Alucin¨®genos BCN
La f¨®rmula que convirti¨® a la capital catalana en exitosa urbe global de servicios y sin industria se agota. Y eso no quiere verse
El estramonio. Hace un par de semanas me lo descubri¨® Javier Mar¨ªas. Para denunciar la ¡°cruzada primitivista y retr¨®grada¡± del consistorio Colau, explicaba que en los parterres del Paseo Llu¨ªs Companys creci¨® esa planta venenosa. Aunque desde tiempos inmemoriales se ha usado para flipar, y seg¨²n dicen los m¨¢s afortunados tiene la virtud de generar orgasmos (siempre que se aplique, eso s¨ª, en zonas potencialmente excitables), el estramonio es poco recomendable. As¨ª lo constataron hace a?os estudiantes valencianos el d¨ªa que acabaron la selectividad. Un desconocido les ofreci¨® ¡°l¨ªquido de brujas¡± y cinco le dieron un sorbo. Primero se desmayaron y luego tuvieron que ser ingresados. Peor suerte corri¨® una pareja en Getafe. En una rave aceptaron una bebida similar y al cabo de pocas horas lamentablemente fallecieron. De inmediato el alcalde de la localidad decidi¨® arrancar las 1.200 plantas que crec¨ªan en el municipio.
No s¨¦ si la maligna Ada Colau ha respondido con la misma celeridad al haberse avistado un nuevo ejemplar de estramonio en la ciudad. La vio Isaura Marcos, mand¨® las fotograf¨ªas a La Vanguardia e identific¨® d¨®nde estaba esa planta conocida tambi¨¦n como ¡°manzana espinosa¡±, ¡°higuera del infierno¡± o ¡°hierba del diablo¡±: en el huerto del monasterio de las monjas clarisas en Pedralbes. Pero aunque los de salud sean los principales problemas que causa el estramonio, no son el ¨²nico mal rollo que provoca. Tampoco molan el tipo de alucinaciones que activa. Quien lo prob¨®, lo sabe. Como las cruzadas, suelen ser desagradables.
Uno dir¨ªa que de ese tipo son las que padecen los creadores de opini¨®n que miran Barcelona morbosamente y que trabajan para instalar un estado de ¨¢nimo depresivo. En cualquier rinc¨®n, como le ocurre a Mar¨ªas, descubren se?ales de decadencia y, por ejemplo, interpretan las medidas para reducir el tr¨¢fico de veh¨ªculos como una demostraci¨®n m¨¢s de ¡°la enloquecida cruzada colauita contra los coches¡±. Y s¨ª. Ha habido imposici¨®n sin di¨¢logo con actores claves de la ciudad y no es menos cierto que se han tomado medidas de urbanismo t¨¢ctico a la brava y sin que esta vez nos perdiera la est¨¦tica. Pero son respuestas a una crisis anunciada desde hace lustros: la obsolescencia de la estrategia de desarrollo que convirti¨® Barcelona en exitosa ciudad global de servicios y sin industria. De ese modelo se ha vivido m¨¢s que bien durante tres d¨¦cadas ¡ªen especial el sector inmobiliario y el tur¨ªstico, sus principales beneficiarios¡ª, pero esa f¨®rmula se agota. Eso es lo que no quiere verse.
Para no verlo, ante el desconcierto del agotamiento, la nostalgia act¨²a como un alucin¨®geno consolador. En el arranque de su art¨ªculo Mar¨ªas recordaba el fervor de los setenta. Es un cl¨¢sico. En el plano cultural lo hubo y ahora lo muestra la notable exposici¨®n sobre la contracultura que puede verse en el Palau Robert. Pero la memoria de ese legado o act¨²a como motor de conciencia cr¨ªtica o solo funciona como mito para invisibilizar la cutrez de los barrios obreros del desarrollismo que los ayuntamientos democr¨¢ticos transformaron poco a poco. Claro que la p¨ªldora nost¨¢lgica que m¨¢s circula es la que teletransporta al verano del 92, cuando los Juegos Ol¨ªmpicos fueron trampol¨ªn p¨²blico/privado para que la ciudad mutase y se convirtiese en la urbe cool del Mediterr¨¢neo que ha actuado como un poderoso im¨¢n.
La energ¨ªa que captaba (y capta) ese im¨¢n tram¨® una red de intereses, para bien y para mal, y sus beneficiarios, como es l¨®gico, y puede ser positivo, quieren perpetuarlos. Desde el primer momento identificaron a Colau como una amenaza porque su discurso evidenciaba injusticias (la primera, la vivienda) aceleradas por el modelo en extinci¨®n. Desde entonces, en lugar de consensuar una estrategia de desarrollo adaptada al presente y para el futuro, viene construy¨¦ndose la campa?a ideol¨®gica de la decadencia. Y al final la ciudad, atrapada en ese imaginario decadente, ser¨¢ la principal perjudicada de su campa?a, obligados todos a morder la ¡°manzana espinosa¡±.
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