Una revoluci¨®n molecular disipada
Am¨¦rica Latina, o por lo menos una parte sustancial del continente, atraviesa una serie de levantamientos populares cuya fuerza proviene de articulaciones in¨¦ditas
El t¨¦rmino viene de ?lvaro Uribe, expresidente de Colombia y l¨ªder efectivo de la l¨ªnea dura de la derecha que hoy gobierna al pa¨ªs. Ante las in¨¦ditas manifestaciones que se tomaron las calles de Colombia, haciendo al Gobierno declinar el proyecto de reforma tributaria, que una vez m¨¢s delegaba en los m¨¢s pobres los costos de la pandemia, no se le ocurri¨® una mejor idea que llamar a los suyos a una lucha contra una ¡°revoluci¨®n molecular disipada¡± que se estaba tomando al pa¨ªs. En esto, debe reconocerse, Uribe tiene raz¨®n. Normalmente, son los pol¨ªticos de derecha los primeros en entender lo que pasa.
Am¨¦rica Latina, o por lo menos una parte sustancial del continente, est¨¢ pasando por una serie de levantamientos populares cuya fuerza proviene de articulaciones in¨¦ditas, entre un rechazo radical al orden econ¨®mico neoliberal, sublevaciones que tensionan, al mismo tiempo, todos los niveles de violencia que componen nuestro tejido social y modelos de organizaci¨®n insurreccional de larga extensi¨®n. Las im¨¢genes de las luchas contra la reforma tributaria que tiene al frente a sujetos trans afirmando su dignidad social, o desempleados haciendo barricadas junto a las feministas, explica bien lo que significa ¡°revoluci¨®n molecular¡± en este contexto. Significa que estamos ante insurrecciones no centralizadas bajo una l¨ªnea de comando y que crean situaciones que pueden reverberar, en un solo movimiento, tanto la lucha contra disciplinas naturalizadas en la colonizaci¨®n de los cuerpos y en la definici¨®n de sus pretendidos lugares, as¨ª como contra macroestructuras de explotaci¨®n del trabajo. Son sublevaciones que operan transversalmente, poniendo en cuesti¨®n, de forma no jer¨¢rquica, todos los niveles de las estructuras de reproducci¨®n de la vida social.
De hecho, el siglo XXI comenz¨® as¨ª. Se equivoca quien cree que el siglo XXI comenz¨® el 11 de septiembre de 2001, con el atentado contra el World Trade Center. Esa es la manera en la que a algunos les gustar¨ªa contarlo. Ser¨ªa esa la forma de poner el siglo sobre el signo del miedo, de la ¡°amenaza terrorista¡± que nunca termina, que se vuelve una forma normal de gobierno. Colocar nuestro siglo sobre el signo paranoico de la frontera amenazada, de la identidad invadida. Como si nuestra demanda pol¨ªtica fundamental fuese, en una retracci¨®n de horizontes, seguridad y protecci¨®n policial.
En verdad, el siglo XXI comenz¨® en una peque?a ciudad de T¨²nez llamada Sidi Bouzid, el d¨ªa 17 de diciembre de 2010. Es decir, comenz¨® lejos de los reflectores, lejos de los centros del capitalismo global. Comenz¨® en la periferia. Ese d¨ªa, un vendedor ambulante, Mohamed Bouazizi, decidi¨® reclamarle al gobernador regional y exigir la devoluci¨®n de su carrito de venta de frutas que hab¨ªa sido confiscado por la polic¨ªa. V¨ªctima constante de extorsiones policiales, Bouazizi fue hasta la sede del gobierno empu?ando una copia de la ley. Fue recibido por un agente policial que rasg¨® la copia en su frente y le dio una bofetada en la cara. Entonces Bouazizi prendi¨® fuego a su propio cuerpo. Luego de esto, T¨²nez entr¨® en una convulsi¨®n y el Gobierno de Ben Ali cay¨®, despertando insurrecciones en casi todos los pa¨ªses ¨¢rabes. As¨ª comenzaba el siglo XXI: con un cuerpo inmolado por no aceptar someterse al poder. Comenzaba as¨ª la primavera ¨¢rabe. Con un acto que dec¨ªa: mejor la muerte que la sujeci¨®n, en una conjunci¨®n particular entre una ¡°acci¨®n precisa¡± (reclamar por tener su carrito de venta de frutas confiscado) y una ¡°reacci¨®n agon¨ªstica¡± (inmolarse) que reverbera por todos los poros del tejido social.
Desde entonces el mundo asisti¨® durante diez a?os a una secuencia de insurrecciones. Occupy, Plaza del Sol, Estambul, Brasil, Gillets Jaunes, Tel-Aviv, Santiago: son apenas algunos lugares por donde este proceso pas¨®. Y en T¨²nez tambi¨¦n se vio lo que el mundo conocer¨ªa en los pr¨®ximos diez a?os: m¨²ltiples sublevaciones que ocurrieron al mismo tiempo, que rechazaban el centralismo y que articulaban, en la misma serie, mujeres egipcias que aparec¨ªan mostrando sus senos en las redes sociales y paros generales. La mayor¨ªa de estas insurrecciones se debatir¨¢ con las dificultades de los movimientos que despiertan contra s¨ª las reacciones m¨¢s brutales, que se enfrentan contra la organizaci¨®n de los sectores m¨¢s arcaicos de la sociedad en su tentativa de preservar el poder tal y como siempre fue. Pero hay un momento en el que la repetici¨®n termina por generar un cambio cualitativo. Diez a?os despu¨¦s esto ocurri¨® y fue posible verlo el pasado domingo en Chile.
Chile eligi¨® una nueva Asamblea Constituyente. Despu¨¦s de las manifestaciones masivas de octubre de 2019 que hicieron que las calles ardieran hasta que el Gobierno parara de matar a su propia poblaci¨®n y aceptara convocar un proceso constitucional, Chile eligi¨® 155 diputados constituyentes de los cuales 65 son independientes, es decir, no est¨¢n vinculados a estructura partidaria alguna, pero est¨¢n unidos, como los 24 constituyentes de la Lista del Pueblo, por un ¡°estado ambiental, igualitario y participativo¡±. 79 constituyentes son mujeres, convirti¨¦ndose en la ¨²nica Asamblea Constituyente de la historia mundial en tener mayor¨ªa de mujeres. 18 son esca?os de pueblos originarios, estando todos presentes (desde los Rapanui de la Isla de Pascua hasta los Mapuches). La derecha, que ansiaba alcanzar al menos un tercio para poder vetar las modificaciones constitucionales, apenas tendr¨¢ 37 diputados.
El car¨¢cter absolutamente ¨²nico del proceso chileno se encuentra en el hecho de producirse como una ¡°institucionalizaci¨®n insurreccional¡±. Es el resultado de una insurrecci¨®n que exigi¨® inmediatamente una nueva institucionalidad. Los islandeses intentaron lo mismo, cuando la crisis econ¨®mica produjo profundas movilizaciones populares que terminaron por producir una nueva constituci¨®n. No obstante, el Parlamento no reconoci¨® la nueva carta, abortando el proceso.
La excepcionalidad andina debe comprenderse a la luz de lo que fue la v¨ªa chilena al socialismo. El Gobierno de Salvador Allende (1970-1973) busc¨® realizar un programa marxista a trav¨¦s de una mutaci¨®n progresiva de la vida social que preservaba una buena parte de la estructura de la democracia liberal. Muchos criticaron esta estrategia despu¨¦s del golpe de Estado, pero hay que recordar sus razones. Era el modo en que los chilenos y chilenas impidieron la militarizaci¨®n de la vida social, como normalmente ocurri¨® en todos los procesos revolucionarios hasta ahora. Hab¨ªa un problema real que Chile busc¨® resolver innovando.
De cierta forma, ese proceso interrumpido es el que se retoma ahora 47 a?os despu¨¦s. Desde las revueltas de los ping¨¹inos en el primer Gobierno de Bachelet, Chile vio c¨®mo l¨ªderes estudiantiles se volvieron diputados y diputadas que lucharon y obtuvieron del Congreso una reforma que volvi¨® gratuito el sistema de ense?anza p¨²blica. Ahora, ellos hicieron este movimiento in¨¦dito de dejar las calles solo si ten¨ªan una constituyente en sus manos, lo que los tunecinos apenas consiguieron a?os despu¨¦s de la formaci¨®n del primer gobierno posdictadura. Al acoplar los dos procesos, Chile permiti¨® que el entusiasmo insurreccional comandase el proceso constitucional, institucionalizando su revoluci¨®n molecular.
El espectador que ve esto desde el Brasil se pregunta qu¨¦ pasa con nosotros. No obstante, se equivocan aquellos que creen que esta din¨¢mica no alcanzar¨¢ a Brasil. Pasa que ella se va a enfrentar a una situaci¨®n m¨¢s dram¨¢tica. Pues Brasil es el pa¨ªs en el que las fuerzas de reacci¨®n se organizaron de forma insurreccional. Son sectores expresivos de la poblaci¨®n los que fueron e ir¨¢n a las calles a pedir un golpe militar y a defender el fascismo de quien nos gobierna. Dentro de la l¨®gica de la contrarrevoluci¨®n preventiva, el Brasil, a diferencia de otros pa¨ªses latinoamericanos, fue capaz de movilizar las din¨¢micas de un fascismo popular. Es por eso que el escenario tendencial entre nosotros es el de una insurrecci¨®n contra otra insurrecci¨®n. Una revoluci¨®n fascista contra una revoluci¨®n molecular disipada. Mejor ser¨ªa estar preparados para ello.
Vladimir Safatle es profesor titular del departamento de Filosof¨ªa de la Universidad de S?o Paulo. Traducci¨®n de Natalia Lopez.
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