. Algo que no debe tocarse porque nos puede convertir en estatuas de piedra, en el mejor de los casos, o, en el peor de los casos, en incongruentes, peor a¨²n, en contradictorios, esa palabra que la derecha puso de moda para eliminar ciertos gestos de la izquierda y que la izquierda puso de moda para eliminar ciertos gestos de la derecha, como si no fu¨¦ramos, todos, ya lo dijo aquel sabio entre sabios, poco m¨¢s que la administraci¨®n de nuestras propias contradicciones.
Si queremos entender, de nueva cuenta, si queremos que aquello que entend¨ªamos vuelva a estar aqu¨ª, una vez m¨¢s, delante o a un lado o detr¨¢s de nosotros, en calidad de realidad y no de quimera, tenemos que empezar por aceptar que el arrepentimiento y la decepci¨®n no s¨®lo son parte de la vida y de la propia realidad, sino que son, en ¨²ltima y m¨¢s importante instancia, la ¨²nica esperanza que le queda a las democracias y a los pueblos, porque son su ¨²nico combustible renovable, tal vez, incluso, su ¨²nica energ¨ªa limpia.
Y es que la decepci¨®n y el arrepentimiento, tanto de los votantes derrotados como de los votantes que resultan victoriosos ¡ªesas que, en efecto, suelen llegar en c¨¢mara m¨¢s lenta y que, no debemos olvidar, pueden estar en extremos opuestos durante la siguiente elecci¨®n¡ª es, hoy en d¨ªa, la ¨²nica arma de destrucci¨®n masiva que tienen los gobernados para amenazar a los gobernantes. La decepci¨®n es, pues, el ¨²nico factor real de poder de los gobernados.
Nuestra decepci¨®n nos separa de las autocracias electivas: deber¨ªa ser, por esto, una actitud que no s¨®lo sea posible, sino deseable en todo momento; una forma de enfrentar al mundo y al presente y no una manera de temerles y rehuirles. Cada cosa que alimenta nuestra decepci¨®n es, en potencia, una que alimenta el inconformismo o, para usar una palabra incluso m¨¢s adecuada, la transformaci¨®n.
En este mundo moderno, hiperconectado e hiperacelerado, en el que nos hallamos atrapados en embudos que s¨®lo devuelven alegr¨ªas instant¨¢neas, cien veces conocidas e impalpables, no s¨®lo en el espacio de lo tangible, tambi¨¦n en el del tiempo, ser¨¢ de la decepci¨®n de donde vuelvan a nacer la actitud y el pensamiento cr¨ªticos.
Y es que s¨®lo la decepci¨®n, reconvertida en esp¨ªritu cr¨ªtico e inconformismo, har¨¢ que el gobierno siguiente sea mejor que el que se va, dando lugar a la exigencia de no repetici¨®n de los errores m¨¢s flagrantes y obscenos de cada administraci¨®n, errores que, parad¨®jicamente, habr¨¢n motivado alguna decepci¨®n.
Errores como la militarizaci¨®n, el trato deshumanizado a los migrantes, la negaci¨®n de la tragedia de los desaparecidos, el manoseo de sem¨¢foros pand¨¦micos, la destrucci¨®n irracional de la naturaleza, el despojo de no pocos territorios, la ceguera ante ciertas violencias, la aparici¨®n de nuevas corrupciones¡
Por m¨¢s que lo repitan y que lo deseen los agoreros del ¡°se los dije¡± ¡ªesa muletilla propia de fantasmas que a¨²n no saben que lo son¡ª, la decepci¨®n no es un ant¨®nimo de la esperanza, sino que es su apellido, el ¨²nico apellido que hoy, de hecho, puede tener la esperanza.
As¨ª que no se sienta usted mal y empiece, como yo, a decepcionarse de una vez, en este mismo instante, si es que no lo ha hecho ya, pues s¨®lo as¨ª ser¨¢ cr¨ªtico con un gobierno que necesitar¨¢ eso de todos sus votantes.
Igual, si todos abrazamos nuestra decepci¨®n, empezaremos a entender todo otra vez: qui¨¦nes somos, c¨®mo es nuestro pa¨ªs y cu¨¢l realidad habitamos.
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