Hacer Rusia grande otra vez
La agresiva pol¨ªtica exterior del Kremlin es la expresi¨®n sublimada del instinto m¨¢s primario: el miedo. El miedo de sus dirigentes a gobernar un pa¨ªs sin misiones hist¨®ricas que cumplir, abocado a respetar el derecho internacional y a renunciar a sus sue?os de gloria
En 1997, el soci¨®logo ruso Alexander Dugin, uno de los referentes intelectuales de la ultraderecha en todo el mundo, public¨® Los fundamentos de la geopol¨ªtica. Releerlo hoy resulta extraordinariamente iluminador, a la vez que produce escalofr¨ªos. El texto es de sobra conocido. Lo han estudiado sucesivas promociones de estrategas pol¨ªticos y militares rusos. A ra¨ªz de su ¨¦xito, Dugin fue invitado a desarrollar sus ideas en distintas comisiones de la Duma, a preparar informes para varias instituciones del Estado y a impartir docencia en la Escuela Superior del Ej¨¦rcito.
El libro incluye una larga lista de tareas que debe acometer la dirigencia rusa para recuperar la grandeza de Rusia frente al mundo trasatl¨¢ntico. Entre ellas, las intervenciones militares y anexiones juegan un papel, pero ni mucho menos el m¨¢s importante. El libro aboga por una agenda de operaciones de intoxicaci¨®n, subversi¨®n y desestabilizaci¨®n de otros pa¨ªses, as¨ª como el establecimiento de alianzas estrat¨¦gicas, un estudiado programa de iniciativas orquestadas por un poderoso aparato de servicios especiales. Estas operaciones deben apoyarse en la utilizaci¨®n geoestrat¨¦gica del gas, el petr¨®leo y otros recursos naturales para acosar y presionar a otros pa¨ªses.
A resultas de estas iniciativas, Alemania y Francia se apartar¨ªan de la alianza trasatl¨¢ntica, el Reino Unido (presentado como sat¨¦lite de Estados Unidos) se divorciar¨ªa del resto de Europa, Abjasia y Osetia ser¨ªan arrebatadas a Georgia, Lituania y Letonia gozar¨ªan de un estatus especial en la comunidad euroasi¨¢tica (bajo liderazgo ruso). La mayor parte de los Balcanes (Rumania, Macedonia del Norte, Serbia y Grecia) tambi¨¦n se incorporar¨ªan a la ¨®rbita euroasi¨¢tica. Ucrania ser¨ªa anexionada para impermeabilizar el C¨¢ucaso de influencias occidentales. Tambi¨¦n Finlandia correr¨ªa esa suerte.
Respecto a Estados Unidos, Dugin aboga (repito, en 1997) por alimentar la conflictividad social y racial dentro del pa¨ªs, desestabilizando su pol¨ªtica interna. Simult¨¢neamente aconseja apoyar fuerzas y tendencias aislacionistas en la pol¨ªtica exterior norteamericana.
Dif¨ªcil ser m¨¢s m¨¢s prof¨¦tico si el texto no est¨¢ sirviendo como hoja de ruta. Dugin pertenece a una estirpe de soci¨®logos, economistas, ge¨®grafos y fil¨®sofos pos-sovieticos que han generado discursos que apuntalan el proyecto (o los proyectos) para ¡°hacer Rusia grande otra vez¡±. Agrupados en torno a distintos think tanks (entre los que destaca por encima de los dem¨¢s el Club Irzboskii), han contado con recursos p¨²blicos y medios de proyecci¨®n para divulgar sus argumentos.
La profesora Marlene Laruelle, una de las grandes estudiosas del auge del nacionalismo ruso contempor¨¢neo, distingue tres narrativas: una roja, una blanca y una parda.
La roja enfatiza la memoria de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, la condici¨®n de potencia mundial, la oposici¨®n al capitalismo y el consumismo occidental. En este marco, la expansi¨®n territorial rusa es vista como un proyecto econ¨®mico y social que reasiente su hegemon¨ªa sobre s¨®lidos fundamentos en la comunidad de pa¨ªses exsovi¨¦ticos.
La blanca invoca principios religiosos ortodoxos y la nostalgia de un pasado zarista que proyect¨® valores tradicionales sobre vastos territorios. En el mundo contempor¨¢neo, el debilitamiento de Rusia ha tra¨ªdo consigo ¡ªtanto en Rusia como en territorios que otrora pertenecieran al imperio zarista¡ª el afianzamiento de culturas antag¨®nicas a esos valores, que toleran pr¨¢cticas inaceptables (el uso de lenguaje obsceno, el alcoholismo, las drogas), subvierten principios de organizaci¨®n sagrados (de respeto a los mayores, sumisi¨®n frente a la jerarqu¨ªas establecidas) y otorgan protecci¨®n y derechos a colectivos que deber¨ªan ser marginados (jud¨ªos, grupos LGTBI).
La parda pone en circulaci¨®n narrativas neofascistas, que afirman la necesidad de confrontar de manera violenta amenazas internas y externas. A nivel interno, se propone combatir orientaciones liberales y modernizadoras, que puedan apartar a Rusia de su destino civilizatorio. A nivel externo, se encomienda a Rusia la misi¨®n de liderar el mundo euroasi¨¢tico, un papel que debe reclamar confrontando militarmente con otros nacionalismos que pretenden neg¨¢rselo. Se considera especialmente importante defender a minor¨ªas rusas encapsuladas en otros Estados.
Aunque pueda resultar sorprendente, distintos intelectuales (entre los que destaca Dugin) han logrado sintetizar paquetes argumentales que fusionan elementos de las tres narrativas, adapt¨¢ndolos a distintas sensibilidades. Su influencia sobre los diferentes ecosistemas del Estado es considerable. La versi¨®n roja ha sido adoptada, cuando no financiada, por el complejo industrial-militar. La blanca es abanderada por dirigentes y l¨ªderes espirituales situados en el c¨ªrculo cercano a Putin. La parda fundamenta los discursos de la oposici¨®n que encarna Zhirinovski, pero tambi¨¦n ha logrado colocar elementos narrativos en nichos medi¨¢ticos, ganar respetabilidad en ciertos c¨ªrculos acad¨¦micos e incluso infiltrar ideas (especialmente la doctrina sobre Eurasia) en los aleda?os de la presidencia en distintos momentos.
El putinismo ha recogido estos planteamientos de manera variable y flexible, interpretando distintas melod¨ªas en diferentes etapas, a conveniencia del director de orquesta. Desde 2012, tras un ciclo de fuertes protestas contra el r¨¦gimen, Putin ha imprimido a su pol¨ªtica un giro ¡°conservador¡±, que se materializa en distintas leyes para restaurar valores conservadores, una mayor represi¨®n de la disidencia y una pol¨ªtica exterior m¨¢s agresiva.
En el contexto que ha tra¨ªdo a la invasi¨®n de Ucrania, diversos analistas e int¨¦rpretes pol¨ªticos han pretendido reprochar a Occidente (y particularmente a la OTAN) extender sus ¨¢reas de influencia a pa¨ªses lim¨ªtrofes a Rusia, convirti¨¦ndose en una amenaza existencial para una gran potencia. Ante ese avance, Putin no habr¨ªa tenido m¨¢s remedio que reaccionar. Desde este planteamiento, una respuesta sensata al desaf¨ªo de Putin le habr¨ªa concedido la finlandizaci¨®n de Ucrania para apaciguar inseguridades leg¨ªtimas de Rusia. Una Ucrania neutral, sostienen, habr¨ªa evitado la guerra.
Esta interpretaci¨®n parece poco probable a la luz del afianzamiento de los discursos agresivos del putinismo y las orientaciones de su pol¨ªtica exterior. Llueve sobre mojado. El r¨¦gimen lleva a?os embarcado en un proyecto para devolver a Rusia su grandeza: apoyando al territorio rebelde de Transnitria, ocupando territorio de Georgia, implic¨¢ndose en Siria a favor de El Asad, anexion¨¢ndose Crimea, apoyando a los insurgente en el Donb¨¢s, mandando mercenarios a Libia y el Sahel, alentando la guerra cibern¨¦tica, interfiriendo en las elecciones norteamericanas, coqueteando con el irredentismo independentista en Catalu?a, cultivando v¨ªnculos con buena parte de las derechas radicales en Europa¡
A Putin no le preocupa la seguridad de Rusia, sino la de ¨¦l y su r¨¦gimen. Se siente amenazado por su decreciente popularidad, por el triunfo en los ¨²ltimos a?os de opciones inequ¨ªvocamente prooccidentales en su vecindario (en Ucrania o en Moldavia), por la desestabilizaci¨®n de Bielorrusia a ra¨ªz de las movilizaciones contra Lukashenko. Amenazado por la figura de Navalni y el apoyo que ha recibido desde distintos pa¨ªses europeos, por ONG financiadas desde el extranjero, mira con desd¨¦n impostado, que trasluce mucha inquietud, a sus vecinos b¨¢lticos, cuya vitalidad democr¨¢tica, pujanza econ¨®mica y bienestar dibujan a las puertas de Rusia una propuesta de modernizaci¨®n que puede seducir a muchos ciudadanos desencantados por a?os de fr¨¢gil crecimiento econ¨®mico, corrupci¨®n rampante y desigualdad.
La agresiva pol¨ªtica exterior rusa, esa que ambiciona hacer grande a Rusia otra vez, es la expresi¨®n sublimada del m¨¢s primario de los instintos: el miedo. El miedo de sus dirigentes a gobernar un pa¨ªs como cualquier otro, sin misiones hist¨®ricas que cumplir, obligados a atender demandas de democracia y bienestar de su ciudadan¨ªa (bajo riesgo de que, de no hacerlo, puedan perder las elecciones); un pa¨ªs condenado a entenderse con otros, abocado a respetar el derecho internacional y a renunciar a sus sue?os de grandeza.
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