Disparar al escritor
No es ilegal despreciar a una autora justo despu¨¦s de nombrarla hija predilecta de su ciudad, pero quien hace algo as¨ª se comporta como un zafio, abusa de su posici¨®n y deshonra su cargo
Lo peor de la mezquindad es que se contagia y persiste. Una vez liberada, su pestilencia lo pringa todo. Un gesto mezquino siempre es irreversible: hasta las disculpas y las reparaciones se resienten y no hay forma de volver al punto de partida. Uno se imagina el acto de concesi¨®n de hija predilecta de Madrid a Almudena Grandes y lo intuye lleno de tristuras y bilis contenidas. ?Ser¨¢ capaz el alcalde Almeida de estrechar la mano del poeta viudo y aguantar su mirada mientras le entrega la distinci¨®n? ?Le dir¨¢ que pelillos a la mar, que la pol¨ªtica es as¨ª, que no se tome como algo personal lo que es una afrenta directa y brutalmente personal?
Mart¨ªnez-Almeida se atreve a chapotear en ese barro porque tiene muchos precedentes. La veda lleva tiempo abierta. En su mismo Ayuntamiento, hace unos meses, el grupo socialista hizo algo parecido con Andr¨¦s Trapiello: vot¨® a favor de concederle la medalla de la ciudad y luego dijo que no la merec¨ªa, por razones ideol¨®gicas an¨¢logas a las que esparce el alcalde con Almudena Grandes. El PSOE se disculp¨® y rectific¨®, pero la mezquindad se queda en el aire y no hay forma de quitarla.
Los pol¨ªticos viven en una bronca hiperb¨®lica continua en la que se han borrado todos los l¨ªmites institucionales. Tan intoxicados est¨¢n de sus propias miasmas, que han olvidado qui¨¦nes son y qu¨¦ representan, y confunden a la oposici¨®n con las voces de la sociedad. Creen que los escritores y los periodistas que les critican son enemigos leg¨ªtimos a quienes pueden escupir con la misma impunidad con la que escupen a la bancada de enfrente. Lo hacen todos, no hay partido que no tenga se?alados a tres o cuatro l¨ªderes de opini¨®n contra los que disparar a diario.
Por supuesto que la libertad de expresi¨®n les ampara para atacar las opiniones ajenas, pero esto es una cuesti¨®n de modales, y la democracia tambi¨¦n consiste en saber estar. No es ilegal despreciar a una autora justo despu¨¦s de nombrarla hija predilecta de su ciudad, como tampoco lo es eructar en una cena, rascarse los genitales en p¨²blico o carcajearse en un entierro, pero cuando un representante pol¨ªtico insulta a un escritor, no solo se comporta como un zafio, sino que abusa de su posici¨®n y deshonra su cargo, pues hostiga desde una atalaya de poder a un ciudadano indefenso. As¨ª se comportan los dictadores, los caciques y los tiranos banderas, no el alcalde de la capital de una de las democracias m¨¢s importantes del mundo.
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