La l¨¢grima f¨¢cil
Las reglas de las telenovelas est¨¢n fijadas en los cl¨¢sicos, desde la ¡®Odisea¡¯ a Dickens
Una entrevista reciente, en la que el ensayista mexicano Ilan Stavans habla con gran perspicacia del melodrama y la literatura, me pone frente a un tema fascinante. Sus afirmaciones son provocadoras. Por ejemplo, la de que novelas de Garc¨ªa M¨¢rquez y Vargas Llosa no son otra cosa que telenovelas literarias.
Los libretistas de las telenovelas, y de las radionovelas antes, aprendieron las reglas del g¨¦nero en ejemplos cl¨¢sicos inamovibles, que van desde la Odisea, a las novelas de Dickens. Hay en la trama dram¨¢tica de los culebrones tradicionales, capaz de sostenerse a lo largo de 300 cap¨ªtulos, que toman meses en emitirse, reglas que son b¨¢sicas: los obst¨¢culos constantes que impiden la felicidad; y el suspenso al final de cada cap¨ªtulo para que nadie abandone la trama.
La tarea del h¨¦roe no es posible, lo explica bien Joseph Campbell, sin los obst¨¢culos, que forman la esencia de la aventura. Ulises, tras diez a?os de guerra en Troya, solo quiere volver con buen viento a su vida dom¨¦stica en ?taca.
Si su viaje de regreso hubiera sido feliz, no habr¨ªa nada que contar; la saga est¨¢ compuesta de interrupciones, y esa es la aventura. No sale a buscarlas, las encuentra en el camino. Al contrario, don Quijote quiere ser interrumpido, quiere enfrentarse a sus enemigos malandrines, y ese es el motivo de su viaje, y el motivo de la narraci¨®n.
Algo est¨¢ impidiendo siempre la dicha de los protagonistas. Esta regla no la descuida el prol¨ªfico F¨¦lix B. Caignet en El derecho de nacer, especie de gran matriz del g¨¦nero: a don Rafael del Junco, due?o del secreto capaz de resolver la trama, le da un derrame cerebral y pierde el habla. Mientras est¨¦ mudo, no habr¨¢ desenlace.
Dickens es el gran maestro del suspenso al final de cada entrega, y as¨ª se alimenta el deseo de seguir, para saber en qu¨¦ va a terminar todo, aunque ese t¨¦rmino est¨¦ lejano, al cerrarse el ¨²ltimo cap¨ªtulo impredecible.
Igual que las telenovelas, los libros de Dickens se publicaban por entregas. La gente se agolpaba en los muelles de Nueva York para esperar el barco donde llegaba desde Londres la revista con el nuevo cap¨ªtulo de La peque?a Dorritt. Y los lectores quer¨ªan saber si la ni?a Nell Trent, la hero¨ªna de La tienda de antig¨¹edades, iba a sobrevivir o no a su enfermedad.
La agon¨ªa de Nell se prolonga en funci¨®n de la necesidad de la novela. Morir¨¢ o no morir¨¢ seg¨²n al autor le convenga; y mientras ese momento llega, las cartas de los lectores llueven en la redacci¨®n de la revista pidiendo a Dickens que salve a la protagonista. Pero, tras meditarlo en paseos solitarios por las orillas del T¨¢mesis, sentencia que debe morir. Es una decisi¨®n grave, que toma en funci¨®n del poder de vida o muerte que tiene sobre sus personajes.
Los personajes pasan a ser de carne y hueso en las mentes. Cuando en Nicaragua se transmiti¨® por Radio Mundial El derecho de nacer, y al final Albertico Limonta e Isabel del R¨ªo se casan, en los estudios de la emisora se recibieron numerosos regalos de boda.
Hay una tercera regla del melodrama: la carga lacrim¨®gena. Y tambi¨¦n lo hallamos en Dickens. No hay quien no derrame l¨¢grimas por la suerte de todos esos seres, sobre todo ni?os, empujados a la miseria y el desamparo por la sociedad industrial, y la narraci¨®n es conducida, a trav¨¦s de sus trampas, para provocar el llanto. La telenovela potencia este recurso y busca que quienes se sientan frente al televisor se ahoguen en un mar de l¨¢grimas.
Cien a?os de soledad no tiene, de verdad, como cree Stavans, nada de telenovela. Me intriga lo que har¨¢n los guionistas ahora que el libro se convertir¨¢ en una serie de Netflix, para darle a esa narraci¨®n que siempre se est¨¢ mordiendo la cola porque vuelve sobre s¨ª misma, las reglas necesarias de intriga y suspenso, y de aventura siempre interrumpida, de un cap¨ªtulo a otro.
En cuanto a El amor en los tiempos del c¨®lera, a la que tambi¨¦n cita, es m¨¢s bien la parodia deliberada de un melodrama, un amor entre viejos, narrado con sabia sutileza, y una carga m¨¢gica de palabras convertidas en im¨¢genes. Florentino Ariza y Fermina Daza se salen del molde cl¨¢sico del melodrama, donde los amores sufren interrupciones, pero nunca hasta la anticlim¨¢tica llegada de la vejez. Ya la novela fracas¨® en el cine, en manos de Mike Newell, a pesar de su reparto de lujo.
Tampoco La t¨ªa Julia y el escribidor es un melodrama. Los amores entre un sobrino una t¨ªa que lo dobla en edad se salen de los m¨¢rgenes de lo que una telenovela requiere. Y la novela es una burla las radionovelas, con personajes que llaman a la risa m¨¢s que al llanto, como el famoso libretista Pedro Camacho.
No creo, por fin, que el melodrama, como tendencia a exhibir las emociones hasta el llanto, sea asunto del ADN latinoamericano, como Stavans afirma tambi¨¦n. La soap opera es una vieja industria en Estados Unidos, y ahora los culebrones turcos est¨¢n invadiendo las pantallas, doblados al espa?ol.
Todos somos, de un modo o de otro, de l¨¢grima f¨¢cil.
Sergio Ram¨ªrez es escritor.
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