Todos los problemas del mundo
La mayor¨ªa de las personas tenemos que enfrentar los l¨ªos que penden directamente encima de nuestras cabezas como espadas amenazantes
Tengo un amigo que podemos considerar un alma noble y preocupada por los dem¨¢s. Es probable que usted tambi¨¦n cuente con uno as¨ª. Ya sabe: alguien consagrado a la empat¨ªa en horarios de puesto de socorros de la Cruz Roja. Es decir, todo el tiempo, sin parpadeo ni descanso. Mi amigo asegura ser de sue?o inquieto, porque los diversos males del mundo lo conmueven demasiado y le impiden dormir a pata suelta. Y por ello es un habitante perpetuo de las redes sociales, en las que publica sin pausa, como uno de esos antiguos teletipos de las agencias noticiosas dedicados a emitir despachos informativos todo el santo d¨ªa.
Mi amigo no solo pasa la vida ¡°reposteando¡± y ¡°retuiteando¡± caricaturas bienintencionadas y educativas, que no son graciosas ni agudas, pero que destacan, siempre, los beneficios ¨¦ticos de no ser unos desgraciados con el resto de los seres vivos. No. Su actividad va m¨¢s all¨¢. Replica, por ejemplo, cada una de las publicaciones que llegan a su ojos con peticiones de apoyo para el tratamiento, rescate y/o adopci¨®n de animales callejeros o abandonados a lo largo de la geograf¨ªa latinoamericana: un caniche sin placa encontrado en el puerto de Guayaquil, Ecuador; dos perritos botados a un solar en Tampico, M¨¦xico; un gato con problemas de retina en Valdivia, Chile. Y tambi¨¦n ¡°comparte¡± maquinalmente decenas de publicaciones que piden solidaridad con micronegocios en apuros¡ Lo cual provoca toda clase de confusiones entre sus amigos locales, pues bien puede suceder que uno trate de involucrarse y acabe descubriendo que es imposible, por culpa de la maldita distancia y el costo o la imposibilidad de los env¨ªos, hacerle pedidos a una librer¨ªa-cafeter¨ªa al borde de la quiebra en Le¨®n, Nicaragua, o comprarle unas ricas empanadas de ¡°choclo¡± a un jubilado de Comodoro Rivadavia, Argentina.
Por eso, el efecto de seguir en redes a ese Aleph de la necesidad que mi amigo resulta tan deprimente. Hay demasiados negocios peque?os e independientes por salvar, demasiados animales maltratados en busca de una oportunidad, demasiados comportamientos espantosos a corregir denunciados en sus cartones pedag¨®gicos. Pero no hay dinero que pueda pagar por todo eso, ni tiempo de vida para remediarlo. No hay patio donde quepan tantos gatos. Y como le sucede a aquel sult¨¢n de un cuento de Las mil y una noches, al que un sabio le sumerge la cabeza en un cubo de agua durante unos instantes, que, por arte de magia, se convierten para el sult¨¢n en a?os de vida miserable, solo queremos escapar.
Porque, a menos que seamos unos arist¨®cratas ociosos, antes que lanzarnos a resolver los atolladeros del mundo cual si fu¨¦ramos unos Quijotes, la mayor¨ªa de las personas tenemos que enfrentar los l¨ªos que penden directamente encima de nuestras cabezas como espadas amenazantes. Supervivencia, sostenimiento de mayores ancianos o hijos peque?os, deudas, medicamentos, colegiaturas, hipotecas¡ Suena poco heroico, desde luego, pero es lo que tenemos. Cualquier estad¨ªstica sobre los ingresos en M¨¦xico nos lo demostrar¨¢: hay millones de personas en la pobreza o al borde de caer en ella y otros tantos que forman parte de una ¡°clase media¡± m¨¢s aspiracional que econ¨®mica, porque tres meses y medio de pandemia y cuarentena nos tienen en la lona. ?Somos unos inconsecuentes y unos p¨¦simos humanos si dejamos en segundo plano la salvaci¨®n del mundo y nos ocupamos primero de los infinitos problemas que nos competen de forma directa? Me temo que as¨ª es como nos sentimos varios todas las ma?anas. Pero igual tenemos que ponernos a chambear...
Ya lo dijo el editor y traductor catal¨¢n Joan Petit: ¡°Alguien est¨¢ aquejado de angustia metaf¨ªsica. De pronto llaman a su puerta. Es el cobrador del alquiler. No tiene dinero para pagarle. ?En qu¨¦ se convierte su angustia metaf¨ªsica?¡±. Y cuando eso suceda (y vaya que llega a pasar), cuando un banco nos embargue o una empresa de servicios nos corte la luz, no habr¨¢ una sola publicaci¨®n en redes que nos salve. Porque, antes que nada, vivimos en el reino de las angustias concretas. Que no dan gloria pero s¨ª merman.
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