¡®Trampantoja¡¯
Nos reflejamos en la imagen interpretada, sentida. Hay que fijarse. Activemos el filtro de una humanidad que proteja siempre a los parias, a las parias, de la tierra
Hay que fijarse. Pato o conejo. ?Qu¨¦ es la imagen que miro? Se lo preguntaba Ricardo Piglia en Blanco nocturno. Vivimos en un universo de saturaci¨®n, sobreimpresi¨®n, de im¨¢genes. Distingo una bruja, pero, si me fijo m¨¢s, dentro de los mismos trazos descansa una damisela con estola. Hay que fijarse y hacerse preguntas que delatan los prejuicios de nuestra retina superinformada y a punto de desprenderse por soportar una carga excesiva. Estamos al borde de la ceguera. Urgen los cursos para desarrollar habilidades decodificadoras del trampantojo. Veamos la reciente avalancha de migrantes hacia Ceuta. El ¨¢lbum. En la primera imagen, una verja se abre y deja paso a una alegre multitud. Sus autoridades dicen: ¡°Pasa. Hoy es fiesta¡±. Traspasan la frontera de un pa¨ªs inaccesible para asistir a un partido de f¨²tbol o para trabajar, ganarse la vida, escapar de la ruina, realizar su sue?o de prosperidad. Trabajar, ganarse la vida, ruina, sue?o de prosperidad no son lo mismo. Nuestras pupilas, instruidas en publicidad y finales felices, se contraen de regocijo: una verja; se abre; entusiasmada gestualidad corporal. Imagen sin violencia. Sin embargo, por detr¨¢s, est¨¢n las intenciones de un Gobierno que reduce a a?ojo de tercera a su ciudadan¨ªa, la usa como pe¨®n para su venganza, distorsiona la palabra humanitarismo, abre una puerta dando argumentos a los enemigos de sus compatriotas pobres: invasi¨®n, menas hacinados en naves, hijos de puta, hijos de puta, Ceuta espa?ola, delincuencia. No importan la carne de ca?¨®n, los cuerpos inc¨®modos para propagar el miedo al contagio del piojo, el virus o la miseria, las esperanzas malbaratadas de los alegres muchachos o de esas mujeres que atraviesan las jaulas fronterizas con sus mercanc¨ªas a cuestas, y ese d¨ªa nadaron sin saber nadar con sus beb¨¦s a la espalda y llegaron sin aliento a la orilla: un guardia civil, por una vez, rescat¨® a un ni?o vivo y no a un ni?o muerto.
Otras im¨¢genes primero nos indignan, despu¨¦s nos forzamos a justificarlas y vuelven a indignarnos porque la violenta necesidad de ciertas acciones a¨²n no nos ha necrosado el rojo latido del coraz¨®n: los muchachos trepan por un acantilado y son recibidos por las botas de las fuerzas de seguridad que los devuelven al agua. Arriba, patada, palo, abajo, es necesario, horrible, hay que defender el territorio, la salud de los ceut¨ªes, los negocios, ay, es necesario. No lo puedo soportar. Luego est¨¢ la maldad pura: una periodista tergiversa los m¨¢s altos valores de nuestra condici¨®n humana. El subsahariano aferrado a la voluntaria de Cruz Roja. Dolor, empat¨ªa, impotencia, abrazo, compasi¨®n se reducen a suciedad gracias a la mirada difamatoria de una fascista. La psicopat¨ªa pol¨ªtica y social hermana a los que han nacido en el lado bueno del mundo: cayetaners, prevaricadores, monjas que dan pellizcos, reyes africanos, oligarcas que no tienen la piel blanca, pero usan a los que la tienen como ellos para proteger sus intereses de clase. Todos a una: ultraderecha espa?ola y aristocracias multicolores. Pasta gansa. Falta de respeto hacia vidas prescindibles. Hay que fijarse. Una imagen despierta sentimientos contradictorios, encierra un significado imprevisible, es adulterada por un ojo atroz. Nos reflejamos en la imagen interpretada, sentida. Hay que fijarse. Activemos el filtro de una humanidad que proteja siempre a los parias, a las parias, de la tierra.
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