El tacto, el sentido m¨¢s profundo y m¨¢s olvidado
La distancia social ha multiplicado durante la pandemia las relaciones virtuales a trav¨¦s de las pantallas, aut¨¦nticas imitaciones de la vida, y esta traum¨¢tica experiencia ha postergado otras formas de acercamiento a la realidad
Acaban de concederles el Premio Nobel de Fisiolog¨ªa o Medicina a David Julius y Ardem Patapoutian por sus descubrimientos sobre c¨®mo el sistema nervioso siente el fr¨ªo, el calor y los impulsos mec¨¢nicos. El primero, bioqu¨ªmico neoyorquino y profesor en la Universidad de California, ha logrado identificar una neurona llamada nociceptor, sensible a est¨ªmulos f¨ªsicos y qu¨ªmicos. Para ello se sirvi¨® de la capsaicina, una oleorresina presente en los chiles, responsable del ardor picante que los mam¨ªferos sentimos al probarlos. Patapoutian tambi¨¦n es norteamericano, aunque de origen armenio y nacido en L¨ªbano. Y tambi¨¦n trabaja en California (en la Universidad de La Jolla y el Instituto M¨¦dico Howard Hughes). Investiga las bases moleculares del tacto, ese momento m¨¢gico de la sensibilidad que los fisi¨®logos llaman transducci¨®n sensorial, cuando los receptores transforman los est¨ªmulos en respuestas el¨¦ctricas. Hablamos de transducci¨®n cuando una se?al se transforma en otra de distinta naturaleza, un t¨¦rmino que se emplea en gen¨¦tica, bioqu¨ªmica y hasta en teor¨ªa literaria para aludir a las transformaciones, influencias o intertextualidades que experimentan los textos literarios.
El tacto es uno de los llamados sentidos menores, junto al olfato y el gusto, este ¨²ltimo ligado a los dos anteriores. En un mundo gobernado por la vista y las im¨¢genes, conviene reparar en los sentidos menores y sin duda en el tacto, m¨¢s si cabe tras este a?o y medio de pandemia, reclusi¨®n y distancia social. Desde Plat¨®n a esta parte, nuestra cultura ha privilegiado lo visual como fuente de conocimiento fiable, aunque tambi¨¦n ilusorio. El mito de la caverna viene a contar que nuestra principal fuente de conocimiento es la visi¨®n de unas sombras que se proyectan, una r¨¦plica o una imitaci¨®n a la vida, como el t¨ªtulo de la pel¨ªcula cl¨¢sica de Douglas Sirk.
Ahora que la distancia social ha multiplicado las relaciones virtuales a trav¨¦s de las pantallas, aut¨¦nticas imitaciones de la vida, el tacto aparece como el gran damnificado de toda esta traum¨¢tica experiencia. Desde la imprenta y la lectura individual, la reforma protestante, la revoluci¨®n cient¨ªfica y lo que Norbert Elias llam¨® el proceso de civilizaci¨®n, han sido muchos los factores que han favorecido el aislamiento y la distancia. A menudo conocer ha significado estar lejos del mundo para poder as¨ª verlo y cartografiarlo. La tecnolog¨ªa ha corregido, perfeccionado e incluso suplantado a esa m¨¢quina imperfecta de conocer que es el organismo humano. En la historia de la ciencia, los instrumentos han garantizado el conocimiento objetivo, extirpando lo que estorbaba y confund¨ªa, el cuerpo del experimentador, el sujeto. Pese a las proclamas empiristas de todos los modernos, ?cu¨¢ntas veces hacer ciencia, saber de algo, ha significado no estar all¨ª, no tocar, no sentir, no dejarse contaminar o aturdir por el mundo y su ruido? Al paso que vamos, los receptores del sistema nervioso se atrofiar¨¢n, qued¨¢ndose como los senos preauriculares, esos vestigios de las branquias que tuvimos todos los seres vivos en los albores de la evoluci¨®n.
Sin embargo, el tacto y los sentidos menores han desempe?ado un papel fundamental en la evoluci¨®n del ser humano y en la constituci¨®n de nuestras relaciones sociales y afectivas. Constance Classen, autora de una maravillosa historia cultural del tacto, lo llam¨® el sentido m¨¢s profundo, parafraseando el verso de Paul Valery (¡°lo m¨¢s profundo es la piel¡±). En su ensayo El sentido olvidado, Pablo Maurette repasa algunos episodios de la historia sumergida de lo h¨¢ptico, esto es, lo t¨¢ctil, pues igual que hablamos de ¨®ptica o ac¨²stica, la h¨¢ptica es la ciencia del tacto. Desde los hex¨¢metros dact¨ªlicos de la Il¨ªada, esos versos que se manejaban con los dedos, hasta las variaciones sensoriales que Cyrano de Bergerac disfrut¨® en su viaje imaginario a la Luna, los seres humanos hemos experimentado y comunicado a trav¨¦s del tacto mucho m¨¢s de lo que solemos reconocer.
Es cierto que hemos contagiado y hemos sido contagiados a trav¨¦s del tacto y el contacto: la globalizaci¨®n trajo consigo las epidemias peri¨®dicas de s¨ªfilis, viruelas y ahora de gripes. Pero tambi¨¦n la vacunaci¨®n procede del contacto, de una cadena solidaria y profil¨¢ctica que nos recuerda que somos un ¨²nico cuerpo social y que todos dependemos de otros.
Quiz¨¢s la ciencia del tacto que ha sido galardonada con el Nobel, as¨ª como su historia y su filosof¨ªa, nos ayuden a recuperar lo que hemos perdido o estamos a punto de perder, la terrible anosmia social que suele extenderse en los momentos en que azota el miedo y tendemos a refugiarnos en nuestras burbujas. Los incre¨ªbles ejemplos de solidaridad, hero¨ªsmo y eficacia que hemos presenciado en los ¨¢mbitos de la sanidad y la investigaci¨®n cient¨ªfica tal vez nos inspiren para conjurar esos peligros y transducirlos en nuevos impulsos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.