La falsa guerra entre generaciones
Es injusto culpar a los mayores de la Transici¨®n de un supuesto tap¨®n para explicar la falta de oportunidades; los hijos de la democracia ya han llegado a la cima y este es su momento
Hablar de generaciones est¨¢ de moda. Desde las pensiones a las dificultades de la emancipaci¨®n juvenil, cualquier debate social de calado acaba derivando hacia la explicaci¨®n generacional, de manera que es com¨²n encontrar expresiones como ¡°la generaci¨®n tap¨®n¡± o ¡°la generaci¨®n de la crisis¡±, que han empezado a formar parte del paisaje de conceptos que utilizamos para explicarnos lo que ocurre. Apelar al hecho generacional ha devenido habitual en la discusi¨®n p¨²blica. No es solo una moda (aunque algo de ello hay en la utilizaci¨®n exagerada de las generaciones como factor que lo explica pr¨¢cticamente todo): Espa?a vive desde hace a?os un momento de cambio generacional que acompa?a, por no decir que alimenta, el agotamiento del impulso pol¨ªtico y social que dio lugar al sistema en el que han nacido y crecido las generaciones que actualmente llaman a la puerta del protagonismo social.
Estos j¨®venes est¨¢n llamados a encarnar la etapa que debe sustituir el largo per¨ªodo protagonizado por la generaci¨®n dominante que encarn¨® el esp¨ªritu de la Transici¨®n democr¨¢tica. Esta es la generaci¨®n de los ni?os y las ni?as de la posguerra, la larga generaci¨®n que lleg¨® a la madurez coincidiendo con la etapa terminal del franquismo. Fueron el grupo dominante en la Transici¨®n democr¨¢tica y lo han seguido siendo hasta que el acuerdo de 1978 empez¨® a mostrar una evidente fatiga de materiales, coincidiendo precisamente con la llegada a la vejez de sus protagonistas.
Como en cualquier momento de cambio estructural, en el actual hay una dif¨ªcil convivencia de lo viejo con lo nuevo, creando una suerte de impasse entre la resistencia de las antiguas estructuras y las ansias de cambio encarnadas por las nuevas generaciones. Pongamos que llevamos viviendo en este impasse desde 2014. Ser¨ªa injusto decir que nada ha cambiado desde entonces. Bien al contrario. Miremos donde miremos, desde el Congreso de los Diputados hasta la n¨®mina de opinadores de este diario, se ha producido un intenso relevo generacional, acorde con lo sucedido en el conjunto de la sociedad. Hoy en d¨ªa, los nacidos en democracia suponen m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n espa?ola, 24 millones de individuos de 45 a?os o menos. Son la generaci¨®n central, la dominante, que est¨¢ sustituyendo a los hijos e hijas de la posguerra.
Esta sustituci¨®n no constituye s¨®lo un hecho biol¨®gico, ineludible, sino que implica una traslaci¨®n de horizontes vitales, de valores, de anhelos comunes. Al fin y al cabo, una generaci¨®n no es solo un grupo de individuos que se definen por haber nacido en un per¨ªodo de tiempo similar, sino (y este es el sentido ¨²ltimo de las generaciones) que se identifican por haberlo hecho en un contexto hist¨®rico determinado, que les ha dotado de una ¡°marca generacional¡± que les caracteriza como grupo. El remplazo de una generaci¨®n por otra es tambi¨¦n la pugna entre las ¡°marcas¡± de cada una de ellas.
De aqu¨ª que haya quien defina estos momentos de cambio, de remplazo generacional, como una guerra, una guerra entre generaciones, entre aquellos que se resisten a salir del escenario y aquellos que empujan por subirse a ¨¦l. La imagen tiene su potencia, de manera que es utilizada ampliamente. Existir¨ªa en la Espa?a de hoy, pues, una guerra entre generaciones por los recursos, por el poder pol¨ªtico, por la definici¨®n del marco cultural, entre aquellos que protagonizaron la transici¨®n a la democracia y han venido detentando el poder en todos los sentidos, teniendo como objetivo la preservaci¨®n del sistema (no solo pol¨ªtico e institucional), y aquellos que pretenden cambiar el estado de cosas en el que han vivido los espa?oles desde 1978. En pocas palabras, entre los hijos e hijas de la posguerra y los de la democracia.
Los primeros formar¨ªan parte de una generaci¨®n privilegiada frente a los segundos, precarizados. El mantenimiento de los privilegios de los primeros habr¨ªa generado un tap¨®n para las aspiraciones de las generaciones nuevas, obligadas a combatir en inferioridad de condiciones en esta guerra desigual.
El debate sobre el presente (y el futuro) de las pensiones ha sido el escenario privilegiado para el despliegue de la ret¨®rica sobre esta supuesta guerra de generaciones. Se ha dicho y escrito que las nuevas generaciones, m¨¢s formadas que las anteriores y, por tanto (aparentemente) m¨¢s legitimadas para alcanzar sus objetivos vitales, sufren limitaciones a sus expectativas por el peso que supone el pago de las pensiones de jubilaci¨®n de las generaciones precedentes. Generaciones estas que, por otro lado, habr¨ªan disfrutado de una vida mucho m¨¢s desahogada que las nuevas generaciones, sumidas en la precariedad laboral y la anemia econ¨®mica, especialmente a partir de la crisis de 2008. As¨ª, la generaci¨®n de la posguerra no solo habr¨ªa disfrutado de un estatus privilegiado en su etapa activa (trabajo estable, despegue econ¨®mico), sino que mantendr¨ªan ese privilegio una vez retirados a costa de la precarizaci¨®n de las nuevas generaciones y del drenaje continuado del presupuesto p¨²blico v¨ªa pensiones.
El debate, as¨ª expresado, es profundamente injusto. La de la posguerra no puede calificarse de ning¨²n modo de generaci¨®n privilegiada, a no ser que se considere un privilegio vivir la infancia y la juventud bajo una dictadura, no tener acceso a la educaci¨®n superior (o a la educaci¨®n, simplemente), protagonizar el ¨¦xodo rural hacia las ciudades dormitorio de los cinturones de Madrid o Barcelona, trabajar desde la adolescencia, sufrir el impacto de la crisis de los a?os ochenta y cobrar una pensi¨®n de jubilaci¨®n de mil euros mensuales. Y si consideramos ¨²nicamente a las mujeres de esa generaci¨®n deber¨ªamos multiplicar estos privilegios. La pensi¨®n media de las mujeres en Espa?a es de menos de 800 euros al mes, un 35% menos que la pensi¨®n media de los hombres.
Hablamos de ¡°guerra entre generaciones¡± para no hablar de un sistema estructuralmente injusto, y as¨ª cargar en los hombros de los jubilados, convertidos en el chivo expiatorio de la frustraci¨®n juvenil, la responsabilidad de la precariedad laboral de las nuevas generaciones, condenados a tener un sueldo de becarios pasados los cuarenta, cuando las razones est¨¢n en otra parte. No hay guerra entre generaciones porque ambas est¨¢n en el mismo lado: sin salarios dignos no hay pensiones dignas, sin trabajo estable no hay jubilaci¨®n posible. Si los j¨®venes espa?oles no tienen perspectivas laborales no es porque sus mayores cobren una pensi¨®n (de mil euros).
Ninguna generaci¨®n tiene en sus manos las riendas de su destino, como fabula cierta mitolog¨ªa. M¨¢s bien cada generaci¨®n es prisionera de su circunstancia, con la que no le queda m¨¢s remedio que llegar a un cierto acuerdo. Los hijos e hijas de la democracia, hijos del individualismo y la aceleraci¨®n, criados en el ¡°si quieres, puedes¡± y la oferta supuestamente inacabable de productos y experiencias, se han dado de bruces con una realidad menos amable de la que pod¨ªan esperar, m¨¢s ¨¢spera. Pero yerran si hacen responsable de ella a la generaci¨®n precedente. Ellos no son el tap¨®n. Los hijos e hijas de la democracia ya han llegado a la cima y est¨¢n solos en el escenario. Ahora es el momento de decidir qu¨¦ quieren hacer en ¨¦l, sin excusas, sin poder cargar la responsabilidad en otros. Es su momento. As¨ª que adelante.
Oriol Bartomeus es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la Universitat Aut¨°noma de Barcelona.
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