De la solidaridad a la suspicacia: 30 a?os de oportunidades perdidas
La incapacidad para acercar a Rusia a Occidente en las tres d¨¦cadas transcurridas desde la ca¨ªda de la URSS explica muchos de los conflictos actuales, incluido el desastre de Afganist¨¢n
Unidos por un intenso sentimiento de libertad, cruz¨¢bamos el r¨ªo Moscova por el puente de Kalinin (hoy puente del Nuevo Arbat) el 22 de agosto de 1991. ?ramos una multitud y acab¨¢bamos de asistir en Mosc¨² al mitin que simb¨®licamente daba por concluida aquella pesadilla de tres d¨ªas en los que un grupo de altos funcionarios del Estado, constituidos en el Comit¨¦ Estatal de Situaciones de Emergencia (el llamado GKCHP, por sus siglas en ruso) hab¨ªa intentado frenar la historia y evitar la firma del Tratado de la Uni¨®n, el documento que iba a dar amplias competencias a las rep¨²blicas federadas de la URSS (Uni¨®n de Rep¨²blicas Socialistas Sovi¨¦ticas) y a cercenar los poderes centrales del Estado, vertebrado en torno al partido comunista. Los golpistas hab¨ªan sido detenidos, el presidente sovi¨¦tico, Mija¨ªl Gorbachov, hab¨ªa regresado de Crimea, tras permanecer aislado por los conjurados, que no contaron con la resistencia del presidente ruso Boris Yeltsin. Procedentes en su mayor¨ªa del ¨¢mbito militar y de seguridad, los golpistas temieron el derramamiento de sangre y no se atrevieron a ordenar el asalto al Parlamento ruso, esperado en la noche del 20 al 21 de agosto. El 22, Yeltsin se hab¨ªa dirigido a la multitud liberada del fantasma de la guerra civil desde el balc¨®n de la Casa Blanca (as¨ª llaman al edificio que albergaba entonces el Parlamento ruso) decorado con una nueva-vieja bandera, la tricolor azul, roja y blanca, del Gobierno provisional entre febrero y octubre de 1917. Rusia y el mundo comenzaban una nueva ¨¦poca. El lugar desde donde la multitud vitore¨® a Yeltsin en su momento de gloria se llamar¨ªa despu¨¦s ¡°plaza de Rusia Libre¡±.
Tres d¨¦cadas despu¨¦s, aquellos momentos de euforia y solidaridad parecen un sue?o. El romanticismo ha dejado paso a la desconfianza y el c¨¢lculo. F¨ªsicamente, el lugar donde se celebr¨® el mitin est¨¢ rodeado por la s¨®lida verja met¨¢lica que se construy¨® en torno a la Casa Blanca tras los enfrentamientos armados de octubre de 1993 entre los ¡°vencedores¡± de dos a?os antes.
La URSS muri¨® definitivamente en agosto de 1991, pero su agon¨ªa se prolong¨® hasta diciembre cuando los dirigentes de las tres rep¨²blicas eslavas (Rusia, Ucrania y Bielorrusia) certificaron su defunci¨®n en un pabell¨®n de caza en los bosques de Bielorrusia. Las 15 rep¨²blicas federadas de la URSS, una tras otra, fueron reconocidas como Estados, y, en b¨²squeda de s¨ª mismas, desarrollaron la identidad con la que quer¨ªan ser vistas por el mundo, unas por caminos ya surcados y otras a merced de los caprichos de l¨ªderes locales. Los estudios sobre las transiciones, tan de moda a principios de los noventa, resultaron simplistas, pues contabilizaban factores como privatizaci¨®n, producto interno bruto, alternancias en el poder o corrupci¨®n, pero ten¨ªan dificultades para incluir en sus c¨®mputos factores como ¡°tradiciones hist¨®ricas¡±, ¡°potencial nuclear¡± o las cargas y responsabilidades asociadas al estatus de ¡°heredera de la URSS¡± que recay¨® en Rusia.
El tel¨®n de acero de la Guerra Fr¨ªa desapareci¨®, pero las esferas de influencia siguen existiendo, aunque corregidas por el fortalecimiento de China como potencia global y de otras potencias regionales. En Europa, la UE y la OTAN, en sucesivas oleadas, se han ampliado a costa de los antiguos aliados de la URSS y tambi¨¦n de tres de las exrep¨²blicas sovi¨¦ticas. En Asia central, Rusia mantiene una presencia militar importante (la base n¨²mero 201 con instalaciones en varios emplazamientos en Tayikist¨¢n), tiene un acuerdo estrat¨¦gico con Uzbekist¨¢n y dispone de la Organizaci¨®n del Tratado de Seguridad Colectiva (de la que forman parte Kazajist¨¢n, Kirguizist¨¢n, Tayikist¨¢n, adem¨¢s de Armenia y Bielorrusia).
Esta es una historia de oportunidades desaprovechadas. En diciembre de 1991, un enviado especial de Boris Yeltsin plante¨® directamente al secretario general de la OTAN, por entonces Manfred W?rner, el deseo del presidente ruso de ingresar en la Alianza. Al principio de este siglo, el presidente Vlad¨ªmir Putin plante¨® de nuevo el tema a otro secretario general, George Robertson. No result¨®, la primera vez porque los dirigentes atlantistas quedaron desbordados por la propuesta; la segunda, porque Rusia quer¨ªa ingresar en la OTAN con su propio estatus de gran potencia sin pasar por el procedimiento de otros candidatos m¨¢s peque?os.
Tampoco result¨® el acercamiento entre la UE y Rusia por razones que fueron cambiando con el tiempo, y que incluyeron los miedos europeos a una emigraci¨®n incontrolada y a la imprevisibilidad de Mosc¨², la concepci¨®n de la democracia y la actitud ante las llamadas ¡°revoluciones de colores¡± que el Kremlin considera instigadas desde el extranjero y especialmente por EE UU y la UE. En la lista de desencuentros que han alimentado la desconfianza creciente, Occidente acusa a Rusia de envenenar disidentes y de violar las fronteras internacionales en Ucrania con la anexi¨®n de Crimea y el apoyo a los secesionistas prorrusos de la regi¨®n del Donb¨¢s. Por su parte, Rusia ha reprochado a Occidente el bombardeo de Yugoslavia por parte de la OTAN en 1999 y tambi¨¦n las intervenciones militares en Irak, Siria y Libia, en las que la cirug¨ªa (por lo general inacabada) vista desde Mosc¨² es peor que la misma enfermedad.
A todo esto se le suma estos d¨ªas Afganist¨¢n, que EE UU y sus aliados abandonan dej¨¢ndolo sumergido en el caos. La historia se repite. La Rusia reci¨¦n nacida (o renacida) hace 30 a?os dej¨® de ayudar econ¨®micamente a Afganist¨¢n, que en enero de 1992 ya no ten¨ªa combustible para su aviaci¨®n. El r¨¦gimen de Najibul¨¢, el funcionario prosovi¨¦tico que hab¨ªa resistido tras la marcha de las tropas sovi¨¦ticas concluida en 1989, cay¨® en abril de 1992.
Tras el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, Rusia y EE UU tuvieron la oportunidad de trabajar juntos contra el terrorismo de Al Qaeda, que hab¨ªa encontrado cobijo en Afganist¨¢n, pero la desconfianza se impuso. La influencia de los talibanes, que controlan ya hoy las fronteras de Afganist¨¢n con Tayikist¨¢n, Uzbekist¨¢n y Turkmenist¨¢n, es ahora un peligro para Asia central. Rusia tendr¨¢ que afrontar nuevos retos de seguridad en la zona, aunque en julio los dirigentes talibanes que visitaron oficialmente Mosc¨² prometieron a los dirigentes rusos que no exportar¨ªan la revoluci¨®n a Asia central y que respetar¨ªan las fronteras del norte de Afganist¨¢n.
Estas promesas no tranquilizan en absoluto a los reg¨ªmenes de la zona ni a la poblaci¨®n de aquellas regiones que ya han sufrido por la radicalizaci¨®n de islamistas locales. Mosc¨² muestra aplomo, mientras trata de fortalecer su posici¨®n militar en la zona mediante ejercicios militares conjuntos con Tayikist¨¢n y Uzbekist¨¢n, y el reforzamiento de la base 201 de Tayikist¨¢n.
En su af¨¢n por constituirse simult¨¢neamente en gendarme de las ¡°l¨ªneas rojas¡±, que pretenden cerrar el paso a las ¡°revoluciones democratizadoras¡± por Occidente y a las ¡°revoluciones arcaizantes¡± por el Oriente, Rusia quiz¨¢ sobrevalora sus propias fuerzas y su propia potencia. Mientras tanto, sus analistas-propagandistas muestran cierta satisfacci¨®n amarga por la incapacidad de la coalici¨®n aliada para formar un ej¨¦rcito capaz de resistir en Afganist¨¢n (el destino de las mujeres afganas no les preocupa mucho por considerarlo parte de las tradiciones locales). As¨ª pues, en este treinta aniversario no hay muchos motivos para revivir la sensaci¨®n de libertad compartida que ten¨ªamos en aquella ma?ana de agosto en el puente sobre el Moscova. Pero cabr¨ªa desear que Occidente y Rusia trabajen por lo menos en un entendimiento pr¨¢ctico para algunos temas de obvio inter¨¦s com¨²n, como las armas nucleares y la cooperaci¨®n frente a la amenaza compartida del terror medieval.
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