M¨¦xico y el mundo: la br¨²jula perdida
La reaparici¨®n declarativa y epistolar de M¨¦xico en estos a?os ha reanimado la discusi¨®n de si el pa¨ªs necesita una pol¨ªtica exterior distinta y m¨¢s funcional para el complicado siglo XXI
La reaparici¨®n declarativa y epistolar de M¨¦xico en estos a?os, a ratos ocurrente y a ratos hilarante, en ciertos asuntos internacionales, desde la ambig¨¹edad sobre Ucrania o el ataque de Hamas a Israel, hasta el fraude electoral en Venezuela, los pleitos con Espa?a, Per¨², Ecuador, EEUU, ONU, OEA y un largo etc¨¦tera, ha reanimado la discusi¨®n de una asignatura pendiente que va m¨¢s all¨¢ de filias, fobias e historias y que consiste en examinar si M¨¦xico necesita una pol¨ªtica exterior distinta y m¨¢s funcional en el in¨¦dito, cambiante y complicado siglo XXI.
Aunque las diversas crisis en la regi¨®n ¨Ddesde la pobreza, la violencia y la migraci¨®n hasta el populismo y la autocracia crecientes¨D no son menores, la discusi¨®n de fondo es en realidad acerca del papel que M¨¦xico debe jugar, si alguno, en una coyuntura internacional tan inestable. Veamos.
En la iconograf¨ªa c¨ªvica nacional, la pol¨ªtica exterior ha sido, entre mitos, realidades y desaf¨ªos, una de las ¨¢reas en donde los diferentes actores parec¨ªan haber logrado, al menos hasta hace alg¨²n tiempo, un elevado grado de coincidencias. A diferencia de otras pol¨ªticas p¨²blicas, la acci¨®n internacional de M¨¦xico hab¨ªa sido generalmente una zona de consensos m¨¢s que de disensos; una extensi¨®n del l¨¢baro patrio en el que se envolvieron ¨Dbajo una mezcla de nacionalismo, timidez y desconfianza ante lo externo¨D gobiernos, partidos, academia y opini¨®n p¨²blica, tanto para resolver determinados arreglos de la pol¨ªtica dom¨¦stica, como para que el pa¨ªs buscara un espacio en el mundo.
El car¨¢cter relativamente aut¨®nomo de esa pol¨ªtica fue, en buena medida, instrumental y pr¨¢ctico. Una lectura detenida y desapasionada muestra que la pol¨ªtica exterior no fue siempre una pol¨ªtica estrictamente principista ¨Daunque tuvo ¨¦xitos diplom¨¢ticos¨D, sino que de manera a veces muy puntual fue utilizada por los distintos reg¨ªmenes pol¨ªticos, en primer lugar, para ensanchar los m¨¢rgenes de negociaci¨®n en la dif¨ªcil agenda bilateral con los Estados Unidos; para cobijarse, en segundo t¨¦rmino, bajo el paraguas de seguridad norteamericano y evitar que M¨¦xico se viera contaminado por los brotes de insurgencia que proliferaron en Am¨¦rica Latina en los a?os sesenta, y, finalmente, para neutralizar a la disidencia interna y a los grupos de izquierda, entonces ilegales en M¨¦xico, que supuestamente amenazaban la estabilidad pol¨ªtica encarnada en el r¨¦gimen de partido ¨²nico.
Hasta principios de los a?os ochenta, medida contra esos objetivos y bajo una concepci¨®n el¨¢stica del ¡°inter¨¦s nacional¡±, ese dise?o funcion¨® con eficacia razonable, pero no en cuanto a los resultados que arroj¨® sobre otras variables clave para el pa¨ªs, como su inserci¨®n econ¨®mica internacional o sus niveles de competitividad, ni tampoco contribuy¨® a disminuir la dependencia econ¨®mica externa o a otorgarle a M¨¦xico un protagonismo muy relevante en el escenario internacional. De hecho, ninguna de esas cosas ocurri¨®.
Las lecciones derivadas de esos per¨ªodos m¨¢s la consolidaci¨®n de EE UU como la superpotencia econ¨®mica, militar y pol¨ªtica; la revoluci¨®n tecnol¨®gica; la globalizaci¨®n financiera, y la emergencia de nuevos actores y temas en la agenda internacional, llevaron a M¨¦xico a actualizar su estrategia, a darle a la diplomacia un acento econ¨®mico innovador, y a aceptar que la centralidad de nuestra pol¨ªtica exterior la constituye inexorablemente, y as¨ª ser¨¢ por largas d¨¦cadas todav¨ªa, la relaci¨®n con EE UU, como desde finales del siglo XIX.
Las mejores expresiones de ese cambio pol¨ªtico y conceptual fueron, sin duda, la profunda integraci¨®n econ¨®mica con EE UU a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio, y, en lo interno, los procesos de apertura y modernizaci¨®n del Estado durante el per¨ªodo liberal, cl¨¢sico o nuevo. En consecuencia, para efectos de pol¨ªtica exterior inteligente y pragm¨¢tica ?es hora tambi¨¦n de actualizar la visi¨®n?
La primera cuesti¨®n tiene que ver, ciertamente, con el soporte conceptual. Mientras vivimos en otros per¨ªodos hist¨®ricos fue una decisi¨®n prudente sobrellevar los costos de la vecindad, dar una sensaci¨®n de equilibrio ante el enfrentamiento bipolar, y ofrecer una imagen de progresismo que casaba bien con los vientos de la ¨¦poca.
Pero el M¨¦xico del siglo XXI es ya un pa¨ªs de 130 millones de habitantes, con otros 12 millones viviendo fuera de ¨¦l y unos 26 millones m¨¢s de segunda y tercera generaci¨®n. Es la decimotercera econom¨ªa en el mundo. Comercia bienes y servicios, petr¨®leo incluido, por m¨¢s de 1.1 billones de d¨®lares anuales con el exterior . Comparte la segunda frontera m¨¢s extensa con el pa¨ªs todav¨ªa m¨¢s poderoso del planeta, del que ya es, aun con el impacto de China, su primer socio comercial, y existen unas 32.000 empresas de capital norteamericano en M¨¦xico.
Por tanto ?debe o, mejor dicho, puede un pa¨ªs con estas caracter¨ªsticas tener una pol¨ªtica exterior tradicional cuyas orientaciones sean los devaneos adolescentes de la era bipolar (¡°Que lo oiga bien Mosc¨², que lo oiga bien Washington¡±, sol¨ªa decir con desmesura Luis Echeverr¨ªa en los setenta) o la historia oficial de los libros de texto? Probablemente no. Antes bien, M¨¦xico necesita una pol¨ªtica exterior incluso m¨¢s activa, que lleve a repensar con pragmatismo los principios en funci¨®n de las nuevas realidades pol¨ªticas y econ¨®micas a nivel internacional. Y esto pasa, inevitablemente, por la relaci¨®n con EE UU.
Largamente discutida pero nunca resuelta, y en el ¨ªnterin aderezada por la quimera de la ¡°diversificaci¨®n¡± o la ¡°integraci¨®n¡± latinoamericana, esa relaci¨®n sigue siendo un aspecto algo traum¨¢tico en nuestra cultura c¨ªvica y, l¨®gicamente, en la forma como M¨¦xico se relaciona con el exterior. Aunque el psicoan¨¢lisis es la ¨²nica enfermedad ¡°que se reivindica a s¨ª misma como una cura¡±, seg¨²n dec¨ªa Karl Kraus, a veces parece que es el camino que queda para aceptar que ning¨²n pa¨ªs puede ingresar a la edad adulta si no comprende y procesa con nitidez y sentido pr¨¢ctico las lecciones de su propio pasado, afronta sus fantasmas y comprende su papel en el presente y el futuro.
Y los datos duros y hechos concretos en materia de seguridad regional, violencia fronteriza, migraci¨®n, drogas, crimen organizado, medio ambiente, inversi¨®n y comercio ¨Dque son la estructura vertebral de la relaci¨®n bilateral¨D son inequ¨ªvocos: M¨¦xico no tiene ni tendr¨¢ una relaci¨®n tan crucial y estrat¨¦gica como con EE UU.
En consecuencia, se trata ahora de que M¨¦xico cuente, en un sentido geopol¨ªtico y econ¨®mico integral y de largo plazo, con un ¡°pensamiento estrat¨¦gico¡± en el campo internacional; de identificar que cualquier pa¨ªs necesita definir sus prioridades reales y concretas y sus socios, amigos o aliados, de asumir los compromisos, ventajas y costos derivados de esa elecci¨®n, y, por ende, de actuar en consecuencia.
Finalmente ?son algunos problemas puntuales de la coyuntura los m¨¢s relevantes o es que, en realidad, M¨¦xico necesita examinar, reflexionar, discutir, dise?ar, formular y ejecutar una pol¨ªtica exterior distinta? Todo indica que s¨ª. Abordar hoy los distintos conflictos y crisis en el escenario internacional y tener una posici¨®n clara frente a ellos debe darle densidad a una agenda exterior coherente, ordenada, pr¨¢ctica y efectiva.
En el mundo l¨ªquido del siglo XXI, esa pol¨ªtica no puede depender de declaraciones infantiles ni de demagogia burocr¨¢tica sino del crecimiento integral, sostenido, competitivo y equitativo del pa¨ªs, y a ello debe contribuir la pol¨ªtica exterior.
El M¨¦xico del siglo XXI debe comprender mejor el mundo real y distinto, moverse con mayor confianza y madurez, asumir responsablemente que puede desempe?ar un cierto papel en el escenario hemisf¨¦rico, y aceptar que parte fundamental de su desarrollo y prosperidad est¨¢ y estar¨¢ ligado, ineludiblemente, a la evoluci¨®n de una arquitectura internacional de la que, aunque quiera evadirla, forma parte.
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