La ense?anza de la Historia en la educaci¨®n secundaria: una necesidad c¨ªvica
El pasado impregna nuestras vidas humanas como el ox¨ªgeno nuestros cuerpos y su din¨¢mica est¨¢ en nuestro lenguaje, en el sistema pol¨ªtico-institucional, en el espacio geogr¨¢fico en el que nos movemos y hasta en el universo mental
Desde hace como m¨ªnimo dos siglos, la disciplina de la Historia es materia de obligada atenci¨®n en la educaci¨®n secundaria de pr¨¢cticamente todos los pa¨ªses del mundo desarrollado. Por motivos evidentes pero que convendr¨ªa recordar para olvidadizos bienintencionados o interesados. Primero: porque ninguna sociedad humana puede carecer de una concepci¨®n sobre su pasado colectivo, dado que sus integrantes siempre nacen a la vida social (nunca est¨¢n solos en el espacio: hay otros muchos) y a la vida temporal (nunca son los primeros en llegar: hay otros previos). Por eso se genera conciencia socio-temporal tan pronto como las personas empiezan a operar gracias a su capacidad reflexiva y habilidad comunicativa. Segundo: porque los humanos siempre somos el fruto decantado de un tiempo previo, como individuos y como integrantes de un grupo colectivo. Y lo somos por naturaleza, no por elecci¨®n voluntaria reversible. Todo ni?o acaba descubriendo que sus progenitores fueron ni?os a su vez en un momento anterior y recibe a su trav¨¦s el bagaje de ideas, saberes, concepciones y valores legados por ese pasado que no experimenta en primera persona pero que es condici¨®n de posibilidad de su propia individualidad.
Por ese doble conjunto de motivos, las sociedades siempre necesitaron representarse su historia porque su realidad nos envuelve individual y socialmente, hasta el punto de que no hay manera de entender el presente y sus posibles futuros sin referencias al pasado. La historia impregna nuestras vidas humanas como el ox¨ªgeno impregna nuestros cuerpos y su din¨¢mica est¨¢ en el lenguaje con el que nos expresamos, en el sistema pol¨ªtico-institucional en cuyo seno actuamos, en el espacio geogr¨¢fico sobre el que nos movemos, y hasta en el universo mental en el que nos concebimos.
La inexcusable necesidad de contar con una idea del pasado ha dado origen a lo largo del tiempo a formas de conocimiento diversas y no siempre arm¨®nicas: f¨¢bulas de creaci¨®n, leyendas de origen, doctrinas religiosas, mitolog¨ªas identitarias... En los ¨²ltimos siglos se han unido al elenco nuevos g¨¦neros de enorme poder de evocaci¨®n: la novela hist¨®rica; el cine de historia; las series televisivas de tem¨¢tica historizante¡
Estas formas de conciencia hist¨®rica pre o acient¨ªfica han tenido indudable impacto sobre las sociedades porque el uso del pasado (cierta lectura del mismo o de alguno de sus per¨ªodos) es un componente inexcusable de la ¡°identidad¡± de toda colectividad humana (sea de grupos de parentesco, clases, naciones, religiones, etnias¡) y es un ingrediente b¨¢sico de la autoconcepci¨®n de cada uno de sus individuos.
Sin embargo, a partir del siglo V antes de Cristo, de la mano de Her¨®doto y sus legatarios, y especialmente durante la Ilustraci¨®n del siglo XVIII, fue conform¨¢ndose una disciplina llamada ¡°Historia¡± con una misi¨®n propia: tratar de ofrecer una explicaci¨®n sobre el pasado de las sociedades humanas que fuera racional, rigurosa, cr¨ªtica, secular, terrenal, probatoria y demostrativa. En otras palabras: una explicaci¨®n verdadera y verificable, con sus dificultades y limitaciones, y por eso mismo no m¨ªtica, ni fant¨¢stica, ni arbitraria, ni caprichosa. Desde luego, la ciencia humana-social de la historia no puede jam¨¢s ¡°pre-decir¡± acontecimientos del futuro. Cuando puede, acaso los ¡°post-dice¡± porque tiene pruebas disponibles. Por eso mismo, la historiograf¨ªa no proporciona ejemplos de conducta infalibles y repetibles en otras circunstancias hist¨®ricas posteriores. Pero, y aqu¨ª reside su practicidad c¨ªvica p¨²blica, s¨ª permite realizar tres tareas culturales inexcusables para la humanidad civilizada: 1?) Contribuye a la explicaci¨®n diacr¨®nica de la g¨¦nesis, estructura y evoluci¨®n de las sociedades pret¨¦ritas y presentes; 2?) Proporciona un sentido cr¨ªtico de la identidad din¨¢mica operativa de los individuos y grupos humanos; y 3?) Promueve la comprensi¨®n de las distintas tradiciones y legados culturales que conforman las sociedades actuales sujetas a la dial¨¦ctica del cambio y la permanencia.
Y al lado de esta practicidad positiva, por s¨ª ya sustantiva, la historiograf¨ªa desempe?a una labor cr¨ªtica fundamental respecto a otras formas de conocimiento humano: impide que se hable sobre el pasado sin tener en cuenta los resultados de la investigaci¨®n emp¨ªrica, so pena de hacer pura metaf¨ªsica pseudo-hist¨®rica o formulaciones arbitrarias e inventadas. En este sentido, la raz¨®n hist¨®rica impone l¨ªmites infranqueables a la credulidad sobre el pasado de los hombres y sus sociedades: constituye un ant¨ªdoto y filtro correctivo contra la ignorancia que alimenta la imaginaci¨®n interesada y mistificadora sobre el pasado humano.
En esta funcionalidad cr¨ªtica se fundamenta una de las principales utilidades sociales de la historia: es un componente imprescindible para la edificaci¨®n y supervivencia de la conciencia individual cr¨ªtico-racionalista, que constituye la categor¨ªa b¨¢sica de nuestra tradici¨®n cultural greco-romana y hoy plenamente universal. Sin graves riesgos para el equilibrio din¨¢mico de las poblaciones y colectividades sociales, no es posible concebir un ciudadano que sea agente consciente y reflexivo al margen de una conciencia hist¨®rica m¨ªnimamente desarrollada. Sencillamente, porque dicha conciencia le permite plantearse el sentido cr¨ªtico-l¨®gico de las cuestiones de inter¨¦s p¨²blico, orientarse fundadamente sobre ellas, asumir sus propias limitaciones de comprensi¨®n, y precaverse contra las abiertas o veladas mistificaciones de los fen¨®menos hist¨®ricos.
En suma, la vigilia racionalista de la pr¨¢ctica hist¨®rica implantada acad¨¦micamente y ense?ada a nuestros j¨®venes bachilleres constituye uno de los grandes obst¨¢culos que se oponen a nuevas reediciones de monstruos bien conocidos en diversas partes del mundo y bajo distintas banderas (sean ¨¦stas representativas de la religi¨®n, la raza, la clase, la naci¨®n, el g¨¦nero, la lengua, la naturaleza o cualquier otra entidad organicista y suprasubjetiva). Y por eso no debe permitirse el abandono de la racionalidad hist¨®rica en la sociedad, que s¨®lo puede asegurarse si es materia educativa en los niveles formativos de la educaci¨®n secundaria, justo cuando los j¨®venes, a partir de los 12 a?os, comienzan a desarrollar su capacidad para el pensamiento complejo y el razonamiento abstracto. Sencillamente porque el entrenamiento en el constante ejercicio de la raz¨®n hist¨®rica, por dolorosa e imperfecta que parezca, es una garant¨ªa de protecci¨®n contra el adanismo presentista y la credulidad maniquea, cuyos efectos pueden ser banales, pero tambi¨¦n mortales. As¨ª lo comprendi¨® el escritor italiano Primo Levi, superviviente del campo de exterminio nazi de Auschwitz y autor de p¨¢ginas memorables sobre su inhumana experiencia como prisionero jud¨ªo condenado al genocidio por las autoridades nazis alemanas: ¡°Si el mundo llegara a convencerse de que Auschwitz nunca ha existido, ser¨ªa mucho m¨¢s f¨¢cil edificar un segundo Auschwitz. Y no hay garant¨ªas de que esta vez s¨®lo devorase a jud¨ªos¡±.
Enrique Moradiellos es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Extremadura y Premio Nacional por Historia m¨ªnima de la Guerra Civil (Turner).
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