La cuna de las desigualdades
Las clases acomodadas en Espa?a est¨¢n especialmente protegidas frente al riesgo de acabar en posiciones sociales bajas, la verdadera prueba del algod¨®n de la movilidad social
El ascensor social no existe. Nuestro pa¨ªs, como el resto de Europa, ha prosperado de manera importante en el ¨²ltimo medio siglo y ser¨ªa absurdo negarlo. Sin embargo, la idea de que siempre mejoramos respecto a la posici¨®n social de nuestros padres es un mito conveniente. Son cohortes enteras las que se benefician de transformaciones estructurales profundas, las que ascienden en bloque, y en ello las haza?as individuales juegan un papel limitado. Vamos, que, si queremos ser precisos, lo que tenemos ante nosotros no es un ascensor, es un montacargas.
Para ilustrarlo, v¨¦ase el desequilibrio entre generaciones. Los millennials, que hoy est¨¢n llegando a los 40 a?os, tienen el 4,8% de la riqueza mundial, mientras que los boomers en torno al 21%. No es que estos ¨²ltimos hayan sido m¨¢s ego¨ªstas, sino que, en general, se beneficiaron de una coyuntura dif¨ªcilmente repetible: el enorme cambio social, la industrializaci¨®n y desarrollo econ¨®mico acaecido en Occidente desde los a?os cincuenta. Cuando este proceso se detuvo, los que vinieron detr¨¢s han padecido la tradicional reproducci¨®n de riqueza y oportunidades seg¨²n el hogar de origen. Aunque en esto no todos los pa¨ªses sean iguales, el nuestro punt¨²a con nota. Esping-Andersen y Cimentada han mostrado c¨®mo en Espa?a el efecto de la clase social en la posici¨®n de destino es uno de los m¨¢s marcados. Los j¨®venes de origen privilegiado (padres con estudios superiores) tienen muchas m¨¢s probabilidades de acceder a las posiciones sociales altas respecto a otros pa¨ªses del entorno. Adem¨¢s, nuestras clases acomodadas est¨¢n especialmente protegidas frente al riesgo de acabar en posiciones sociales bajas, la verdadera prueba del algod¨®n de la movilidad social (que los hijos de los ricos sean tan penalizados como los dem¨¢s cuando fracasan).
Esta situaci¨®n viene explicada por un mercado de trabajo voraz y un estado de bienestar con poca capacidad para redistribuir, especialmente entre generaciones. De este modo, ante las deficiencias de ambas instituciones, solo queda el n¨²cleo familiar como fuente de bienestar y seguridad (menos mal). Sin embargo, el problema es que familia hay quien la tiene y quien no. O, dicho de otro modo, que las desigualdades en la cuna se convierten en la cuna de todas las desigualdades.
Adem¨¢s, la posici¨®n prevalente de las clases acomodadas tiene muchos visos de crecer. De un lado, porque la inversi¨®n educativa con m¨¢s retorno econ¨®mico, especialmente la tecnol¨®gica y de habilidades no regladas (soft skills), correlaciona fuertemente con el origen social. Del otro, porque las clases altas pueden transmitir m¨¢s y mejor patrimonio en hogares con cada vez menos hijos. Dos mecanismos que favorecen no solo que pueda venir una de las generaciones m¨¢s pobres en t¨¦rminos relativos, sino tambi¨¦n una de las m¨¢s internamente desiguales. Siendo as¨ª y visto el panorama, m¨¢s que esperar al ascensor, ir¨ªa cogiendo las escaleras.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.