En misa y repicando
Resulta dif¨ªcil desbrozar del chorreo informativo que recibimos aquellos discursos punibles, incitadores reales de la violencia, de aquellos otros que aun siendo pestilentes, no se pueden considerar pir¨®manos
Es muy posible que, si en Espa?a no fueran considerados delitos las injurias a la Corona o a las fuerzas de seguridad del Estado y el enaltecimiento del terrorismo, personas como usted y como yo jam¨¢s nos hubi¨¦ramos enterado de los ripios baratunos de un rapero de cuyo nombre no quiero acordarme. Ha sido la justicia, parad¨®jicamente, quien lo ha visibilizado, quien ha convertido a este hombre en una celebridad. Lo suelen llamar chico o muchacho, pero ya est¨¢ bien de rebajar la edad de los j¨®venes como para convertir sus actos en travesuras; basta de esa ret¨®rica, hablamos de un hombre de 32 a?os que vende como discurso antifascista canturrear que le da m¨¢s pena el inmigrante en patera que el asesinado en un atentado terrorista, por el que por supuesto no siente la menor piedad, sino un deseo de que se vuelva a perpetrar un crimen que encuentra justificado. No estoy dispuesta a que me vuelvan a contar la diferencia entre realidad y ficci¨®n. Este tipo no es metaf¨®rico sino de una simpleza literal: se jacta de hacer rap pol¨ªtico y para ello celebra la violencia contra aquellos que, seg¨²n ¨¦l, son serviles con el sistema. Quisiera que la justicia nos hubiera evitado este espect¨¢culo. Que su mensaje no se hubiera popularizado, y por eso mismo es urgente eliminar algunos l¨ªmites de nuestra libertad de expresi¨®n, aunque una ingenuamente desear¨ªa que el interesado defendiera causas m¨¢s nobles que el asesinato (ay, ya estamos con las execrables tendencias humanistas). En mi opini¨®n, no humilde, hasta la palabra antifascista queda mancillada en todo este embrollo: no hay nada m¨¢s fascista que la justificaci¨®n del crimen.
Esta semana hemos convertido al tipo en h¨¦roe. Hasta los corresponsales han traducido a otros idiomas sus canciones. Enhorabuena. Su rostro y su nombre han abanderado unos disturbios que en apariencia se libraban por la libertad de expresi¨®n, pero en los que conflu¨ªan diferentes motivos, desde el simple hartazgo que mucha gente vulnerable comparte, aunque no lo expresen quemando contenedores, hasta la ira de aquellos que se valen de causas que tampoco les importan demasiado para encender la llama.
El Gobierno deber¨ªa trabajar a largo plazo y sin aspavientos para evitarnos este espect¨¢culo que se viene repitiendo con demasiada frecuencia: evitar que la justicia popularice aquellas expresiones que desear¨ªamos eludir, porque la verdad es que los art¨ªculos que hoy escribimos ya los hemos escrito. Con el castigo penal todos nos convertimos en espectadores involuntarios de este hombre, que es rapero. Suele decirse, como ley no escrita, que el arte debe incomodarnos. La incomodidad ha alcanzado momentos excelsos, pero no es este el caso. Para colmo, la ret¨®rica de un Gobierno que a menudo est¨¢ en misa y repicando no ayuda. Ser¨ªa de agradecer un trabajo m¨¢s de fondo, menos tuitero, que no abusara del t¨¦rmino antifascista para definir a todo aquel que salga a la calle.
Nos han tocado en suerte tiempos convulsos en los que resulta dif¨ªcil desbrozar del chorreo informativo que recibimos aquellos discursos punibles, incitadores reales de la violencia, de aquellos otros que aun siendo pestilentes, no se pueden considerar pir¨®manos. No es este un debate que concierna solo a nuestro pa¨ªs. Se trata, sin duda, del tema de nuestro tiempo. Los Gobiernos deber¨ªan alentar la sensatez, jam¨¢s encender los ¨¢nimos, porque eso es estar en misa y repicando. En el reparto ciudadano que hemos suscrito no est¨¢ contemplado que un partido en el Gobierno est¨¦ un rato buscando la playa bajo los adoquines y otro rato disfrutando de los sillones del Congreso. Pero parece que nadie renuncia al golpe de efecto, a la performance, al payaseo. Por eso a veces es dif¨ªcil distinguir entre lo que dice un artista, un rapero, un titiritero, de lo que afirma un pol¨ªtico, y eso favorece nuestra confusi¨®n, tambi¨¦n nuestro desaliento, porque no podemos vivir asistiendo a la ceremonia de sus continuos desacuerdos. Alimentan nuestra rabia, aunque no la despachemos quemando contenedores.
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