Cuando despert¨®, Monterroso todav¨ªa estaba all¨ª
Se cumple el centenario del nacimiento del escritor guatemalteco, autor de una obra maestra de la brevedad, el ingenio y la ligereza
El mes de diciembre que entra se cumple el centenario del nacimiento de Augusto Monterroso, un escritor que seguir¨¢ despertando y siempre estar¨¢ all¨ª, como el famoso dinosaurio de su cuento de pocas l¨ªneas, obra maestra de la brevedad, del ingenio, y de la ligereza que tan caro era a ?talo Calvino.
Un cuento de una sola l¨ªnea, una sola coma y un solo punto que es, adem¨¢s, el ¨²nico cuento que puede aprenderse entero de memoria, como muchos lo hemos aprendido, y que hoy cabr¨ªa en la estricta medida de un tuit, con lo que Monterroso, mal que le pese, pasa a ser un adelantado de la posmodernidad.
Al primero a quien la solemnidad de este aniversario habr¨ªa divertido es a ¨¦l mismo, desconfiado siempre de la pompa del bronce y los laureles. Un humor sosegado, para nada estridente. Como era corto de estatura, dec¨ªa que los bajitos ten¨ªan un sexto sentido para reconocerse entre ellos. Y se declaraba tambi¨¦n embajador plenipotenciario de los Pa¨ªses Bajos.
Ya el hecho de que, en lugar de Augusto, su nombre de pila, lo llamaran Tito, era pasar del terreno de la majestad imperial, despojado a gusto de su t¨ªtulo de emperador romano, al de un diminutivo que lo hac¨ªa sentirse confiado en s¨ª mismo, maestro como fue de la brevedad tambi¨¦n por regla literaria.
La brevedad no s¨®lo en cuanto a la extensi¨®n de sus textos, sino en cuanto a su obra toda, que nunca lleg¨® a ser abundante, debido a su recato frente a las palabras, y a los graves riesgos que para ¨¦l entra?aban los textos excesivos. La regla de la rigurosa escasez. En esto se parec¨ªa a Bartleby, el escribiente solitario del cuento de Herman Melville, a quien, cuando se le quer¨ªa confiar una nueva tarea de oficina, sol¨ªa responder, t¨ªmida pero tozudamente: ¡°Preferir¨ªa no hacerlo¡±.
Como suele ocurrir con las accidentadas vidas centroamericanas, naci¨® en Tegucigalpa, de padre guatemalteco y madre hondure?a, venido de una parentela de gambusinos como los de las pel¨ªculas del oeste, que colaban el oro recogido en la corriente de los r¨ªos, tal como lo cuenta en su libro biogr¨¢fico de 1993, Los buscadores de oro.
Vivi¨® su infancia y adolescencia en Guatemala bajo la dictadura de Jorge Ubico, y cuando este fue derrocado, respald¨® de estudiante la revoluci¨®n democr¨¢tica que se inici¨® en 1944 con el presidente Juan Jos¨¦ Ar¨¦valo; sali¨® al exilio tras la ca¨ªda de Jacobo Arbenz en 1953, y vivi¨® primero en Chile, para luego recalar en M¨¦xico, donde se qued¨® el resto de su vida.
Para Monterroso el breve, la escritura era tambi¨¦n lo que no se escrib¨ªa, lo que quedaba en el silencio. Balzac, el copioso, ven¨ªa a ser todo lo contrario de su concepci¨®n, o escogencia, de la literatura, esa parquedad que se volv¨ªa una especie de pudor verbal; y a la vista de aquella cordillera de crestas que se repiten sin fin en el horizonte que es La comedia humana, Monterroso, frugal, exclama, lleno de graciosas ¨ªnfulas: ¡°Hoy he escrito una l¨ªnea, hoy me siento un Balzac¡±.
En su cuento El zorro es m¨¢s sabio, que cierra su libro La oveja negra y dem¨¢s f¨¢bulas, escuchamos la historia del Zorro escritor a quien siempre ped¨ªan un nuevo libro, a pesar de que ya hab¨ªa publicado dos, aclamados por la cr¨ªtica. ¡°En realidad lo que estos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer¡±, pensaba el Zorro.
En el personaje del Zorro escritor, no pocos descubren al discreto Juan Rulfo, que se neg¨® a escribir un tercer libro, o invent¨® que estaba escribiendo uno que se llamar¨ªa La Cordillera para que lo dejaran en paz, pero nunca lo empez¨®. Tambi¨¦n Rulfo ten¨ªa ese vicio de la parquedad.
Recuerdo, adem¨¢s, una broma de Monterroso frente a un grupo de estudiantes guatemaltecos que planeaban editar una revista y llegaron a visitarlo a su casa en la Ciudad de M¨¦xico para pedirle una colaboraci¨®n literaria. Los mand¨® con otro escritor, poeta compatriota suyo, este s¨ª, abundante hasta la desmesura, y mal poeta, tambi¨¦n en el exilio, dici¨¦ndoles: ¡°P¨ªdanle a ¨¦l, ese tiene bastante¡±.
Obras completas y otros cuentos, su primer libro, se public¨® en 1959, textos ejemplares que despreciaban el rezago vern¨¢culo de la literatura centroamericana de entonces. Luego, una d¨¦cada despu¨¦s, vendr¨ªa La oveja negra y dem¨¢s f¨¢bulas, e, igual que su zorro, Monterroso empez¨® a prevenirse de no caer en las provocaciones del escribir demasiado para acrecentar su fama. Cuando alguna vez le dije, hiriendo su modestia, que nunca hab¨ªa escrito una sola l¨ªnea mala, me respondi¨®, antes de soltar su risa sosegada, que era porque escrib¨ªa poco. La ilustre compa?¨ªa de Bartleby. Recomendaba, adem¨¢s, a sus alumnos de los talleres literarios, frente a la p¨¢gina que uno cre¨ªa perfecta, agregar alg¨²n error, para lograr as¨ª la imperfecci¨®n, que es siempre una obra humana.
Igual que sus antepasados que se met¨ªan en las corrientes de los r¨ªos a colar la arena en busca de pepitas de oro, Monterroso lo hizo con las palabras. Mucha arena colada y poco oro.
Y cuando despierte dentro de otros cien a?os, seguir¨¢ all¨ª.
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