Intelectuales, cabezas de chorlito
Estamos no solo al final de un ciclo sino al comienzo de una nueva civilizaci¨®n. El desapego de miles y miles de j¨®venes hacia la pol¨ªtica vigente es consecuencia de la falta de empat¨ªa del poder con el sentir de la calle. Necesitamos por eso m¨¢s que nunca la voz de la disidencia c¨ªvica
La socialdemocracia espa?ola, o lo que quede de ella, deber¨ªa preguntarse por qu¨¦ no supo aprovechar el regreso a Espa?a de Manuel Valls, primer ministro de Francia durante el mandato del presidente Hollande, para aprender de su experiencia a la hora de rearmarse intelectual y estrat¨¦gicamente en los momentos de desconcierto y fragmentaci¨®n que la izquierda padece. En recientes declaraciones realizadas a una universidad chilena, Valls, que ha renunciado a influir en la vida pol¨ªtica espa?ola pero sigue desempe?ando un papel en la del vecino pa¨ªs, comentaba que una de las cosas que m¨¢s le sorprendi¨® cuando volvi¨® a su tierra natal fue que calificaran de ¡°fascista¡± a alguien como ¨¦l, hist¨®rico militante en el partido socialista franc¨¦s. No entend¨ªa entonces, aunque ya lo habr¨¢ hecho, que la mediocridad del liderazgo p¨²blico que padecemos se ha ensa?ado hasta extremos irrisorios no solo con el precio de la luz, sino con el diccionario y la gram¨¢tica tambi¨¦n. Dig¨¢moslo a las claras, con el conocimiento. Hoy ya tildan de fascista a casi cualquiera que no piense como los habitantes del p¨¢ramo intelectual en el que ha decidido instalarse el discurso del poder. Hemos escuchado llam¨¢rselo a Fernando Savater, Andr¨¦s Trapiello y Rosa D¨ªez por organizar una manifestaci¨®n en defensa del Estado en la plaza de Col¨®n, a quien por supuesto tambi¨¦n se le acusa de fascista avant la lettre. F¨¦lix Ovejero, F¨¦lix de Az¨²a, Antonio Elorza, Arcadi Espada, C¨¦sar Antonio Molina, Jon Juaristi, Vargas Llosa, Albert Boadella, Javier Mar¨ªas y tantos otros son igualmente vilipendiados por escritores (y escritoras) del pesebre, en una tradici¨®n muy querida para la izquierda viejuna desde que Dolores Ib¨¢rruri llamara cabezas de chorlito a Jorge Sempr¨²n, Fernando Claud¨ªn y Javier Pradera, al tiempo de expulsarles del Partido Comunista de Espa?a. Un chorlito es un p¨¢jaro que vive en la suciedad del barro y a eso deb¨ªa referirse Pasionaria pues la disidencia frente al poder emponzo?a la pretendida brillantez del mismo.
Algunos pontifican al asegurar que los discrepantes de lo pol¨ªticamente correcto son gente enfurru?ada y caduca, mayoritariamente miembros de lo que llaman la generaci¨®n de la Transici¨®n, aunque en realidad fue protagonizada por varias de ellas. No faltan desde luego motivos para el cabreo pero a mi ver quienes lo padecen hasta el desvar¨ªo son los portavoces en Cortes que, a derecha e izquierda, lanzan insultos e indultos a la cabeza del contrario, en un ejercicio oratorio tan ruidoso como vac¨ªo. La brutalidad del lenguaje pol¨ªtico se ha contagiado adem¨¢s al period¨ªstico, de lo que dan fe apasionadas controversias, gritos y desmayos de unos cuantos colegas m¨ªos pluriempleados por diferentes televisiones p¨²blicas y privadas, cuyo sectarismo supera en no pocas ocasiones al de los se?ores diputados. Parad¨®jicamente dicha zafiedad ling¨¹¨ªstica convive con la correcci¨®n pol¨ªtica que el poder emplea para desvirtuar la realidad inconveniente a los ojos de los ciudadanos. Hasta el punto que la vulneraci¨®n de los derechos de los menores marroqu¨ªes que vagan por Ceuta y su arbitraria expulsi¨®n fue definida oficialmente como un retorno asistido.
Desterrado casi por completo el debate pol¨ªtico de los medios de masas, sustituida la fuerza del argumento por la sonoridad de los ep¨ªtetos de un lado, y la cursiler¨ªa gramatical del otro, satisface toparse de vez en cuando con art¨ªculos como el que firmara Daniel Innerarity en estas mismas p¨¢ginas hace algunos d¨ªas. Afirmaba textualmente que ¡°las democracias tienen dificultades pr¨¢cticas para la gesti¨®n de las crisis [¡] porque est¨¢n dise?adas para un mundo que en buena parte ya no existe¡±. Aunque por supuesto defend¨ªa la permanencia de elementos fundamentales de la cultura liberal, planteaba abiertamente el contraste hoy evidente entre eficiencia en la gesti¨®n p¨²blica y legitimidad democr¨¢tica. Se trata de conceptos que pueden entrar seriamente en conflicto si se contempla la evoluci¨®n social y econ¨®mica de China y los tigres asi¨¢ticos. Y es que crisis como la sanitaria, la medioambiental o la poblacional, son consecuencia del nacimiento de una nueva civilizaci¨®n, identificada y promovida por la sociedad digital, cuyo comportamiento ni comprendemos ni mucho menos dominamos.
Gran parte de los males de los que adolece la convivencia espa?ola son parejos a las enfermedades que aquejan a otras sociedades. Afrontamos un crecimiento de la desigualdad, un aumento de la violencia, un deterioro de la seguridad y una inestabilidad en la gobernanza de nuestros pa¨ªses. Ning¨²n p¨¢nico, porque la democracia no elimina necesariamente los conflictos, antes bien los reconoce y permite que se expresen. El ¨²nico consenso inexcusable es el que se refiere al cumplimiento de las reglas que permiten el funcionamiento del sistema, de modo que los ciudadanos sientan respetados sus derechos y puedan no solo ni principalmente elegir a sus gobernantes, sino sobre todo echarlos cuando as¨ª lo decidan. De ah¨ª la importancia del imperio de la ley, garantizado por tribunales independientes y establecido en la Constituci¨®n. El incumplimiento de esta por la mayor¨ªa de los partidos del arco parlamentario comienza a ser abracadabrante. No solo en el caso de las formaciones independentistas, cuya traici¨®n ha sido juzgada y condenada y lo volver¨¢ a ser su reincidencia. Me refiero sobre todo a la conducta incivil del Partido Popular y del PSOE, incapaces de acordar la renovaci¨®n de los ¨®rganos judiciales; o al incumplimiento flagrante por parte del gobierno de los requisitos constitucionales a la hora de suspender las libertades individuales con motivo de la lucha contra la pandemia. Para no hablar del espect¨¢culo de un presidente sentado a discutir en la mesa de di¨¢logo con la Generalitat, sin transparencia ni rendici¨®n de cuentas, nada menos que sobre un conflicto de soberan¨ªa. Habr¨¢ que recordarle que esta reside en el pueblo y su representaci¨®n en el Parlamento, no en el palacio de la Moncloa.
La debilidad de las democracias amenaza con convertirse en fen¨®meno generalizado para asombro de sus regidores; pero el peligro es mayor en los pa¨ªses donde se implantaron mediante pactos entre dictaduras agonizantes y revoluciones frustradas. Chile o Espa?a son dos ejemplos en donde sectores de las nuevas generaciones no se reconocen en los textos constitucionales que parad¨®jicamente amparan su disidencia. No habr¨¢ paz estable ni libertad duradera all¨ª donde la ley no est¨¦ respaldada por la sociedad en que se impone. Los mandamases prefieren las ruedas de prensa, los viajes de relaciones p¨²blicas y las promesas de d¨¢divas al ejercicio del debate parlamentario riguroso y la reflexi¨®n intelectual. Sin embargo no hay Constituci¨®n que perdure si no se reforma. ?Cuantos a?os tendremos que esperar m¨¢s para que se abra un proceso que aborde los cambios necesarios que garanticen el futuro de la nuestra? Se trata de modificaciones puntuales pero severas. Entre ellas, el reconocimiento del car¨¢cter federal del sistema de las autonom¨ªas; la elaboraci¨®n de un Estatuto de la Corona que defina los derechos y deberes del titular y su familia e incorpore la igualdad sexual al tracto sucesorio; o la modificaci¨®n del sistema electoral, ya que la representaci¨®n popular ha sido definitivamente ahogada por los excesos y el sectarismo de las c¨²pulas de los partidos. Sobre eso es sobre lo que escriben, demandan y discuten muchos de los enfurru?ados cabezas de chorlito de la Transici¨®n, sorprendidos como est¨¢n de que a la hora de rescatar la Memoria Democr¨¢tica no se reivindique el ¨¦xito del proceso iniciado en 1978.
Estamos no solo al final de un ciclo sino al comienzo de una nueva civilizaci¨®n. El desapego de miles y miles de j¨®venes hacia la pol¨ªtica vigente es consecuencia de la falta de empat¨ªa del poder con el sentir de la calle. Necesitamos por eso m¨¢s que nunca a los cabezas de chorlito, la narraci¨®n de su experiencia y la expresi¨®n de su disidencia c¨ªvica. Por mucho que pese a los adoradores del oficialismo y se pavoneen como poseedores de una superioridad moral que nadie reconoce y a nadie interesa.
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