De esta solo vamos a salir juntos
Las tormentas invernales que han asolado Texas han demostrado que los desastres naturales a veces no lo son tanto
Sa¨²l y yo empacamos las maletas al mismo tiempo, pero en autos distintos. Yo iba rumbo al Norte, un viaje corto, pero ¨¦l se preparaba para un viaje de d¨ªas hacia el Este. Ten¨ªa pensado hacer paradas en Arizona, donde tomar¨ªa fotograf¨ªas y levantar¨ªa material en el cauce del r¨ªo Gila, que sirvi¨® como marca territorial de la frontera entre M¨¦xico y Estados Unidos cuando se firm¨® el tratado de Guadalupe en 1848. Y, si la suerte lo permit¨ªa, visitar¨ªa a un par de amigos en Ciudad Ju¨¢rez, doble mascarilla y sana distancia de por medio.
Los mensajes de texto y de voz iban dando cuenta de los ...
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Sa¨²l y yo empacamos las maletas al mismo tiempo, pero en autos distintos. Yo iba rumbo al Norte, un viaje corto, pero ¨¦l se preparaba para un viaje de d¨ªas hacia el Este. Ten¨ªa pensado hacer paradas en Arizona, donde tomar¨ªa fotograf¨ªas y levantar¨ªa material en el cauce del r¨ªo Gila, que sirvi¨® como marca territorial de la frontera entre M¨¦xico y Estados Unidos cuando se firm¨® el tratado de Guadalupe en 1848. Y, si la suerte lo permit¨ªa, visitar¨ªa a un par de amigos en Ciudad Ju¨¢rez, doble mascarilla y sana distancia de por medio.
Los mensajes de texto y de voz iban dando cuenta de los hallazgos, el clima, los kil¨®metros perdidos en alguna brecha desconocida. Viajar con Lara, nuestra mascota, por las inmediaciones de una de las fronteras m¨¢s disputadas del mundo tiene sus dosis de melancol¨ªa. Todo empez¨® a cambiar, sin embargo, a medida que se internaba en Texas. El fr¨ªo arreci¨® de repente y lo dej¨® varado, en una fila de autos interminable, cinco horas y media antes de llegar a San Antonio. Los v¨ªdeos que enviaba ¡ªbreves grabaciones de ramas cubiertas de hielo cuyo leve movimiento produc¨ªa roces que a su vez se transformaban en el sonido de una m¨²sica electr¨®nica del Antropoceno¡ª terminaron por preocuparme. Unas horas despu¨¦s, pudo seguir su camino, lo que le permiti¨® llegar a casa solo un par de d¨ªas antes de que azotara la gran tormenta de invierno que dej¨® a Houston con temperaturas bajo cero y sin electricidad.
Todo en Texas es grande, o eso reza el lema del Estado. Y este desastre, que solo a medias puede ser definido como natural, no fue la excepci¨®n. En Houston no es posible vivir sin climas artificiales: el aire acondicionado a todo lo que da durante los largos veranos h¨²medos y bochornosos, y la calefacci¨®n durante los cortos pero sensibles fr¨ªos del invierno. No hay oto?os; no hay primaveras. Sin electricidad, esas casas construidas a prisa, con paredes delgadas y techos de teja, poco pueden hacer para resguardar a sus habitantes. Las fotograf¨ªas de toilets de aguas congeladas o de aguas inm¨®viles, convertidas en hielo en el momento mismo en que estallaron las tuber¨ªas en las plantas altas, no son intervenciones creativas. Sa¨²l se puso un gorro de lana, el pantal¨®n que compr¨® para esquiar, cosa que nunca hicimos, y un gab¨¢n de Oaxaca sobre cinco capas de ropa, para poder andar en casa. Cuando se dio cuenta de que empezaba a faltar el agua, sac¨® cubetas, hieleras, botes de basura y hasta platos hondos al jard¨ªn, tratando de capturar el agua de la lluvia. Fue en coche a las tiendas m¨¢s cercanas para conseguir m¨¢s. Estaban cerradas. Las m¨¢s lejanas tambi¨¦n. Le quedaba poca gasolina, pero cuando trat¨® de cargar, se dio cuenta de que las gasolineras no estaban abiertas.
Unos a?os antes, Houston nos hab¨ªa dado la bienvenida con los recios vientos y la lluvia persistente del hurac¨¢n Harvey. Como nos hosped¨¢bamos en una casa en el Second Ward, uno de los barrios originales construido en una zona alta de esta ciudad de inmigrantes, no nos alcanzaron las inundaciones. Las fotograf¨ªas que recorrieron el mundo, mostrando la s¨²bita transformaci¨®n de los freeways en r¨ªos caudalosos, corresponden a las ¨¢reas m¨¢s nuevas de la metr¨®polis. Houston es una ciudad con una zonificaci¨®n urbana m¨¢s bien laxa, que permite la construcci¨®n de cines y casas residenciales y negocios en la misma cuadra, por ejemplo. A eso, hay que a?adirle los numerosos bayous que atraviesan la traza urbana: esos brazos pantanosos de algunos r¨ªos de las zonas bajas en los que el agua avanza con gran lentitud y donde, seg¨²n las leyendas locales, hay lagartos y cocodrilos.
?Por qu¨¦ vivir¨ªa la gente en un lugar as¨ª? La respuesta es f¨¢cil: las oportunidades de trabajo. La fuerza de atracci¨®n ha sido may¨²scula, contribuyendo a que Houston sea ahora la ciudad m¨¢s diversa de EE UU, incluso m¨¢s que Nueva York o Los ?ngeles. La seguridad laboral, sin embargo, ha ido mano en mano con la inseguridad producida por el cambio clim¨¢tico. La petroeconom¨ªa del Estado que ha dado pie a un crecimiento econ¨®mico constante se ha convertido en un arma de doble filo: la explotaci¨®n de las energ¨ªas f¨®siles sobre las cuales sustenta sus logros son las mismas que activan los huracanes y las tormentas.
El gobernador Gregg Abbott se apresur¨® a culpar a las energ¨ªas verdes como las causantes de la desgracia estas semanas atr¨¢s, aduciendo que las fuentes de energ¨ªa e¨®lica se hab¨ªan congelado durante la tormenta, pero el republicano, como es la costumbre en su partido, ment¨ªa. Para evitar las regulaciones federales, los Gobiernos republicanos de Texas decidieron hace a?os construir una red el¨¦ctrica independiente, aislada de la red federal. Esta decisi¨®n, que sin duda ha asegurado ganancias jugosas a unas cuantas empresas, ha puesto a sus habitantes en riesgo cuando las fuentes de energ¨ªa locales no son suficientes para cubrir las necesidades m¨¢s apremiantes. Eso fue lo que sucedi¨® en Houston en particular, y en Texas en general hace unos d¨ªas. La avaricia, la l¨®gica de la ganancia m¨¢xima, el contubernio entre los inversores y los gobiernos republicanos que han dominado el Estado desde la ¨²ltima d¨¦cada del siglo XX (la ¨²ltima gobernadora dem¨®crata de Texas fue Ann Richards, 1991-1995) son la parte menos natural de los desastres que se han ensa?ado con la poblaci¨®n trabajadora.
Fue en ese contexto que el pol¨¦mico senador Ted Cruz, un recalcitrante conservador que con su ret¨®rica de odio contribuy¨® a la toma del Capitolio en 6 de enero, decidi¨® ir de viaje con su familia a Canc¨²n. Como Cruz no ha tenido empacho en manifestarse contra la migraci¨®n latinx, muchos se burlaron de su cruce de fronteras en sentido contrario cuando su familia, como tantas otras, enfrentaba el fr¨ªo sin la calefacci¨®n suficiente. ?As¨ª estaba bien cruzar la frontera para buscar mejores condiciones de vida? En cambio, Beto O¡¯Rourke, quien estuvo muy cerca de ganarle las elecciones en 2018, particip¨® en campa?as de ayuda. La campa?a de recaudaci¨®n de la congresista dem¨®crata Alexandra Ocasio-Cortez para apoyar a los afectados no pas¨® desapercibida. Todav¨ªa recuerdo el d¨ªa que hice fila para votar por O¡¯Rourke hace un par de a?os. ?ramos una larga congregaci¨®n de gente muy diversa ¡ªmujeres de mandil, hombres con cascos, muchachos de tenis muy gastados, j¨®venes oficinistas con zapatos de tac¨®n¡ª que esperaba con paciencia, se dir¨ªa que tambi¨¦n con anhelo, su turno. Estuvimos muy cerca entonces; tal vez estamos m¨¢s cerca hoy.
Dice James C. Scott, el autor de Against the Grain. A Deep History of the Earliest States, que hay una fase suave del Antropoceno que se inicia con el uso del fuego para esculpir el paisaje y as¨ª atraer, o producir, fuentes de alimento. Esto se acrecienta, y reafirma, con el surgimiento de esa forma de organizaci¨®n y extracci¨®n que com¨²nmente llamamos Estado. El Antropoceno duro, que otros denominan Capitloceno, tiene su punto de partida en la revoluci¨®n industrial, seg¨²n algunos, o en el as¨ª llamado descubrimiento de Am¨¦rica, seg¨²n otros. En lo que todos est¨¢n m¨¢s o menos de acuerdo ¡ªexcepto los negacionistas, claro est¨¢¡ª es que el cambio clim¨¢tico es real.
Veremos m¨¢s y m¨¢s tormentas invernales, seremos testigos de m¨¢s y m¨¢s inundaciones, nos continuar¨¢n afectando m¨¢s y m¨¢s pandemias si no hacemos algo antes. Aunque el cinismo no ha sido desterrado y abundan los casos de irresponsabilidad y la simple falta de solidaridad m¨¢s crasa, hay un nuevo sentido de urgencia a nuestro alrededor. La convicci¨®n de que de esta solo podremos salir juntos, cuid¨¢ndonos los unos a los otros, se deja sentir cada vez m¨¢s. Estamos, acaso, en pos de una nueva noci¨®n de pol¨ªtica, una en la que la abstracci¨®n capitalista que se basa en la negaci¨®n del cuerpo cede su lugar a las varias estrategias de cuidado, que emergen cuando nos miramos directamente a la cara y nos reconocemos los unos a los otros como vecinos de un planeta que compartimos con otras especies y otros seres a los cuales tambi¨¦n hay que cuidar.
Cristina Rivera-Garza es poeta y escritora, autora de Nadie me ver¨¢ llorar (Tusquets). Dirige el programa de creaci¨®n literaria de la Universidad de Houston.