Una reforma en busca de sentido
Si quienes presentaron la iniciativa hubieran tenido el valor de contarnos sus intenciones verdaderas, la reforma judicial contar¨ªa con un sentido y no estar¨ªamos en las simulaciones que impiden asignarle su car¨¢cter
La reforma judicial avanza, pero avanza mal. Los pasos jur¨ªdicos necesarios para su culminaci¨®n son torpes, descoordinados. Por momentos da la impresi¨®n de que sus apoyadores saben lo que hacen, pero despu¨¦s se contradicen y disuelven la apariencia. Declaran que no entienden lo que hacen o que los males ser¨¢n conjurados en el final que sobrevendr¨¢. Suponen que errores, omisiones, contradicciones, dudas y desconciertos ser¨¢n superados por la grandiosidad a la que llegaremos.
Mientras los cr¨ªticos y los observadores planteamos dudas sobre la reforma, sus comprometidos realizadores esperan el epif¨¢nico momento en el que la realidad les confirme sus todav¨ªa deseos, les imponga la calidad de triunfantes y les permita mostrar su poder sobre los incr¨¦dulos. Los campeones de la reforma judicial apuran y esperan su final realizaci¨®n para confirmarse vencedores pol¨ªticos, pero, sobre todo, morales. Personas que, nos dir¨¢n, se mantuvieron firmes no por vanidad o esp¨ªritu de cuerpo, sino por la convicci¨®n de la tarea a desempe?ar. Personas que, se dir¨¢n, lo arriesgaron todo por un ideal y nunca por la necesidad de agregarse a algo que les diera sentido de s¨ª mismos o protecci¨®n por lo antes hecho. Personas que, afirmar¨¢n, miraron siempre por la salvaci¨®n de un pueblo al que desde el inicio amaron y al que ahora, y gracias a la aparici¨®n de un l¨ªder, han podido acercarse y servir.
La reforma judicial avanza en sus aspectos inmediatos. Sus avances, sin embargo, muestran su falta de sentido. Los actos cotidianos de acompa?amiento no son suficientes para conferirle los atributos que las entusiastas declaraciones pretenden establecer. Pregones aparte, la reforma judicial sigue siendo lo que desde sus or¨ªgenes fue: la voluntarista determinaci¨®n de quien decidi¨® suprimir la autonom¨ªa e independencia judicial. Es por ello que la propuesta y la reforma carecieron y carecen de justificaci¨®n.
Quienes presentaron la iniciativa, y quienes la idearon y la prepararon, no quisieron o no pudieron compartirnos sus motivos. Prefirieron sustentarla en la autorreferente narraci¨®n sobre la inutilidad, corrupci¨®n o confrontaci¨®n de los juzgadores nacionales con el proyecto de naci¨®n encarnado en una persona. Al presentarse el 5 de febrero de 2024, la propuesta era una mera posibilidad condicionada por las venideras elecciones. Pas¨® despu¨¦s a ser una imposici¨®n a la heredera del movimiento. Urnas de por medio, adquiri¨® el car¨¢cter de mandato directo e inalterable. Finalmente, y ante la transmutaci¨®n de papeles presidenciales, la iniciativa se configur¨® como imperativo moral. Lo que comenz¨® como mera decisi¨®n termin¨® siendo una especie de ¨¦tica popular establecida para no traicionar a un electorado que en condiciones plebiscitarias acudi¨® a las urnas por y para esa reforma.
La reforma judicial no tiene sentido porque desde la iniciativa careci¨® de ¨¦l o, m¨¢s posiblemente, qued¨® oculto con palabras que dec¨ªan otras cosas. Si hoy parece que la reforma tiene rumbo y direcci¨®n se debe a que el proceso y sus incipientes resultados se est¨¢n dando. Esta situaci¨®n exige distinguir entre el hacer y lo que se hace. Entre moverse y saber la direcci¨®n y prop¨®sito del movimiento; ya que lo cuantitativo no terminar¨¢ por ser cualitativo. Por muchas que sean las reformas legales, los acuerdos administrativos o las postulaciones ser¨¢n agregadas a una masa de normas y pr¨¢cticas que seguir¨¢n careciendo de sentido.
El sentido de la reforma judicial no puede descansar en la mera calidad de quien present¨® la iniciativa o en el mero acto de presentaci¨®n. Tampoco puede provenir del resultado de la elecci¨®n, ni de los consabidos 36 millones de votos en favor de la actual presidenta de la Rep¨²blica. Menos a¨²n puede extraerse tal sentido del voto mayoritario del oficialismo en el Congreso de la Uni¨®n y en la mayor¨ªa de las legislaturas locales. Suponer que el sentido de la reforma judicial parte de esos elementos, ser¨ªa tanto como asumir que la reforma no vale por lo que es, sino por la mera y contingente posici¨®n de quienes hoy ocupan la titularidad de diversos cargos p¨²blicos. Colocarse en esta condici¨®n mayorista implicar¨ªa negar la razonabilidad de un movimiento tenido como intr¨ªnsecamente moral. El mero mayorismo conlleva la imposibilidad de distinguir entre el movimiento que se estima leg¨ªtimamente transformador frente a los que hoy se tienen como perversos partidos o ideolog¨ªas del pasado, y aquellos que en el futuro podr¨ªan desplazar a la actual casa reinante.
El sentido de la reforma judicial tiene que ser la propia reforma judicial. El oficialismo pasado y presente nos ha dicho que se trata de un cambio para que la justicia pertenezca al pueblo, los corruptos se vayan y los intereses privados se desincorporen. Para que todo esto fuera posible, la reforma debi¨® haber tenido otra estructura y composici¨®n. Tendr¨ªa que haberse hecho cargo de los conflictos existentes en la sociedad actual, as¨ª como los medios para resolverlos. Debi¨® haber avanzado en la conformaci¨®n de los litigios y sus modos de tramitaci¨®n. Debi¨® haberse considerado la existencia de una carrera judicial y los medios de ascenso y permanencia de sus integrantes. Tuvo que haber previsto la manera de identificar corruptos y corruptores a fin de no trivializar el tema. Necesit¨® haber visto a la procuraci¨®n y la impartici¨®n de justicia como un todo, as¨ª como sus maneras de inserci¨®n en el sistema jur¨ªdico nacional. Debi¨® haberse hecho cargo de las inocultables condiciones de criminalidad existentes en el pa¨ªs, as¨ª como sus maneras pol¨ªticas, empresariales y estrictamente delincuenciales de realizaci¨®n. Hubo de hacerse cargo de la necesidad de comprender a la jurisdicci¨®n como una indispensable funci¨®n del Estado y no suponerla como una rama adversarial al mismo.
Como nada de lo anterior se tuvo en cuenta y, por el contrario, la iniciativa y sus acompa?amientos mel¨®dicos se limitaron a insistir en las antes dichas corrupciones y clasismos, queda la sospecha, desde luego fundada, de que lo que se dice que se quiere lograr y lo que en realidad se pretende alcanzar no s¨®lo son incompatibles, sino que m¨¢s bien est¨¢n en oposici¨®n. M¨¢s a¨²n, que entre lo dicho y lo deseado hay unas profundas diferencias y que es gracias a estas que la reforma carece de sentido. Que lo que se nos dice que est¨¢ pasando o se est¨¢ buscando es distinto a lo que en realidad se pretende que finalmente acontezca.
Si al presentarse la iniciativa, atarla a la elecci¨®n o exigirla como deber moral, se nos hubiera dicho que con ella se buscaba acumular el poder mediante la supresi¨®n de quienes ejercen frenos y contrapesos jur¨ªdicos, la reforma judicial tendr¨ªa sentido. Cualquier cr¨ªtico o lector m¨ªnimamente interesado podr¨ªa constatar con facilidad la correspondencia entre las pretensiones y objetivos reformistas con las estructuras y desenlaces buscados. Ser¨ªa f¨¢cilmente reconocible la intencionalidad de las elecciones populares; y la b¨²squeda de predominio de la actual clase pol¨ªtica sobre la clase jur¨ªdica hasta el punto de subordinarla cuando no de plano incorporarla. Ser¨ªa perfectamente entendible la ausencia de diagn¨®sticos sobre la situaci¨®n a superar, as¨ª como del planteamiento de remedios frente a los muchos e indisputables problemas de la procuraci¨®n y la impartici¨®n de justicia en nuestro pa¨ªs. Si quienes presentaron y prepararon la iniciativa, o quienes de una u otra manera la han apoyado, hubieran tenido el valor o, siquiera, la decencia de contarnos o al menos esbozarnos sus intenciones verdaderas, la reforma contar¨ªa con un sentido. Todos sabr¨ªamos para qu¨¦ fue hecha y no estar¨ªamos en los juegos y las simulaciones que finalmente impiden asignarle su car¨¢cter. El activismo que desde la oficialidad se despliega pr¨¢cticamente a diario para tratar de decirnos que lo que estamos viendo es producto de nuestros propios atavismos o intereses pero que, en realidad, no es ni lo que est¨¢ sucediendo ni lo que se pretende que suceda, es la muestra m¨¢s palpable de la imposibilidad de contarnos, y tal vez de contarse, lo que la reforma es.
El creador de la reforma judicial la arroj¨® al mundo de la pol¨ªtica fundado en su legitimidad. Al hacerlo no se atrevi¨® a confesarnos sus intenciones. Pretendi¨® darle un car¨¢cter distinto para hacerla respetada y aceptable. Es por ello que carece de sentido. Las voces que a diario y en coro tratan de decirnos lo contrario no hacen nada m¨¢s sino confirmarnos la disonancia entre lo que se dice querer hacer y lo que se sabe que se est¨¢ haciendo.
@JRCossio
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