Sin toros

Si la peste del coronavirus no nos hubiera ca¨ªdo encima como una maldici¨®n, pese a la decadencia en que ha entrado la fiesta nacional, a estas alturas de la primavera se estar¨ªan celebrando las corridas de toros de la Feria de San Isidro en Madrid. Puede que para muchos antitaurinos contemplar la plaza de Las Ventas clausurada suponga un indudable alivio, pero no ser¨¦ yo, ni siquiera en este caso, quien se alegre del mal ajeno, un resentimiento tan arraigado en la psicolog¨ªa del espa?ol frustrado. Probablemente la pandemia habr¨¢ asestado una estocada mortal a los empresarios del negocio taurino, ganaderos de reses bravas, toreros y apoderados. Toros criados con esmero para la lidia ir¨¢n directamente al matadero, donde ser¨¢n tratados como simples reses de carne an¨®nima. Algunos artistas e intelectuales castizos que adornan la fiesta nacional podr¨¢n decir que a ese noble y bravo animal se le ha hurtado la gloria de morir peleando en la plaza para convertir su sangrienta tortura en arte o cultura. Pese a que detesto comer carne, siempre he cre¨ªdo que este no ser¨¢ un pa¨ªs del todo civilizado hasta que el nombre de Miura, en vez de llevarnos a imaginar el peligro de una aviesa cornada en la femoral, se asimile a un solomillo en un buen restaurante. En lugar de exaltar la muerte como espect¨¢culo y elevar el desolladero a escuela de filosof¨ªa habr¨ªa que dedicar todo el af¨¢n gastron¨®mico a que las famosas divisas de Miura, Domecq, Pablo Romero o Vitorino sean un d¨ªa sin¨®nimo de entrecots, solomillos y chuletas. As¨ª sucedi¨® con la ganader¨ªa de Villagodio, que iba para bravo y al salir el ganado manso ha contribuido a la felicidad del est¨®mago de los espa?oles, puesto que hoy en los libros de cocina un villagodio significa un chulet¨®n de lomo alto, que llega a la mesa sin haber sido cruelmente atormentado en medio del bullicio de la fiesta.