La pandemia en la c¨¢rcel de Nueva York
En una de las ciudades estadounidenses m¨¢s castigadas por la covid-19, el combate contra la expansi¨®n del virus en los centros penitenciarios deja conclusiones que podr¨ªan ser tenidas en cuenta en Espa?a
El 14 de marzo se detect¨® el primer caso de COVID-19 en una c¨¢rcel de Nueva York. El sistema penitenciario de esta ciudad consta de ocho c¨¢rceles; seis se encuentran en la isla de Rikers en Queens, y otras dos en los barrios del Bronx y Manhattan. Cuando lleg¨® la pandemia hab¨ªa aproximadamente 5.000 presos, una cifra que, gracias a las reformas implementadas, ha ca¨ªdo a la mitad desde los cerca de 10,000 internos que hab¨ªa en 2016. El sistema carcelario neoyorquino contin¨²a siendo de los m¨¢s grandes del pa¨ªs, junto con los de las ciudades de Los ?ngeles y Chicago.
Yo, junto con un compa?ero y amigo psiquiatra, soy la jefa de salud mental de Rikers, un departamento que cuenta con m¨¢s enfermos mentales que cualquier hospital psiqui¨¢trico del Estado de Nueva York. Es dif¨ªcil describir la sensaci¨®n de miedo e incertidumbre que vivimos esos d¨ªas. El virus comenzaba a extenderse en la ciudad r¨¢pidamente, y las c¨¢rceles son lugares donde el distanciamiento social es muy dif¨ªcil, a veces imposible. A nadie deber¨ªa sorprenderle que la COVID se haya extendido tan r¨¢pidamente por instituciones penitenciarias del mundo entero. Adem¨¢s, muchos presos tienen condiciones m¨¦dicas de alto riesgo, son inmunodeprimidos o mayores.
Tem¨ªamos una cat¨¢strofe mucho peor, pero, pasados ocho meses desde que fue detectado el primer caso, han muerto en hospitales de Nueva York de covid-19 un total de tres personas presas. Un factor que ha influido en esto es que en 1992 hubo en Rikers una epidemia de tuberculosis, y se construy¨® un m¨®dulo para enfermedades infecciosas con cuartos de presi¨®n negativa que han permitido aislar esta primavera a los primeros infectados. Tambi¨¦n se redujo la densidad en la c¨¢rcel, porque la ciudad de Nueva York puso en libertad a m¨¢s de 1.500 presos que cumpl¨ªan penas cortas o estaban en prisi¨®n preventiva, muchos mayores de 55 y con condiciones f¨ªsicas que les situaban como parte del grupo de alto riesgo ante la covid-19. Pero, principalmente, muchas vidas se han salvado gracias al esfuerzo de los funcionarios de prisiones y del personal sanitario que han trabajado de manera incansable para mantener a flote las vidas y la salud mental de seres humanos que, a menudo, son olvidados por la sociedad.
Como psic¨®loga y responsable de salud mental en estas c¨¢rceles, mas all¨¢ del impacto del virus en la salud f¨ªsica de los internos, me preocupaban las consecuencias psicol¨®gicas. Es dif¨ªcil saber exactamente el n¨²mero de enfermos mentales que se encuentra entre rejas ¡ªy esto se debe a que se emplean distintas metodolog¨ªas para medirlo, resulta dif¨ªcil diagnosticar trastornos psiqui¨¢tricos en c¨¢rceles, y tambi¨¦n a las distintas definiciones que se manejan de enfermedad mental¡ª, pero en Nueva York, aproximadamente el 15% de los presos tiene un trastorno mental grave, como esquizofrenia y otros trastornos psic¨®ticos, trastorno bipolar, trastornos depresivos y trastorno por estr¨¦s postraum¨¢tico. Casi la mitad de los internos recibe alg¨²n tipo de tratamiento del departamento de salud mental.
En condiciones normales, nuestro trabajo es controlar s¨ªntomas psiqui¨¢tricos agudos y prevenir suicidios, tambi¨¦n mitigar los efectos da?inos e iatrog¨¦nicos de la encarcelaci¨®n, y, por supuesto, rehabilitar y reeducar. Todo esto se complic¨® mucho durante la pandemia. Los internos dejaron de recibir visitas; y muchos juzgados cerraron retrasando la resoluci¨®n de casos penales. A diario recib¨ªan noticias de familiares que hab¨ªan sucumbido al virus, y ve¨ªan a sus compa?eros ser trasladados a zonas de aislamiento tras presentar s¨ªntomas de covid-19. A muchos presos con discapacidades les costaba entender la importancia de usar mascarillas o lavarse a diario las manos.
La mayor¨ªa de la poblaci¨®n ha vivido el aislamiento provocado por esta pandemia en el confort de sus hogares y en comunicaci¨®n constante con sus seres queridos; para los presos ha sido una especie de aislamiento dentro del aislamiento. No es de extra?ar que las autolesiones hayan aumentado, una manifestaci¨®n clara del estr¨¦s psicol¨®gico.
No s¨¦ si conseguiremos controlar la situaci¨®n de nuevo si la covid-19 vuelve a sacudir a Nueva York y a sus c¨¢rceles de la misma manera, pero en estos meses he aprendido algunas lecciones que quiero compartir, y tambi¨¦n apuntar algunos cambios que podr¨ªan acometerse en Espa?a.
En Rikers ha sido esencial tener a un equipo de expertos en salud p¨²blica y epidemi¨®logos y poder hacer PCR a un n¨²mero muy grande de internos. Tambi¨¦n ha sido fundamental poder prestar apoyo a los presos aislados en cuarentena y reforzar el protocolo de prevenci¨®n de suicidios. Y todo esto no habr¨ªa sido posible sin los recursos que las c¨¢rceles de Nueva York tienen a su alcance, gracias a que la sanidad penitenciaria forma parte de la red de salud p¨²blica de la ciudad. Durante a?os, una compa?¨ªa privada estuvo a cargo de los servicios sanitarios en las c¨¢rceles, pero esto cambi¨® en 2016 cuando la gesti¨®n fue traspasada a New York City Health + Hospitals, entidad que gestiona todos los servicios de salud p¨²blica, con una red de 11 hospitales y un total de 70 centros de salud. Hemos podido usar estos centros para consultas externas y para ingresar a presos.
En Espa?a, en la mayor parte del pa¨ªs, la gesti¨®n de la sanidad penitenciaria depende del Ministerio del Interior e Instituciones Penitenciaras y no est¨¢ incorporada en el sistema nacional de sanidad p¨²blica. Esto a pesar de que la Ley 16/2003 de cohesi¨®n y calidad del sistema nacional de salud dispone que ¡°los servicios sanitarios dependientes de instituciones penitenciarias ser¨¢n transferidos a las comunidades aut¨®nomas para su plena integraci¨®n en los correspondientes servicios auton¨®micos de salud¡±. Han pasado 17 a?os y esto todav¨ªa no se ha producido en el ¨¢mbito nacional.
Sin embargo, ese traspaso es esencial por muchas razones, incluida la mejora en la compensaci¨®n del personal sanitario en prisiones. Este es un trabajo muy complicado y requiere vocaci¨®n, pero tambi¨¦n una compensaci¨®n justa y, al menos, equiparable a la del resto de los contextos sanitarios. El traspaso tambi¨¦n permitir¨ªa compartir de forma m¨¢s eficiente informaci¨®n m¨¦dica y recursos.
Recientemente, los psic¨®logos cl¨ªnicos en Espa?a se han movilizado para pedir m¨¢s plazas de psic¨®logos internos residentes (PIR) y de esta manera mejorar la atenci¨®n en la sanidad p¨²blica. Pero, adem¨¢s de esto, ser¨ªa recomendable que la formaci¨®n del PIR incluyera rotaciones en instituciones penitenciarias y que se ampliaran las plazas para psic¨®logos y m¨¦dicos en prisiones. La sanidad penitenciaria es una cuesti¨®n de salud p¨²blica que ayuda a controlar enfermedades a nivel comunitario como el sida, la hepatitis, la tuberculosis y, por supuesto, las enfermedades mentales. Si los pol¨ªticos no hacen esto por el bien de los encarcelados, que lo hagan por el bien de la salud y la seguridad p¨²blica. La pandemia nos ha vuelto a recordar que los presos tambi¨¦n forman parte de nuestra sociedad y, por tanto, tienen el mismo derecho a la salud.
Virginia Barber es directora del departamento de salud mental de la c¨¢rcel de Nueva York y profesora en la Universidad de Nueva York.
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