Un roce casual con la manga de un vestido de Par¨ªs
Hay episodios intrascendentes que borran de cuajo las artificiales disputas pol¨ªticas
La mayor¨ªa de las cosas que les suceden a las personas carecen de trascendencia. Son episodios diminutos, impresiones fugaces, rasgaduras o iluminaciones que rompen la mon¨®tona sucesi¨®n de las horas. Lo habitual es que cualquiera de estas minucias quede sepultada de inmediato por otra de calado semejante. Nader¨ªas, puras nader¨ªas, pero son estas las que al final van labrando las hechuras de cada rostro, la manera de ser de cada cual, su car¨¢cter, su destino, su vida. Fue hacia 1950 cuando Elias Canetti visit¨® a un tipo bastante especial, Lord David Stewart, que viv¨ªa en un castillo medieval del siglo XV, Mochrum, en Escocia. Fue con su amigo Aymer Maxwell, uno de los mellizos de una familia arist¨®crata que estaba emparentada con ¡°los mismos Percy que aparecen en Shakespeare¡± y con el que hizo muy buenas migas, llegando a embarcarse con ¨¦l en algunos estimulantes viajes, a Marruecos, la Provenza, Grecia.
La visita a aquel singular personaje la reconstruy¨® Canetti mucho m¨¢s tarde, es una de las piezas que escribi¨® entre 1990 y 1994 en Z¨²rich y que forma parte de Fiesta bajo las bombas, el volumen de car¨¢cter autobiogr¨¢fico en el que se reunieron distintos textos ¡ªalgunos a medio hacer, casi simples apuntes¡ª que dan cuenta de parte de su estancia en Inglaterra, m¨¢s o menos la que va de los a?os de la II Guerra Mundial hasta entrados los cincuenta.
Lord David Stewart se dedicaba a la ornitolog¨ªa y ten¨ªa una enfermedad pulmonar que lo obligaba a pasar mucho tiempo en cama. Era seco, hura?o, de pocas palabras, tan sensible a cualquier molestia que lleg¨® a echar del servicio a un matrimonio polaco que hab¨ªa contratado porque tanto ¨¦l como ella ten¨ªan unas risotadas estridentes. Viv¨ªa con la compa?¨ªa casi exclusiva de su mujer, Lady Ursula, y era propietario de buena parte de las tierras de los alrededores e, incluso, de una isla llena de cormoranes y de viejas ruinas. De Lord Stewart dice Canetti que era famoso por su ¡°inalterable pesimismo¡± y de su mujer, que ten¨ªa una gran afici¨®n por los asuntos mundanos. ¡°Ella se hac¨ªa traer de Par¨ªs las ¨²ltimas novedades de la moda y se las pon¨ªa ¡ª?para qui¨¦n? Seguro que no para su marido, al que no interesaban en absoluto esas cosas. Pero tampoco para nadie m¨¢s, pues los contados vecinos, todos a cierta distancia, no ven¨ªan con frecuencia, porque ¨¦l los recib¨ªa con acritud¡±.
El d¨ªa que Canneti fue a visitar a la pareja con Aymer Maxwell, ella llevaba un vestido de Par¨ªs que hubiera despertado la admiraci¨®n en cualquier reuni¨®n social. Los acompa?¨® a recorrer el castillo: largos pasillos, gruesos muros. Escribe Canetti que, cuando llegaron a una esquina, se dio cuenta ¡°de que la manga de seda colgante de Lady Ursula roz¨® ligeramente a Aymer¡±. Dice que ¨¦l no se dio ni cuenta, pero que para ella aquel roce tuvo que significar mucho. De vuelta a la habitaci¨®n, Canetti descubri¨® ¡°un fulgor en su rostro¡± que a nadie pas¨® desapercibido. Antes hab¨ªa escrito sobre Ursula que era una mujer que ¡°se consum¨ªa irremediablemente en su belleza¡±.
?Tiene alg¨²n inter¨¦s especial este episodio? Ninguno. ?Sirve de ejemplo, invita a alguna alta consideraci¨®n sobre el bien y el mal? Seguro que no. Y, sin embargo, hay algo tan vivo en el roce de ese vestido y en el fulgor que invade el rostro de esa mujer que aparta de golpe el habitual barullo de los pol¨ªticos de turno con sus est¨¦riles y artificiales conflictos. De pronto, un soplo de aire fresco. Bienvenido sea.
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