La polarizaci¨®n hace pocos amigos
Arist¨®teles imaginaba la polis ideal compuesta por ciudadanos que se relacionaban entre s¨ª como amigos. Ahora nos conformar¨ªamos con que los ciudadanos no se odien entre s¨ª por razones pol¨ªticas
El otro d¨ªa una amiga de toda la vida me pregunt¨® que por qu¨¦ era de izquierdas. La verdad es que ya no s¨¦ bien qu¨¦ soy, pero me sorprendi¨® la pregunta porque nunca en varias d¨¦cadas de buena amistad algo as¨ª le hab¨ªa preocupado lo m¨¢s m¨ªnimo. Ahora, en estos momentos tan polarizados, es como si ella sintiera una cierta incongruencia cognitiva: amigo y no simpatizante de su bando. Como si de repente se hubiera abierto una asimetr¨ªa que empa?ara la relaci¨®n. No llegar¨¢ a m¨¢s, desde luego, pero lo cierto es que ¨²ltimamente no paramos de discutir de pol¨ªtica.
Poco despu¨¦s lleg¨® a mis manos una encuesta de Metroscopia en la que se indagaba sobre la conexi¨®n entre amistad y adscripci¨®n a uno de los dos grandes bandos en Catalu?a. El resultado es que existe una correlaci¨®n directa: solo el 15% de los que se dicen independentistas cuenta entre uno de sus tres amigos m¨¢s pr¨®ximos a no independentistas; y entre estos ¨²ltimos, esta misma situaci¨®n solo se da en el 19%. En ello seguro que no solo influye la ideolog¨ªa, sino la clase y el vecindario, que sirve tambi¨¦n para segmentar a la poblaci¨®n de ambas categor¨ªas, pero no deja de ser relevante como uno de los efectos producidos por la polarizaci¨®n.
En Estados Unidos este fen¨®meno ya lo ven¨ªan detectando desde hace a?os.
La creciente animosidad que se siente hacia el otro grupo es tal, que, por ejemplo, a la mitad de los republicanos les molestar¨ªa ¡ªupset¡ª que su hija o hijo se casara con alguien del partido contrario; y entre los dem¨®cratas las cifras son muy poco m¨¢s bajas (La primera vez que se hizo esa pregunta, en 1960, no pasaban del 5% en ambos partidos). Y el desprecio mutuo permea todo tipo de actitudes interfiriendo en las relaciones personales de forma directa. Ya sabemos que all¨ª la adscripci¨®n pol¨ªtica se ha convertido en una especie de mega-identidad (L. Mason) que escinde la sociedad en dos grandes tribus. Pero, fuera de Catalu?a, ?c¨®mo est¨¢ la cosa en Espa?a? ?Podemos caer en la misma din¨¢mica?
Todav¨ªa no tenemos datos, aunque s¨ª algunas intuiciones. La ¨²nica ventaja de nuestro bibloquismo es que est¨¢ fragmentado a su vez en varios partidos con diferencias importantes, as¨ª que aqu¨ª lo que suelda a los bloques es m¨¢s la animadversi¨®n al contrario que el amor al propio grupo. Y este ¡°partidismo negativo¡± est¨¢ comenzando a calar en la sociedad. En parte porque los l¨ªderes no paran de moralizar la pol¨ªtica, se erigen en sacerdotes que se?alan d¨®nde se encuentra el lado correcto y d¨®nde acecha el mal. M¨¢s que debates de ideas o sobre pol¨ªticas la disputa gira en torno a qui¨¦n merece mayor reprobaci¨®n social. ?Y qui¨¦n desea hacerse amigo de un ¡°reprobado¡±? El resultado es una sociedad cerrada en nichos partidistas, no la sociedad abierta de la conversaci¨®n p¨²blica plural que disfruta de su propia diversidad de ideas.
Arist¨®teles imaginaba la polis ideal compuesta por ciudadanos que se relacionaban entre s¨ª como amigos. Ahora nos conformar¨ªamos con que los ciudadanos no se odien entre s¨ª por razones pol¨ªticas. ?Malos tiempos!
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