F¨¢bula de la Corona
Hace un siglo, cuando la corona era constitucional, resultaba temible porque ten¨ªa poder y lo ejerc¨ªa. Pero ahora que es parlamentaria, carece de poder real, y por eso resulta inofensiva
?rase una vez un pa¨ªs cercado por la peste cuyos mandamases se entretuvieron durante las Navidades jugando con la corona como si fuera el juguete de moda. Por eso elevaban sus ruegos a Pap¨¢ Noel para que les trajese en Nochebuena un discurso soberano capaz de restaurar toda su mancillada majestad. Y como no lo lograron m¨¢s que a medias, siguieron apostando sus bazas al juego de regenerar la corona, incluso porfiando por convertirla si fuera preciso en republicana. Y el ¨²ltimo en seguir el juego fue su presidente del Gobierno, que pidi¨® a los Reyes Magos una reforma consensual de la Corona.
Hasta no hace tanto, en este pa¨ªs con la joya de la corona no se pod¨ªa jugar, pues parec¨ªa un s¨ªmbolo intocable preservado en el museo de la historia como si un secreto de estado: noli me tangere. Y el ¨²nico que jugaba con ella era el propio monarca inviolable, quien crey¨® contar con derecho de pernada para hacer de su corona un sayo sin que los gobernantes que se lo toleraban osaran corregirle. Hasta que un d¨ªa en Botsuana se le rompi¨® su juguete al monarca revelando que estaba desnudo, lo que oblig¨® a Rubalcaba a exigir al jugador coronado que aceptase abdicar. Pero con ello se levant¨® tambi¨¦n la veda del juego de la corona, que desde entonces ha quedado abierto a cualquiera.
De nuestra clase pol¨ªtica, el primero que se atrevi¨® a jugar con ella fue el indeciso Rajoy, cuya tibia indolencia a lo Bartleby le imped¨ªa tomarse nada demasiado en serio. Y cuando la tropa secesionista se disfraz¨® de montaraz, poni¨¦ndose el Estatut por montera para remedar una sublevaci¨®n carlista, el presidente Rajoy, en vez de dar la cara (¡°preferir¨ªa no hacerlo¡±), mand¨® en su lugar al primerizo monarca, que el 3 de octubre de 2017 hubo de hacer suyo el discurso soberano que el jefe de gobierno no se atrev¨ªa a pronunciar. Y con ello se jug¨® la suerte de la corona, que ese d¨ªa perdi¨® su autoridad moral, mediadora e imparcial.
A partir de entonces, nadie se toma la corona en serio y todos pretenden jugar con ella, utiliz¨¢ndola como un pin-pon. Lo hacen los republicanos catalanes, que la vilipendian para ostentar una insolencia impostada de la que ya carecen por su fracaso secesionista. Lo hacen los populistas de IU, que la humillan de palabra para fingir un ardor revolucionario en el que nunca creyeron. Lo hace la caverna del PP y Vox, que la agitan al viento como una montera para encelar la embestida de la polarizaci¨®n. Y lo hace ahora el presidente S¨¢nchez, que proyecta su regeneraci¨®n como moneda de cambio para pactar con el PP la c¨²pula judicial, desactivando de paso a su socio de coalici¨®n.
Pero si todos juegan con ella es porque ya no la toman en serio. Hace un siglo, cuando la corona era constitucional, resultaba temible porque ten¨ªa poder y lo ejerc¨ªa. Pero ahora que es parlamentaria, carece de poder real, y por eso resulta inofensiva. Ya no importa tanto como parece, y por eso se la puede cambiar, jugar con ella o hacerla republicana logrando que todo siga igual al modo de Lampedusa. Una f¨¢bula.
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