La verdad de Boris Johnson
Vivimos en una cultura sentimentaloide y egoc¨¦ntrica donde los hechos importan cada d¨ªa menos. Lo raro es que no tengamos m¨¢s pol¨ªticos como el primer ministro brit¨¢nico
Antes se pilla a un mentiroso que a un corredor con shorts de colores y calcetines de ejecutivo, como Boris Johnson. El primer ministro brit¨¢nico est¨¢ en una situaci¨®n delicada por ocultar las fiestas que celebr¨® durante el confinamiento pand¨¦mico. Pero, como recalca la prensa, del The Independent al The Economist, sus electores no pueden sorprenderse. La posverdad ha formado parte troncal de la carrera, primero period¨ªstica y luego pol¨ªtica, de Johnson. Si votas a un pol¨ªtico y despu¨¦s miente, el problema es del pol¨ªtico. Si votas a un pol¨ªtico mentiroso, el problema es tuyo.
En parte, Johnson representa un salto civilizatorio. El gobernante conspirativo de hoy en d¨ªa se re¨²ne secretamente para celebrar eventos con sus amigos y no pactos militares con los enemigos del pa¨ªs, como suced¨ªa anta?o. Mejor correr con ropa hortera que presidir desfiles con traje militar. Pero el caso de Johnson nos habla tambi¨¦n de una preocupante tendencia: el ingente desarrollo de nuestro tiempo no viene acompa?ado de un avance cultural.
Como nos recuerda cada a?o Kiko Llaneras, el mundo mejora cient¨ªfica y tecnol¨®gicamente. Vivimos el doble que hace 100 a?os, construimos escuelas con impresoras 3D y conectamos inal¨¢mbricamente un cerebro humano con un ordenador. Pero, ling¨¹¨ªstica y culturalmente, estamos retrocediendo. Parece que la humanidad progresa en ciencias, pero empeora en letras.
Un estudio de la revista PNAS titulado ¡°Ascenso y ca¨ªda de la racionalidad en el lenguaje¡± ofrece una explicaci¨®n curiosa del auge de la posverdad en la actualidad. Sus autores analizan el contenido de millones de libros publicados en ingl¨¦s y espa?ol desde 1850 hasta 2019. Y encuentran un patr¨®n intrigante, tanto en ensayo como en ficci¨®n. Las palabras asociadas con el procesamiento racional de la realidad (como ¡°determinar¡± o ¡°conclusi¨®n¡±) se fueron usando m¨¢s de 1850 hasta 1980. A su vez, decrecieron los t¨¦rminos ligados a la experiencia emocional (como ¡°sentir¡± o ¡°creer¡±). Pero, desde entonces, esta evoluci¨®n se ha revertido: ahora escribimos m¨¢s palabras sentimentales y menos racionales. Y preferimos el ¡°yo¡± y al ¡°nosotros¡±, indicando un lenguaje, y por ende una forma de ver el mundo, m¨¢s individualista.
Vivimos en una cultura sentimentaloide y egoc¨¦ntrica donde los hechos importan cada d¨ªa menos. Lo raro es que no tengamos m¨¢s pol¨ªticos como Boris. @VictorLapuente
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