Barcelona desfigurada
Basta acordarse de la ciudad pre-Colau para desesperarse al ver la mamarrachada en que esta alcaldesa bufa la ha convertido.
Con tanto confinamiento, ¡°perimetraje¡± y dem¨¢s, hac¨ªa m¨¢s de un a?o que no pod¨ªa pisar Barcelona, donde viv¨ª de 1974 a 1977. Mejor no recordar la ciudad viva, vibrante, abierta y con car¨¢cter de aquella ¨¦poca. Uno se echar¨ªa las manos a la cabeza y permanecer¨ªa en tan inc¨®moda postura d¨ªas y d¨ªas. Basta con acordarse de la Barcelona pre-Colau, tur¨ªstica y amansada pero preciosa, para desesperarse al ver la mamarrachada en que esta alcaldesa bufa la ha convertido. Hab¨ªa visto fotos, pero ¨¦stas resultan ben¨¦volas al lado de la realidad. A quienes no hayan visitado Barcelona hace tiempo, lamento comunicarles que ahora se asemeja a Disneylandia o al Neverland de Michael Jackson, pero en cutre y peor, porque gran parte de las calzadas est¨¢n pintadas de colorinches. Abunda el chill¨®n amarillo independentista, y hay calles en las que predomina el verde, el rojo o el azul l¨¢nguido, o una infame mezcla de tonalidades. Todo ofrece un aspecto pueril y hortera. S¨¦ que esta ¨²ltima palabra est¨¢ casi en desuso, y que a la elitista Colau le sonar¨¢ a elitista, pero lo siento, no hay otra mejor para describir el chafarrin¨®n esperp¨¦ntico, o bien habr¨ªa que recurrir a otras igualmente mal vistas: pueblerino, palurdo, cateto, esa gama. No crean que los pintajos son discretos: ocupan grandes extensiones y adoptan diversas formas: flechas, c¨ªrculos, cuadrados; a vista de p¨¢jaro recuerdan un tablero de parch¨ªs ca¨®tico y dise?ado por esquizofr¨¦nicos.
El pretexto para esta redecoraci¨®n salvaje de una ciudad noble, hasta lograr que hiera la vista, es la demente ampliaci¨®n de las zonas peatonales. Es decir, all¨ª donde vean ustedes los suelos pintarrajeados o con bolas de piedra, est¨¢ prohibido el paso o estacionamiento de veh¨ªculos, a los que se ha robado enormes porciones de calzada para ¡°regalo¡± de viandantes. (A?adan a eso los carriles-bici, o -patinete y otros juguetes de infancia.) Aunque no haya desnivel, los garabatos horrendos indican que se trata de ¡°aceras¡±. Claro que pocos se aventuran a caminar por ellas, porque se corren riesgos. Para mayor imbecilidad, la se?orita Colau (ya dije hace mucho que la domina el se?oritismo, por ejemplo en sus relaciones con la Guardia Urbana, a la que considera servidumbre) ha colocado en algunas calles unos toscos bloques rectangulares que pretenden ser bancos, pegados a la zona de calzada reservada a los autom¨®viles. Entre la dureza de esos bloques sin respaldo y su vecindad al tr¨¢fico torturado, a nadie se le ocurre hacer uso de ellos.
Todo esto responde a la enloquecida cruzada colauita contra los coches, que ans¨ªa desterrar totalmente. No s¨¦, pero a una persona de 70 o m¨¢s a?os no la veo mucho en bici ni en patinete (no digamos a un inv¨¢lido), pero a ella le da igual eso: que se queden presos en sus casas. Lo m¨¢s sangrante es que pretende que nadie barcelon¨¦s se mueva en coche¡ menos ella y los miembros de su Govern, que se desplazan en veh¨ªculos oficiales a gran velocidad, pagados por los contribuyentes.
Esta cruzada primitivista y retr¨®grada (las ciudades no pueden ser sin autom¨®viles, s¨®lo sea por las largas distancias) se ve complementada por la ¡°renaturalizaci¨®n de Barcelona¡±, que a grandes rasgos consiste en que la invada la jungla. De ah¨ª que el Ayuntamiento no pode nunca los ¨¢rboles, permitiendo que sus ramas se cuelen en los pisos cercanos y da?ando a los propios ¨¢rboles, a los que no se debe dejar crecer sin ton ni son si se quieren evitar sus enfermedades y su lenta muerte. Si por ella fuera, las malas hierbas asomar¨ªan por las aceras y calzadas. De hecho, cuando esto ocurre (y ocurri¨® durante el confinamiento estricto), tales hierbas no se arrancan, sino que se dejan a su aire como las de una aldea fantasma. Durante meses y meses, creci¨® a lo bestia una planta alucin¨®gena y venenosa, el estramonio, en el Paseo Llu¨ªs Companys donde juegan y corren ni?os. Colau y su equipo son tan ignorantes que ni siquiera saben qu¨¦ es venenoso. Hasta que no hubo furiosas protestas de jardineros y bot¨¢nicos, no se tomaron medidas. Que no se han tomado, en cambio, contra los nocivos plantones que pueblan los alcorques de la ciudad ni contra las numerosas ratas.
En m¨¢s de una ocasi¨®n, hablando de la atormentada Madrid, me he escandalizado de que los alcaldes no est¨¦n controlados, y de que se les conceda poder para destrozar las ciudades y privarlas de su car¨¢cter asentado a lo largo de siglos. Lo consiguen mediante obras superfluas y desdichadas que a menudo las vulgarizan y afean. Lo que ya me parece ins¨®lito es que tambi¨¦n tengan poder para ¡°redecorarlas¡± a su hortera antojo, como si fueran sus dormitorios; a pintarrajearlas de arriba abajo como parvularios. Y no comprendo c¨®mo los barceloneses, tan leg¨ªtimamente orgullosos de su ciudad, tan celosos de su aspecto y su arquitectura y su urbanismo, no se han echado en masa a las calles para impedir el atropello may¨²sculo y la imparable fealdad de su capital tan elegante. Debe de ser una se?al m¨¢s de la inexplicable obediencia bovina ¡ªo hechizo¡ª que ha llevado a demasiados catalanes a comprar incontables camisetas con lemas, y formar corros, tri¨¢ngulos o cadenas humanas, seg¨²n se lo mandaran los se?oritos cada a?o.
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