El punto de vista de Julio Caro Baroja
El centro del mundo no se halla nunca donde est¨¢ uno, pero es vano buscar lugares o tiempos mejores
Hace algo m¨¢s de 40 a?os, este peri¨®dico publicaba unas notas cuya lectura no resultar¨¢ muy provechosa a quien busque en el pasado ejemplos de conducta o motivos de conmemoraci¨®n. Su autor evocaba unas elecciones municipales recientes cuyas ¡°consignas y divisas¡± se le hab¨ªan mostrado ¡°harapientas, zarrapastrosas y, en suma, cochambrosas¡±. La clase de mugre en la que propon¨ªa pensar impregnaba estampas que en la ¨¦poca deb¨ªan de resultar casi costumbristas: ?qu¨¦ decir del ¡°coche robado por personas que quieren gozar de los encantos de un bail¨®n en Las Rozas, Las Matas, Alcobendas o Arganda, y dejarlo luego abandonado?¡±. Pero tal sordidez no era privativa del Madrid de 1979, sino s¨®lo un pretexto para ¡°sospechar en ¨²ltima instancia que, a lo mejor, un gran hombre del pasado era tan cochambroso como creemos que han sido o son algunos hombres del presente¡±. Nunca sabremos si lo defendido por aquel art¨ªculo deb¨ªa tomarse o no al pie de la letra, aunque esta duda es lo que menos importa.
El autor de aquellas observaciones, tituladas Para una interpretaci¨®n cochambrosa de la historia, era Julio Caro Baroja, un sabio de 64 a?os entonces, y de cuya muerte se cumple ahora un cuarto de siglo. En 1972, con ocasi¨®n del centenario del nacimiento de su t¨ªo P¨ªo, don Julio public¨® el legendario libro de memorias Los Baroja, donde, evocando su infancia, apuntaba de pasada que ¡°el Madrid de barrio de 1925 en muchos aspectos a¨²n estaba m¨¢s cerca de 1870 que de 1970¡±. ?Cabe ampliar la apostilla en cuesti¨®n al resto de la capital, a Espa?a y a Europa? La perplejidad que suscita la pregunta quiz¨¢ aumente si se tiene en cuenta que la fecha que tomaba Caro Baroja como actual es para nosotros tan lejana como lo era entonces la que parec¨ªa pr¨®xima a 1870.
Un poco m¨¢s de cronolog¨ªa puede resultar instructiva. En 1989, Julio Caro public¨® unos dibujos, resultantes, seg¨²n el pr¨®logo, de cierto hallazgo en Porta Portese y firmados por alguien que respond¨ªa a las iniciales J. C. B., de 165 a?os de edad, aunque alguna hoja aparec¨ªa fechada en 1492. Por su parte, en un admirable libro p¨®stumo de ¡°pastiches¡± narrativos ¡ªatribuido, en este caso, a Giulio Griggione¡ª, Caro Baroja hace aparecer, en una tertulia romana de mediados del siglo XX, a un doctor Nessi ¡ªse trata del cuarto apellido del verdadero autor¡ª nacido en 1787. Sin duda el libro en cuesti¨®n, Las veladas de santa Eufrosina, es todo ¨¦l un tratado de filosof¨ªa de la historia, cuyo autor no s¨®lo parece estimar poco su propio tiempo, sino que no est¨¢ muy seguro de que sea propio del todo.
Alguien podr¨ªa desenmascarar en lo anterior la empalagosa nostalgia profesional del estudioso que inventa un pasado, pr¨®ximo o remoto, para jactarse de pertenecer a ¨¦l m¨¢s que al ingrato presente. Pero Caro Baroja ha escrito que la historia universal es zarrapastrosa, y la cochambre deber¨ªa avenirse mal con la nostalgia. Debe a?adirse que este hombre, siendo ni?o, hab¨ªa cre¨ªdo durante a?os que los mu?ecos del gui?ol ¡°eran seres humanos de carne y hueso, feos y peque?os¡±, y declara en su madurez que, en general, la apariencia le ha bastado siempre y que nunca ha visto la ¡°realidad honda¡± en ninguna parte.
Como los personajes carobarojianos que viven centenares de a?os, el pasado siempre es m¨¢s duradero de lo que dice la cronolog¨ªa. Aby Warburg descubri¨® cosas semejantes cuando don Julio era un ni?o madrile?o atemorizado por los t¨ªteres. El pasado, al igual que las marionetas, est¨¢ a veces tan vivo, para bien o para mal, como lo est¨¢n el presente y los espectadores del gui?ol. Para mal casi siempre, por las razones ya expuestas.
El punto de vista de Julio Caro Baroja es el de alguien que querr¨ªa ser de otro tiempo y de otro sitio, pero que, despu¨¦s de haber estudiado muchas ¨¦pocas y recorrido no poco mundo, sabe que todo se parece demasiado a todo, principalmente en lo peor. Tiene conciencia clara de estar donde est¨¢, aunque tambi¨¦n la tiene de que ning¨²n espacio y ning¨²n momento son m¨¢s que la resonancia de otros muchos, tan presentes como el que se tiene por propio, y a veces m¨¢s.
El centro del mundo no se halla nunca donde est¨¢ uno, pero resulta vano buscar lugares o tiempos mejores y, sobre todo, esperar sorpresas. Lo primero que debe evitar quien investigue el pasado es verlo como un pintoresco pa¨ªs lejano. Conviene no olvidarlo: en caso de que el pasado est¨¦ lejos, lo estar¨¢ tanto como ese presente que en vano se presume de conocer y al que, sin ninguna clase de motivo, el desdichado que cacarea tal cosa dice tener entre sus pertenencias.
Antonio Valdecantos es fil¨®sofo y escritor. Dirige el Instituto de Historiograf¨ªa Julio Caro Baroja de la Universidad Carlos III.
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