Los ¨²ltimos
Algunos hemos sentido una impaciencia casi hist¨¦rica mientras enredos burocr¨¢ticos retrasaban nuestra vacunaci¨®n
En julio de 1945 un submarino japon¨¦s torpede¨® al crucero USS Indianapolis, que regresaba de llevar a su pen¨²ltimo destino la bomba de Hiroshima. El enorme barco se hundi¨® en 12 minutos, sin tiempo siquiera para utilizar los botes salvavidas. M¨¢s de 300 de sus 1.196 tripulantes se hundieron con ¨¦l, y el resto, algunos muertos y muchos heridos por las explosiones, otros desnudos, pocos con chalecos salvavidas, quedaron flotando en el Pac¨ªfico. Esa misma noche, atra¨ªdos por la agitaci¨®n en las aguas y la sangre de las v¨ªctimas, llegaron docenas de tiburones. Tardaron cuatro d¨ªas en ser rescatados y se calcula que en cada jornada fueron devorados unos 50 n¨¢ufragos. Seg¨²n testimonio de los escasos supervivientes, los momentos m¨¢s atroces de ese infierno marino no fueron cuando tem¨ªan el voraz ataque de los escualos que les diezmaban, sino al final de la tragedia, cuando llegaron los barcos de rescate y esperaban su turno para ser salvados. Uno puede soportar con desesperada resignaci¨®n la agon¨ªa que comparte con todos los dem¨¢s, pero resulta insoportable perecer a la vista de la salvaci¨®n que ya ha llegado a otros...
La impaciencia casi hist¨¦rica que algunos hemos sentido mientras enredos burocr¨¢ticos retrasaban nuestra vacunaci¨®n se debe a esta zozobra. Tan pronto perd¨ªamos la vez porque tocaba vacunar a otros m¨¢s viejos (y maldec¨ªamos la relativa juventud que ahora nos perjudicaba) como porque las dosis correspond¨ªan a muchachos de 65 a?os para abajo, entre los cuales no ten¨ªan cabida nuestros achaques. Y los sanitarios, los maestros, los guardias civiles (salvo en Barcelona, ¡°archivo de la cortes¨ªa y hospital de los pobres¡± en tiempos de Cervantes)... todos se adelantaban a los que no ten¨ªamos m¨¢s m¨¦rito que el p¨¢nico a contagiarnos. ?Ah del barco, pinchadnos ya, por caridad!
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