Tejer ciudadan¨ªa social m¨¢s all¨¢ del Estado de bienestar
Tras la Gran Recesi¨®n y la pandemia, vivimos un desencaje de ¨¦poca al que ya no se puede responder con la l¨®gica pol¨ªtica del siglo XX y obliga a repensar en qu¨¦ consiste la pol¨ªtica social
Venimos de una d¨¦cada convulsa. La Gran Recesi¨®n golpe¨® los par¨¢metros econ¨®mico-financieros de la globalizaci¨®n desregulada. Y su gesti¨®n pol¨ªtica, en clave austeritaria, configur¨® la fase m¨¢s intensa del ciclo neoliberal. La pandemia altera las coordenadas. Resurge lo colectivo como necesidad humana, m¨¢s que como opci¨®n disponible en el abanico ideol¨®gico: ah¨ª est¨¢ la puesta en valor de servicios p¨²blicos y pr¨¢cticas solidarias; ah¨ª est¨¢ el esquema europeo de reconstrucci¨®n. Pero m¨¢s all¨¢ de crisis c¨ªclicas y respuestas coyunturales, subyacen tambi¨¦n din¨¢micas de cambio de ¨¦poca en m¨²ltiples dimensiones. La ¨²ltima d¨¦cada dibuja un tiempo de transformaciones intensas, diversas y aceleradas, llamadas a redibujar trayectorias personales y horizontes colectivos: emerge una nueva era. En la esfera socioecon¨®mica se despliegan los procesos de transici¨®n tecnol¨®gica; se extiende la financiarizaci¨®n y sus l¨®gicas especulativas; se redefinen factores de desigualdad y expresiones de vulnerabilidad. En la esfera sociocultural irrumpe un mundo de complejidades cotidianas, de discontinuidades vitales e incertidumbres biogr¨¢ficas. En la esfera ecol¨®gica se agudizan los riesgos ambientales socialmente producidos; se dibujan procesos de gentrificaci¨®n, segregaci¨®n y geograf¨ªas de despoblaci¨®n. En la esfera pol¨ªtica se redefinen referentes de pertenencia; afloran energ¨ªas ciudadanas de nuevo tipo; y se configuran coaliciones en torno a dimensiones emergentes de conflicto.
Explica Hirschman en Ret¨®ricas de la intransigencia que ante los escenarios de cambio de ¨¦poca surgen pulsiones conservadoras capturables en tres tesis: futilidad, riesgo y perversidad. La futilidad supone la banalizaci¨®n del cambio. Riesgo y perversidad implican una l¨®gica de fatalidad: el cambio llevar¨ªa a cuestionar conquistas y agravar problemas. Si eso fuera as¨ª, bastar¨ªa forjar estrategias entre el inmovilismo y la resistencia. Pero otra mirada es posible. Las dimensiones del cambio de ¨¦poca pueden ser le¨ªdas como coordenadas de reconstrucci¨®n de ciudadan¨ªa. El contexto actual de emergencia clim¨¢tica e incertidumbres postpand¨¦micas resulta el escenario donde cartografiar los contratos sociales, ecol¨®gicos y de g¨¦nero para el siglo XXI: un entramado de derechos conectados a la sociedad surgida de las grandes transiciones, y a su nueva estructura de riesgos colectivos. Parece evidente que entre todo ello y las l¨®gicas fordistas-keynesianas que alumbraron los reg¨ªmenes de bienestar del siglo XX se abre un abismo. Se trata de un desencaje de ¨¦poca que convoca a explorar pol¨ªticas de nuevo tipo y nuevas formas de producirlas. Al situar el Estado de bienestar frente al espejo del cambio de era, emergen tres esferas propositivas clave:
1) Enlazar igualdad con diferencias y autonom¨ªa con v¨ªnculos. El tiempo nuevo viene cruzado por tensiones: ejes emergentes de desigualdad, discriminaci¨®n, ausencia de libertad y exclusi¨®n relacional. La reconstrucci¨®n de derechos deber¨ªa conducir a espacios de equidad (forjar igualdad), diversidad (reconocer diferencias), autodeterminaci¨®n personal (generar autonom¨ªa) y comunidad (articular v¨ªnculos). La gram¨¢tica de una ciudadan¨ªa social posible para el siglo XXI se escribe en la conexi¨®n de igualdad con diferencias y de autonom¨ªa con v¨ªnculos. Materializar la construcci¨®n de equidad en un marco de diversidades puede requerir, en clave de pol¨ªticas, cuatro giros sobre los t¨¦rminos del viejo contrato social: hacia la predistribuci¨®n, m¨¢s all¨¢ de l¨®gicas redistributivas cl¨¢sicas; hacia los feminismos, m¨¢s all¨¢ de las relaciones de g¨¦nero dominantes; hacia la interculturalidad, m¨¢s all¨¢ de las concepciones tradicionales de integraci¨®n; hacia las edades, m¨¢s all¨¢ de enfoques adultocr¨¢ticos. Materializar la construcci¨®n de autonom¨ªa en un marco de fraternidad, puede requerir cuatro nuevas transformaciones: hacia la renta b¨¢sica, para garantizar condiciones materiales de existencia y libertad real; hacia la transici¨®n ecosocial, para construir justicia clim¨¢tica global y soberan¨ªas de proximidad; hacia los cuidados, como bienes comunes relacionales orientados a superar vulnerabilidades cotidianas; y hacia la agenda urbana, para asegurar el derecho a la ciudad.
2) Democratizar la ciudadan¨ªa social. El Estado de bienestar keynesiano se inscribi¨® en una doble coordenada institucional: un modelo de democracia representativa con procesos limitados de implicaci¨®n ciudadana; y un esquema burocr¨¢tico de gesti¨®n p¨²blica heredero de dogmas weberianos. Ambos par¨¢metros guardan relaci¨®n: una democracia de baja calidad participativa encaja bien con una administraci¨®n de baja intensidad deliberativa. Hacia finales del siglo XX, la ofensiva mercantilizadora dise?a, en el plano de la administraci¨®n, el esquema del New Public Management (NPM): transferencia de la l¨®gica empresarial al ¨¢mbito p¨²blico, externalizaciones y sustituci¨®n de ciudadanos por clientes. Hoy, en pleno siglo XXI, la reconstrucci¨®n de la ciudadan¨ªa social afronta el reto de impulsar el giro hacia lo com¨²n: superar tanto el monopolismo burocr¨¢tico como el NPM y convertir los derechos sociales en ¨¢mbitos de profundizaci¨®n democr¨¢tica. La gobernanza participativa y relacional implica pol¨ªticas generadoras de democracia activa, servicios reconfigurados como bienes comunes, y pr¨¢cticas ciudadanas como espacios de autogesti¨®n de derechos. Supone una esfera p¨²blica articulada por redes p¨²blico-comunitarias, procesos de coproducci¨®n, e iniciativas de innovaci¨®n social. Una gobernanza orientada a vertebrar lo com¨²n m¨¢s que a gestionar burocracias. Con una administraci¨®n democr¨¢tica y deliberativa; y una acci¨®n colectiva declinada en t¨¦rminos de construir, m¨¢s que de resistir.
3) Fortalecer la proximidad y la ciudadan¨ªa multiescalar. La sociedad industrial gener¨® marcos nacionales de gesti¨®n del conflicto de clases, el contrato social fragu¨® en el espacio de los Estados. A finales del siglo XX, los procesos incipientes de europeizaci¨®n/descentralizaci¨®n implicaron un cambio en la geograf¨ªa del bienestar: el viejo esquema dio paso a las primeras redes multiescalares. En el ¨¢mbito europeo cuajaron dos opciones estrat¨¦gicas. Priorizar la agenda urbana/regional de los programas de cohesi¨®n y apostar por un engranaje de gobernanza compleja. La Uni¨®n jugar¨ªa un papel relevante; pero lejos de excluir, operar¨ªa como palanca de activaci¨®n de pol¨ªticas sociales multinivel. En el siglo XXI, las transiciones ahondan en el giro socioespacial y la escala europea aborda dos retos simult¨¢neos: ampliar capacidades de gobierno en consonancia con el car¨¢cter global de los nuevos riesgos ecosociales, y democratizar procesos para trabajar de forma m¨¢s cooperativa y horizontal con los espacios de proximidad. En el ¨¢mbito urbano, irrumpen nuevas fragilidades conectadas a la transici¨®n sociocultural (crisis de los cuidados, dificultades de acogida, soledades) que remiten a una arquitectura m¨¢s cotidiana de los derechos sociales. Aparecen tambi¨¦n fracturas vinculadas a la transici¨®n socioecon¨®mica (desahucios, gentrificaci¨®n, segregaci¨®n residencial) que convocan a reconstruir ciudadan¨ªa desde la centralidad del h¨¢bitat. Frente a la trazabilidad local de los cambios, emerge el reto de fortalecer el bienestar de proximidad por medio de pol¨ªticas ubicadas en los m¨¢rgenes del Estado social: inclusi¨®n, cuidados, vivienda, movilidad sostenible¡ Reescribir, en s¨ªntesis, una institucionalidad con m¨¢s poder en el territorio: all¨ª donde las cosas pasan, donde late la inteligencia colectiva para abordarlas.
Tejer ciudadan¨ªa social en el siglo XXI es una tarea tan compleja como necesaria. El cambio de ¨¦poca nos ubica en transiciones vitales donde crecen miedos y esperanzas, incertidumbres y oportunidades. Forjar contratos sociales, ecol¨®gicos y de g¨¦nero conectados a esas nuevas realidades implica superar muchas coordenadas del viejo modelo de bienestar. Supone vertebrar un campo de pol¨ªticas y pr¨¢cticas donde la igualdad pueda conversar con las diferencias; donde la autonom¨ªa personal pueda hacerlo con la fraternidad. Supone tambi¨¦n vincular l¨®gicas de protecci¨®n con m¨¢s y mejor democracia; conectar la transformaci¨®n de las administraciones con la articulaci¨®n de lo com¨²n. E implica, finalmente, fortalecer la dimensi¨®n de proximidad de los derechos sociales, con el municipalismo como motor de ciudadan¨ªa en marcos cooperativos de gobernanza multiescalar.
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