Pactar¡ por exigencias del gui¨®n
Como advert¨ªa Jeffrey Green, tendemos a una democracia no para ciudadanos sino espectadores
Echenique, con una cl¨¢sica torpeza de Twitter, sosten¨ªa esta semana que ¡°Cuando se forma un gobierno de coalici¨®n, ninguna de las dos partes renuncia a nada de su programa¡± y mencionaba el impuesto a la riqueza. Un d¨ªa despu¨¦s, Podemos hab¨ªa renunciado al impuesto de la riqueza y Echenique tuiteaba: ¡°A todos los partidos nos gustar¨ªa tener m¨¢s apoyo para poder sacar adelante m¨¢s medidas de nuestro programa, pero 35 diputados dan para lo que dan¡±. Alehop. 24 horas bastan para ir del postureo a la realidad; un tr¨¢nsito que, a la fuerza ahorcan, va consumando Podemos desde el poder.
Pactar es, casi por definici¨®n, una gesti¨®n equilibrada de renuncias. En definitiva acordar ¡ªetimol¨®gicamente, unir corazones, o voluntades¡ª requiere aceptar cosas que no querr¨ªas y ceder parte de lo que s¨ª quieres. Es de primero de democracia, pero en ese viaje a la realidad no s¨®lo ten¨ªa billete Podemos. Tras semanas a cara de perro, la convalidaci¨®n del decreto de nueva normalidad se ha aprobado finalmente con PSOE, PP, UP, Cs, PNV y M¨¢s Pa¨ªs, una mayor¨ªa que va de izquierda a derecha, del centro a la periferia, del liberalismo al nacionalismo, naturalmente a golpe de cesi¨®n. Esto no supone una p¨¦rdida de identidad por la que martirizarse, sino un s¨ªntoma de madurez. Para el imprescindible pacto de los ERTE se han necesitado cuatro borradores, media docena de reuniones e innumerables intercambios puliendo las renuncias: ¡°Todos hemos cedido¡±, concluy¨® la ministra. L¨®gico. Tambi¨¦n el Gobierno ha renunciado a sus planes fiscales para favorecer un acuerdo en la Comisi¨®n de Reconstrucci¨®n al que el PP se suma desde la cr¨ªtica, y eso es saludable. Su portavoz, Ana Pastor, menciona el gran Pacto por la Sanidad pendiente, pero si hay una deuda es la Educaci¨®n, que s¨®lo estuvo cerca con ?ngel Gabilondo hasta que se cruzaron las elecciones en el precipicio de la crisis de 2008.
La cultura del pacto est¨¢ herrumbrosa, por falta de uso, en Espa?a. Resulta infantil ver a portavoces de PSOE y PP enfatizar que el otro por fin ha cambiado. De hecho, y ¨¦sa es la buena noticia, todos rectifican tras abusar del tacticismo m¨¢s o menos beligerante. Pero se ve que no les resulta f¨¢cil. Esta semana, de hecho, delata hasta qu¨¦ punto la pulsi¨®n vetocr¨¢tica debe mucho a la exhibici¨®n medi¨¢tica. Como advert¨ªa Jeffrey Green, tendemos a una democracia no para ciudadanos sino espectadores. El homo videns de Sartori en tiempos de showcracia. Por eso los partidos hablan de pactar y a la vez exhiben una displicencia hostil, a menudo jaleados por los propios medios como claque. Dicen el otro cede como si cayera derrotado, en lugar de ser un triunfo colectivo. La democracia es rivalidad, confrontaci¨®n, y no precisamente con estilo de hermanitas ursulinas, pero el objetivo es el inter¨¦s general. A algunos les cuesta distanciarse para asumir esto. Por eso sienten que se pacta vergonzantemente y tienden a justificarse, como las actrices por los desnudos cinematogr¨¢ficos en los setenta, por exigencias del gui¨®n.
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