El malentendido
La comunicaci¨®n, el gran mito de nuestra ¨¦poca, est¨¢ llena de ruidos
No siempre es f¨¢cil entenderse, as¨ª que imaginen hasta qu¨¦ punto puede complicarse la tarea si no hay m¨¢s remedio que encerrarse en casa y conectar con los que est¨¢n afuera a trav¨¦s de cualquier tipo de tecnolog¨ªa. El confinamiento seguro que ha provocado, por eso, un sinf¨ªn de malentendidos, equ¨ªvocos, suspicacias, paranoias. Es l¨®gico: el tel¨¦fono no recoge la infinidad de matices que intervienen en una relaci¨®n cuando se est¨¢ cara a cara, y ya se sabe que las palabras son traicioneras y que muchas veces dicen m¨¢s o menos de lo que estrictamente quer¨ªamos decir. Con los mensajes, y m¨¢s si son cortos, la cosa puede enredarse todav¨ªa m¨¢s. ¡°Estoy bien¡±, lees en la pantalla del m¨®vil. ?Pero qu¨¦ quiere decir el que est¨¢ al otro lado? ?Que est¨¢ bien porque ha conseguido evitar colgarse de puro aburrimiento de la viga del techo o porque ha alcanzado por fin la dicha de conocerse a fondo en pleno aislamiento?
La comunicaci¨®n est¨¢ sobrevalorada. Suele darse por descontado que lo que decimos y escribimos les llega a los dem¨¢s con todas las garant¨ªas de no haber sufrido alteraci¨®n alguna durante el proceso, y que no hay m¨¢s que abrir la c¨¢psula y tragarse el contenido. Tanta buena fama tiene la comunicaci¨®n que la pol¨ªtica est¨¢ quedando hoy cada vez m¨¢s reducida a eso, a gabinetes de expertos obsesionados por transmitir un relato, unas consignas, unas cuantas p¨ªldoras cargadas de bienaventuranzas para asegurar la fidelidad del votante. Pero es posible que las cosas no funcionen tan bien engrasadas y que lo que quede al final no sea m¨¢s que ruido.
En un reciente ensayo, Signos de contrabando, el fil¨®sofo Antonio Valdecantos ha puesto en la picota la idea de comunicaci¨®n y se ha afanado en dinamitar toda la mitolog¨ªa que la sostiene. Todo est¨¢ configurado, si sirve la caricatura, en torno al supuesto de que hay sujetos de una pieza que transmiten verdades mondas y lirondas y que, al otro lado, existen otros sujetos de una pieza que las reciben tal cual, sin m¨¢cula alguna, perfectamente inteligibles. Pero igual nada de todo esto es cierto, y resulta que las identidades son resbaladizas ¡ªmestizas, ambiguas, h¨ªbridas, descoyuntadas¡ª y que no hay nada armado antes de que el lenguaje lo traslade de un lado a otro. M¨¢s bien parece que al hablar (o escribir) nos vamos inventando y destornillando, nos perdemos y nos encontramos, nos ocultamos cuando queremos revelarnos o, justo al rev¨¦s, decimos lo que justo pretend¨ªamos guardar como el mayor secreto.
Ya metido en faena, Valdecantos observa que ¡°el lenguaje es el paso de un malentendido a otro¡±. Escribe: ¡°?Qu¨¦ hacer cuando los elogios que uno recibe, la fama de que disfruta, el empleo que lo alimenta, las amistades que lo entretienen, los amores que lo mueven y la estimaci¨®n que en general se le dispensa est¨¢n causados por un malentendido, o lo est¨¢, por lo menos, alguno de estos elementos?¡±. Nadie est¨¢ libre de estas confusiones. Comenta tambi¨¦n Valdecantos que ¡°el conocimiento que se tiene de la mayor parte de las verdades es hijo de la trampa, de la precipitaci¨®n, de la chapuza o de la pereza¡±. As¨ª que, si la comunicaci¨®n es tan fr¨¢gil y el malentendido est¨¢ tan fuertemente incrustado en el lenguaje, ?c¨®mo no mantener una prudente distancia frente a tantas aparatosas puestas en escena donde los pol¨ªticos exhiben sus verdades intachables?
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