?Putin o Shostak¨®vich?
La oscurantista frivolidad y la hipocres¨ªa biempensante de los ¡°correctos¡± de Occidente pueden muy bien salirse con la suya si no le salimos de una vez al paso
El bombardeo inmisericorde de un hospital infantil es m¨¢s desolador que la cancelaci¨®n de un abono para un ciclo de conciertos. De eso no me cabe la menor duda.
Sin embargo, en medio de la incertidumbre que causan las amenazas de apocalipsis nuclear proferidas por gente con potestad de apretar el proverbial bot¨®n, rebota sin cesar en mi ¨¢nimo, desde hace semanas, el disgusto por la animosidad hacia Rusia, sus artistas de hoy y sus glorias literarias de siempre que, indiscriminadamente, vienen mostrando universidades, centros culturales y salas de conciertos de Occidente. M¨¢s que disgusto, me doy cuenta al escribirlo, lo que siento es algo parecido al miedo. Los despachos de prensa me hacen pensar que no estoy solo en esto.
Por ahora es un temor poco diseminado, difuso y af¨ªn, me parece, al que en los a?os 50 y 60 causaba la idea del exterminio at¨®mico mutuamente asegurado por los dos bloques que entonces tironeaban del g¨¦nero humano. Es decir, algo m¨¢s bien de sobremesa, algo de lo que la gente sensata hablaba sin sentirse afectada directamente, algo que probablemente no ocurrir¨ªa jam¨¢s.
Ya los j¨®venes europeos y japoneses no hacen plantones, como otrora, ante las bases europeas de la OTAN sembradas de ojivas. Mi impresi¨®n, seguramente equivocada, es que solo aquellos gre?udos protohippies y algunas casas productoras de Hollywood parecieron tomarse el asunto en serio. Hollywood sac¨® todo el provecho posible a la amenaza hasta que una genial s¨¢tira de Stanley Kubrick pareci¨® agotar el tema.
Es sabido que un primordial efecto de la proliferaci¨®n de armamento nuclear fue la familiaridad con la idea del acab¨®se planetario, la inevitable desaprensi¨®n medi¨¢tica ante una amenaza que no acaba de concretarse. De all¨ª, tambi¨¦n, el desparpajo que, desde hace tanto tiempo, imbuye a los l¨ªderes del ya bastante nutrido club de la bomba. La parla progre llama naturalizaci¨®n a ese tipo de acostumbramiento.
Pues bien, causa alarma la naturalidad y la rapidez con las que en el paquete de justificadas sanciones occidentales contra Putin se han colado, en varios pa¨ªses a la vez, la suspensi¨®n de un seminario acad¨¦mico sobre Fi¨®dor Dostoievski, el aplazamiento por tiempo indefinido de un ciclo sobre el cine de Andr¨¦i Tarkovsky o, sin m¨¢s, la cancelaci¨®n de un recital de piano.
Los episodios m¨¢s notorios han sido la rescisi¨®n de contratos contra el director Valery Gergiev y la soprano Anna Netrebko por parte de la Orquesta Filarm¨®nica de M¨²nich y el Metropolitan de Nueva York, respectivamente. Ambos son conocidos amigos de Putin, contumaces vocales de su apoyo al s¨¢trapa que ensangrienta Ucrania. A ambos se les pidi¨® que condenasen la invasi¨®n para poder seguir adelante con lo programado y paladinamente rehusaron hacerlo.
Se dir¨¢ que se lo han buscado; ces¡¯t la guerre, habr¨¢n dicho ellos en su fuero ¨ªntimo. Sin embargo, ?qu¨¦ justificaci¨®n puede darse para retirar de un programa de la Orquesta Filarm¨®nica de Cardiff, en Gales, la Overtura 1812 de Chaikovski?
¡°Por hallarlo inapropiado en los actuales momentos¡±, explic¨® la directiva. En Italia, tambi¨¦n por considerarlo una provocaci¨®n contraproducente en los actuales momentos, han cancelado un seminario acad¨¦mico sobre la obra del cineasta ruso Andr¨¦i Tarkovsky quien sencillamente no habr¨ªa podido ser un oligarca del gang Putin porque muri¨® en 1986. Dos concursos internacionales de piano, uno en Dubl¨ªn y otro en Calgari, Canada, reh¨²san aceptar participantes rusos.
Entristece particularmente el caso del joven pianista Alexander Maloeef. Este destacado concertista de apenas 20 a?os ten¨ªa previstas tres fechas con la Sinf¨®nica de Vancouver para interpretar el Concierto No. 3 en Do mayor de Sergu¨¦i Proc¨®fiev. La orquesta de Montreal, y la Sociedad de Recitales de Vancuver han cancelado sus contratos, sin m¨¢s, sin perspectiva alguna en lo venidero, como si de un oligarca putinista, de un Rom¨¢n Abram¨®vich, se tratase.
¡°La mayor¨ªa de las personas con las que me he comunicado personalmente estos d¨ªas se gu¨ªan por un solo sentimiento: el miedo¡±, expres¨® Maloeef en un tuit.
¡°Me contactan periodistas¡ªcontin¨²a¡ª: quieren que haga declaraciones. Me incomoda esto, sin duda, porque puede afectar a mi familia en Rusia. Hay conclusiones obvias: ning¨²n problema puede ser resuelto por la guerra, no se puede juzgar a las personas por su nacionalidad. Entiendo que mis problemas son muy insignificantes comparados con los de la gente en Ucrania, incluyendo a mis parientes que viven all¨ª. Lo m¨¢s importante ahora es detener la sangre¡±.
?Acabar¨¢n, con el pretexto de un monstruo desalmado como Putin, desterrando del canon a Dmitri Shostak¨®vich y Anna Ajm¨¢tova? La oscurantista frivolidad y la hipocres¨ªa biempensante de los ¡°correctos¡± de Occidente pueden muy bien salirse con la suya si, al mismo tiempo que se combate a Putin, no le salimos de una vez al paso.
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