Sobre un giro tradicionalista en la cultura
La generaci¨®n de la crisis de 2008 se busca en el pasado con fuertes dosis de sentimentalizaci¨®n y un antielitismo que hace de lo popular y lo an¨®nimo los depositarios morales de un modelo dilapidado por el progreso
Hace dos a?os S¨°nia Hern¨¢ndez publicaba una novela titulada El lugar de la espera (Acantilado) que arranca a bocajarro apuntando un retrato generacional: Javier ha decidido llevar a juicio a sus padres y al Estado por haber incumplido sus promesas. Su juventud tiene los d¨ªas contados, vive de prestado en el piso de una amiga y no logra dar un rumbo a su vida; siente que nadie le prepar¨® para semejante escenario. No importa que a ratos desprenda un victimismo indigesto, su lamento es hijo natural de la autocomplacencia que impregn¨® la cultura espa?ola desde los a?os sesenta. La sombra de las penurias fue quedando atr¨¢s en la memoria familiar como recordatorio de un tiempo no muy lejano que, sin embargo, se nos hizo remoto. Reto?os de la clase media, Javier y quienes le seguimos est¨¢bamos destinados a mostrar el triunfo de una clase mal definida que se hab¨ªa convertido en el protagonista hist¨®rico del pa¨ªs y parec¨ªa llamada a crecer sin l¨ªmite.
Para quienes crecimos en esa coyuntura es inevitable que la circunstancia personal se confunda con la del pa¨ªs, como lo es que el incumplimiento de nuestras aspiraciones apunte al fracaso de un proceso hist¨®rico. No es ning¨²n secreto que estamos resentidos, atascados; algunos sienten que se les debe algo. Muchos hablan obsesivamente de lo que una ¨¦poca y un modelo presuntamente ¡°mod¨¦lico¡± perpetraron contra ellos. Quien m¨¢s quien menos lleva una d¨¦cada practicando un encausamiento hist¨®rico. Ocurre que tambi¨¦n somos v¨ªctimas de las esperanzas puestas en una movilizaci¨®n ciudadana que deb¨ªa abrir un proceso constituyente. Desde ese rasero, los frutos cosechados saben a poco. Pasan los a?os y ahora esperamos resignados menos la ruptura que una salida medianamente digna.
En 2008 colapsaba un ciclo, pero el que hab¨ªa de relevarlo ha tomado derivas imprevistas. El af¨¢n de cambio parece haber cedido paso a una corriente nost¨¢lgica que en mitad de la precariedad y la incertidumbre invoca el rostro humano y hospitalario de un pasado idealizado. Por momentos, cuesta saber si bajo la fortuna de ciertas divisas del 15-M, como la pol¨ªtica de lo com¨²n o la bandera de los cuidados, late el deseo de gestar una modernidad alternativa o el regreso a modelos premodernos. Hoy suscitan la impresi¨®n de un revival de jergas y gestos tras los que asoman seductoramente cosas nada nuevas. Tal vez hemos jubilado al fin la originalidad como valor obligado ¨Dya muy mermado, por lo dem¨¢s, por el posmodernismo¨D. Ha eclosionado una suerte de restauraci¨®n que dicta que la salida del atolladero pasa por rescatar tradiciones olvidadas, silenciadas o devaluadas portadoras de causas susceptibles de rehabilitar la intensidad de proyectos abortados y hasta un esp¨ªritu colectivo perdido. Esa ola neotradicionalista ¨Dque permea ¨¢mbitos e ideolog¨ªas muy dispares¨D revisita formas y figuras pasadas imprimi¨¦ndoles fuertes dosis de sentimentalizaci¨®n, y se rige por un antielitismo que hace de lo popular y lo an¨®nimo los depositarios morales de un modelo dilapidado por el progreso.
A veces se dir¨ªa que el repudio de los padres ¡ªidentificados con el penoso devenir del pa¨ªs¡ª se hubiera saldado con la vindicaci¨®n de otros m¨¢s antiguos, prudentemente inaccesibles, presuntamente intachables o bien heroicos y mitificables pese a todo. En el pasado destella la plenitud de algo que se tuvo o se supo y que la Transici¨®n y la democracia arrasaron. Alguno de los discos m¨¢s celebrados de los ¨²ltimos a?os guarda relaci¨®n con ello: desde diferentes frentes, Rosal¨ªa, Rodrigo Cuevas o el ¨²ltimo C. Tangana son testimonios de una generaci¨®n emergente que entona coplas entre sintetizadores y que recicla imaginarios culturales ajust¨¢ndolos a la hora presente. Claro que no rescatan las viejas identidades sin m¨¢s, su tradicionalismo es una espectacularizaci¨®n impostada, una teatralizaci¨®n: ah¨ª est¨¢n la dicci¨®n de Rosal¨ªa, los excesos camp de Rodrigo Cuevas o la pose anacr¨®nica del madrile?o C. Tangana. Homenajes, todos, a identidades pret¨¦ritas o preteridas que retornan, no obstante, como algo m¨¢s que recreaciones ir¨®nicas: en pleno auge identitario, ?no hablan de una ¨¦poca ansiosa de s¨ªmbolos con que urdir un v¨ªnculo colectivo?
En sus disfraces se ventila una memoria com¨²n en horas bajas. Quiz¨¢ sea propio de los trances de descomposici¨®n y recomposici¨®n: con la derogaci¨®n de una ¨¦poca brotar¨ªa la urgencia de reparar una comunidad imaginaria. Todo apunta a que las teatralizaciones est¨¢n instaurando una tendencia, qui¨¦n sabe si tambi¨¦n una convicci¨®n. Por lo pronto, resulta clara la acci¨®n de una nostalgia de signo neopopular, y cabe esperar que ese sustrato ejerza alg¨²n ascendiente sobre el presente. Los resultados m¨¢s fruct¨ªferos y enriquecedores est¨¢n siendo tanto la configuraci¨®n de una idea de pueblo que enfatiza pr¨¢cticas opacadas por el capitalismo como un enfoque muy apegado a las costumbres, donde el g¨¦nero y sus modulaciones ocupan un papel se?ero. Asimismo, destaca la revaloraci¨®n de manifestaciones culturales estigmatizadas por el proceso de modernizaci¨®n que sigui¨® a la dictadura.
Sin embargo, tambi¨¦n cabe esperar que junto al relanzamiento de ese demos popular se nos venga encima el de un demos nacional. Recuperar lo negado apareja conflictos: a menudo se cuelan compa?eros de viaje nada recomendables. Quien escucha Cu¨¢ndo olvidar¨¦ en el ¨²ltimo disco de C. Tangana se encuentra con el efecto emotivo de lo que no deber¨ªa pasar de ser una machada casposa: la canci¨®n se interrumpe para que el cantaor Pepe Blanco vuelva de entre los muertos para proclamar que hay una manera de cantar genuinamente espa?ola y solo le es dada al int¨¦rprete espa?ol. Y es altamente sintom¨¢tico que el celebrad¨ªsimo Feria dedique a su vez una extensa cita exculpatoria a unas palabras de El Fary que siempre lucieron jocosamente en el museo de los horrores nacionales (me refiero, claro est¨¢, a aquel ¡°siempre he detestado al hombre blandengue¡¡±). Feria, que bien podr¨ªa cifrar el vuelco reaccionario de las aspiraciones del 15-M, ilustra la reapertura de cuestiones que nos ten¨ªamos prohibido abordar sin numerosas cautelas. Esa es la funci¨®n y la fortuna de una obra entre regeneracionista y redentorista de la que inquieta la ligereza con que se proclaman ideas que causan un siniestro d¨¦j¨¤ vu falangista ¡ªya se?alado por Pablo Batalla Cueto en su rese?a del libro para El cuaderno digital¡ª. Cuanto hace muy poco habr¨ªa resultado impresentable resurge en nombre de un apolillado contrato comunitario que espera la salvaci¨®n a trav¨¦s del retorno al pueblo, la familia y la naci¨®n (hay una urgencia insidiosa de patria y de bandera), garantes, no s¨¦ si junto a la religi¨®n, de un mundo org¨¢nico sacrificado por ese puro camelo que fueron las pecaminosas d¨¦cadas que precedieron a la crisis.
Del polvo de las frustraciones ha brotado este lodo de banderas polvorientas que prometen devolvernos al fin a un lugar supuestamente id¨ªlico al que, con suerte, nunca volveremos.
Carlos Femen¨ªas es profesor de literatura en la Universitat de Barcelona.
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