Abandonemos el cauce del desastre
En Per¨² se ha edificado esta disyuntiva espeluznante: dos amenazas a la democracia disput¨¢ndose el t¨ªtulo de mal menor como m¨¢xima aspiraci¨®n nacional
Cada vez que el Fen¨®meno El Ni?o castiga al Per¨² se producen desbordes que arrasan con viviendas que ya hab¨ªan sido destruidas por inundaciones previas. Nunca debieron ubicarse en zona de riesgo ni mucho menos volverse a levantar en el mismo lugar. Pero es ah¨ª donde se erigen nuevamente, en el cauce mismo del siguiente desastre.
Similar homenaje a S¨ªsifo hacen las elecciones presidenciales, que cada cinco a?os arrastran a una mayor¨ªa de peruanos a votar en segunda vuelta, no con la convicci¨®n o el entusiasmo del simpatizante, sino con la angustia y el desamparo del damnificado. Como con las viviendas devastadas, nadie puede culpar al azar por la cat¨¢strofe, aunque esta reaparezca siempre como una maldici¨®n: otra vez el lodo hasta el cuello y otra vez el insano ritual de tener que entregar el voto a una opci¨®n que jam¨¢s se habr¨ªa considerado apoyar de no enfrentar a otra que se percibe como una amenaza a¨²n mayor.
Algo muy malo tenemos que estarle haciendo a la democracia para que una y otra vez nos someta al tormento de tan tirante disonancia cognitiva. No hay valores ni principios democr¨¢ticos que alcancen a salir ilesos de estas contorsiones. No es f¨¢cil observar a Ver¨®nika Mendoza archivar la lucha por la igualdad de g¨¦nero para respaldar a Pedro Castillo ¡ªy al partido de mis¨®ginos liderazgos con el que ella misma rechaz¨® antes aliarse¡ª; ni a Mario Vargas Llosa levantar la bandera de la libertad con la que enfrent¨® por tres d¨¦cadas al fujimorismo para hacerla flamear ahora alrededor de Keiko Fujimori. Pero es a¨²n m¨¢s dif¨ªcil constatar que entre todos hemos edificado esta espeluznante disyuntiva: dos amenazas a la democracia disput¨¢ndose el t¨ªtulo de mal menor como m¨¢xima aspiraci¨®n nacional; y dos mitades del pa¨ªs coreando fan¨¢ticamente la palabra Per¨² con visiones radicalmente opuestas detr¨¢s de ella.
Hay que entenderlo de una vez: el problema no es que el r¨ªo experimente crecidas, sino que insistamos en la insensatez de llevar el enfrentamiento pol¨ªtico hasta el borde mismo de su inestable cauce. En lugar de seguir retratando irresponsablemente al adversario como un temible enemigo de la patria, hay que saber reconocer la legitimidad de sus demandas y aspiraciones. No se equivocan quienes reclaman por un bicentenario de postergaciones. Tampoco quienes aspiran a la estabilidad y al crecimiento de la econom¨ªa. Pero estamos todos equivocados si seguimos creyendo que la aspiraci¨®n de unos solo puede alcanzarse aplastando a la de los otros.
No es un problema que afecte solo a los peruanos, por supuesto. La aguda polarizaci¨®n en Bolivia y Ecuador, como los estallidos en Colombia y en Chile, hablan de una regi¨®n atravesada por similares tensiones. No ha sido el alza del pasaje en metro ni el impuesto a los combustibles ni la reforma tributaria ni la propia pandemia lo que realmente explica la magnitud de las protestas y la furia de su onda expansiva. Se trata, debajo de las costras de la corrupci¨®n, la impunidad y la ineficiencia estatal, de la insostenible coexistencia de islas de privilegios en un mar de precariedad de derechos.
S¨ª, es la desigualdad: la cicatriz distintiva de Am¨¦rica Latina, nuestra ¡°marca-regi¨®n¡±. Pero no es ella en s¨ª misma. Es el hecho de que a¨²n tantos en nuestros territorios se mantengan por debajo de ese m¨ªnimo que la revuelta chilena ha se?alado con el certero dardo de la palabra dignidad. Y es importante, y muy diciente, que esto haya ocurrido en Chile, cuyo desempe?o en las ¨²ltimas d¨¦cadas ha exhibido resultados positivos y hasta envidiables; pero, a la luz de tan generalizado malestar, insoportablemente insuficientes.
La ruta que en distintos pa¨ªses venimos recorriendo est¨¢ inclinando peligrosamente a compatriotas contra compatriotas y convirtiendo a la democracia en un enloquecido monstruo que se devora a s¨ª mismo. La creciente apuesta por visiones extremas se vende como la salida f¨¢cil a todos estos males, pero no es m¨¢s que un atajo falaz cuyo precio escondido somos todos nosotros.
Hay un gesto reciente, sin embargo, que sugiere la posibilidad ¡ªy la necesidad¡ª de otro camino. El encuentro de los en otros tiempos enfrentados pu?os de Cardoso y de Lula, como se?al de que no es f¨¢cil pero s¨ª indispensable acercarse desde orillas que, aunque opuestas, reconocen la urgencia de superar diferencias y escuchar a las mayor¨ªas sin necesidad de sacrificar en el proceso los principios y valores de nuestra hoy amenazada democracia. Esa debe ser nuestra apuesta.
Salvador del Solar es cineasta, actor y abogado. Fue presidente del Consejo de Ministros del Per¨² y ministro de Cultura.
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