Los ej¨¦rcitos
?Y era con Vladimir Padrino y sus pilotos asesinos con quien contaban Guaid¨® y los suyos para poner fin a la dictadura?
Una de las novelas latinoamericanas m¨¢s cautivadoras que haya le¨ªdo en las ¨²ltimas d¨¦cadas es Los ej¨¦rcitos (Premio Tusquets, 2006), del laureado y controvertido autor colombiano Evelio Rosero. Ambientada en San Jos¨¦, ficticia poblaci¨®n colombiana y a principios de este siglo, los sucesos narrados en Los ej¨¦rcitos son, sin embargo, veros¨ªmiles hasta lo dolorosamente sensorial.
Ismael, maestro jubilado, ya setent¨®n y adem¨¢s voyerista, esp¨ªa asiduamente a su joven vecina que, desnuda, suele dorarse al sol en su jard¨ªn medianero. Su esposa reconviene sin demasiado ¨¦nfasis lo que juzga una venial perversi¨®n de la decrepitud. As¨ª pasan los d¨ªas en el pueblo tranquilo.
Sobre San Jos¨¦ se precipitan, sin embargo y de s¨²bito, todos los males de la guerra. Sin invocar siglas ni detenerse siquiera a comentar prop¨®sitos pol¨ªticos declarados u ocultos, Rosero cuenta con elegante minuciosidad c¨®mo los combatientes de las FARC, del ELN, de los grupos paramilitares y del Ej¨¦rcito colombiano matan y desaparecen a la gente del pueblo en el curso de aterradoras campa?as, incluyendo a la esposa del maestro y la vecina nudista.
Comento todo esto sin tener a mano el ejemplar que se qued¨® en Caracas, as¨ª que los buenos lectores de Rosero ¨C? y el mism¨ªsimo Rosero, claro, si llegase a leer esta bagatela!¡ªsabr¨¢n disculpar cualquier inexactitud, pero a¨²n recuerdo que durante algo parecido a una tregua, luego de un tiroteo demencial, el maestro Ismael se asoma medrosamente a la calle desde su zagu¨¢n.
Un combatiente, ?de cu¨¢l de los ej¨¦rcitos?, le gasta al pasar una broma macabra: aprieta el mango de una granada fragmentaria, retira ostensiblemente el anillo que activa el temporizador y le arroja blandamente la granada al profesor. Como quien te arroja un suculento mango amistoso diciendo ¡°ataja¡±.
El azar ¡°que condena o redime¡±, encarnado en la mercanc¨ªa da?ada del tr¨¢fico clandestino de armas, dispone incre¨ªblemente que la granada no estalle en las manos del maestro. El maestro se apresura a deshacerse de ella arroj¨¢ndola a un bald¨ªo en el conf¨ªn del pueblo. El temporizador del artefacto queda, sin embargo, activo en la trastienda de la mente lectora durante el resto de la novela hasta que unos ni?os, jugando, encuentran la granada¡
En el relato de Rosero, genuino prodigio de concisi¨®n y estremecedor poder evocativo, el ¨¦xodo de los aterrorizados pobladores de San Jos¨¦ responde a los cr¨ªmenes de lesa humanidad que todos, absolutamente todos los beligerantes cometen indiscriminadamente contra ellos. Son las mismas razones de los miles de desplazados venezolanos y colombianos radicados en el Estado Apure que han cruzado el Arauca huyendo de la guerra.
Una cruel paradoja golpea a una porci¨®n no peque?a de pol¨ªticos y voceros opositores venezolanos, dentro y fuera del pa¨ªs. La representa el hecho de que el alto mando del ej¨¦rcito bolivariano, de cuyo pronunciamiento contra Nicol¨¢s Maduro tanto quiso esperar la fracasada pol¨ªtica de ¡°m¨¢xima presi¨®n¡± propugnada por la coalici¨®n L¨®pez-Guaid¨® desde 2019, ha ordenado sostenidos bombardeos sobre la poblaci¨®n apure?a en apoyo t¨¢ctico de una de las bandas armadas del narcotr¨¢fico que disputan el control del territorio venezolano.
?Y era con Vladimir Padrino y sus pilotos asesinos con quien contaban Guiad¨® y los suyos para poner fin a la dictadura? Los protervos escuadrones de exterminio de las FAES ya han dado cuenta, como en el San Jos¨¦ de Rosero, de familias enteras llaneras, v¨ªctimas de una campa?a narcoterrorista de desalojo territorial como no se hab¨ªa visto hasta ahora en mi pa¨ªs.
Todo esto ocurre cuando la pandemia registra cifras de contagio y decesos que desde hace muchos meses ya ha hecho de Venezuela, sin sistema de salud digno de ese nombre, sin servicios p¨²blicos y sin un plan de vacunaci¨®n universal, un campo de muerte.
Hace catorce a?os, todav¨ªa en Caracas, pude leer Los ej¨¦rcitos con nada m¨¢s que admirada fruici¨®n porque el potencial deshumanizador del narcotr¨¢fico, sus ej¨¦rcitos y sus guerras era todav¨ªa para muchos venezolanos solo una hip¨®tesis politol¨®gica.
Las sangrientas noticias que desde hace semanas llegan de las riberas del Arauca, en la frontera colombo-venezolana, avivaron en m¨ª el recuerdo de este libro hermosamente cruel y singularmente aleccionador.
Un amigo, viejo profesor de secundaria, jubilado como el Ismael de San Jos¨¦ y tan letraherido como yo, resumi¨® v¨ªa WhatsApp la situaci¨®n que se vive en el Arauca con estas palabras: ¡°Hermano, los ej¨¦rcitos de Rosero ya est¨¢n aqu¨ª¡±.
Y por todo lo que ahora sabemos, con el Ej¨¦rcito bolivariano constituido ya sin disimulo en un c¨¢rtel asesino de nuestro pueblo, ser¨¢ por largo tiempo.
Suscr¨ªbase aqu¨ª a la newsletter de EL PA?S Am¨¦rica y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la regi¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.