El frente cultural de batalla
El creciente bloqueo contra creadores rusos puede fortalecer los planteamientos de Putin sobre un supuesto enfrentamiento irreconciliable entre Europa y su pa¨ªs. Combatir su pol¨ªtica no puede implicar hacerlo tambi¨¦n contra todo lo que representa Rusia
La invasi¨®n de Ucrania y sus consecuencias, el argumentario de Vlad¨ªmir Putin, los planteamientos de Volod¨ªmir Zelenski y las reflexiones de numerosos intelectuales europeos han vuelto a situar a la Historia en el centro del debate. Las referencias se han dirigido fundamentalmente a los a?os de la Segunda Guerra Mundial. La lucha por la ¡°verdad hist¨®rica¡± sobre este conflicto ha sido y es un elemento central para construir los discursos que enfrentan hoy a ambos pa¨ªses. Las potenciales lecciones de la Gran Guerra, sin embargo, han sido escasamente tenidas en cuenta. Valdr¨ªa la pena volver a ella para plantearnos una cuesti¨®n, la defensa de una cultura europea compartida, sobre la cual se articul¨® un discurso basado en el respeto de los valores de la paz despu¨¦s de 1918. A pesar de que puede parecer banal recordar esto mientras las bombas caen sobre las principales ciudades ucranias, se trata de una cuesti¨®n fundamental si de verdad nos proponemos construir un futuro com¨²n en nuestro continente.
En los primeros d¨ªas de agosto de 1914, los nacionalismos ejercieron una fascinaci¨®n que, combinada con un vitalismo heterog¨¦neo, propici¨® la aparici¨®n de una mezcla de valores que acab¨® por configurar un enfrentamiento entre unas ¡°culturas de guerra¡± irreconciliables. La fuerza de estos nacionalismos fue tal que uno de los intelectuales-s¨ªmbolo del pacifismo de entreguerras, Stefan Zweig, sucumbi¨® ante ella y, dirigi¨¦ndose a sus colegas franceses y belgas, escribi¨® pocos d¨ªas despu¨¦s del estallido del conflicto: ¡°Ya no somos los mismos de antes de esta guerra, y entre nuestros sentimientos se interpone el destino de nuestra patria¡±. Los a?os de la guerra de Thomas Mann, otro de los s¨ªmbolos de la oposici¨®n al nazismo, estuvieron dominados por una abierta e irreconciliable lucha contra la zivilisation francesa que qued¨® expresada en sus Consideraciones de un apol¨ªtico, publicado poco despu¨¦s del conflicto. La oposici¨®n entre culturas nacionales fue tal que en Francia las lecturas patri¨®ticas de Victor Hugo, P¨¦guy o Daudet florecieron en todos los teatros del pa¨ªs. Tambi¨¦n la m¨²sica alemana, en particular la de Wagner, lleg¨® a ser prohibida en los auditorios franceses. En este marco, la solitaria voz de Romain Rolland y sus reivindicaciones de una cultura europea com¨²n recibieron duras denuncias al ser consideradas antipatri¨®ticas. Su exilio voluntario en Ginebra le salv¨® de la prisi¨®n francesa y en los a?os de posguerra se acab¨® convirtiendo en el emblema del intelectual disidente, pacifista y europe¨ªsta que hoy parece repentinamente acorralado.
Desde el inicio de la ofensiva rusa sobre Ucrania se ha multiplicado la presi¨®n sobre los principales referentes culturales rusos. Algunos directores de orquesta, como Semion Bychkov y Vlad¨ªmir Jurowski, condenaron con rapidez la pol¨ªtica de Putin. Una de las voces m¨¢s destacadas ha sido la Elena Kovalskaya, directora del Teatro Meyerhold de Mosc¨², financiado por el Estado ruso, quien dej¨® su cargo en rechazo a la invasi¨®n de Ucrania. Tambi¨¦n fue significativa la posici¨®n del director del Teatro Bolsh¨®i, quien tras firmar en marzo de 2014 un texto de apoyo a la anexi¨®n de Crimea, ha pedido p¨²blicamente el fin de la guerra. Dichas posiciones, es importante recordarlo, implicaban un gran riesgo: el Departamento de Cultura de Mosc¨² hab¨ªa se?alado que cualquier comentario negativo a la guerra ser¨ªa considerado traici¨®n a la patria.
Desde una visi¨®n opuesta, destac¨® especialmente el caso de Valeri Gergiev. Cercano a Putin desde los primeros a?os noventa, miembro del Consejo para la Cultura y las Artes del Kremlin y director del Teatro Mariinski de San Petersburgo, apoy¨® la pol¨ªtica de Mosc¨² en el conflicto de Georgia de 2008 y la anexi¨®n de Crimea en 2014. Tambi¨¦n dirigi¨® el concierto patri¨®tico ¡ªcon el acuerdo del r¨¦gimen de Bachar el Asad¡ª que tuvo lugar en 2016 en la ciudad siria de Palmira. Tras dirigir la primera funci¨®n de la ¨®pera La dama de picas en La Scala de Mil¨¢n el 23 de febrero, cuando se confirm¨® la invasi¨®n rusa de Ucrania el director del teatro, Dominique Meyer, y el alcalde de Mil¨¢n, Giuseppe Sala, acordaron pedir a Gergiev ¡°un distanciamiento de la guerra¡±. En principio, La Scala s¨®lo exig¨ªa una declaraci¨®n similar a la de la soprano Anna Netrebko, otra artista muy cercana al presidente ruso que hab¨ªa manifestado su oposici¨®n a la guerra. La respuesta de Gergiev fue el silencio y no dirigi¨® ninguna funci¨®n m¨¢s de La dama de picas. El goteo de cancelaciones fue imparable. Primero fueron el Carnegie Hall de Nueva York y la Filarm¨®nica de Viena. Despu¨¦s vinieron los festivales de Lucerna (Suiza), Riga-Jurmala (Letonia), la Filarm¨®nica de Par¨ªs y la de R¨®terdam; tras ellas las ¨®peras de M¨²nich y Z¨²rich. A pesar de ser uno de los mejores directores de orquesta del mundo, era inaceptable que apoyara al r¨¦gimen de Putin. Otro caso similar es el del pianista Denis Matsuev, quien tambi¨¦n hab¨ªa sido condecorado por Putin y hab¨ªa apoyado la anexi¨®n de Crimea y fue vetado por el Carnegie Hall por su falta de condena a la pol¨ªtica rusa. Las cancelaciones han llegado a Espa?a: el Palau de la M¨²sica prescindi¨® de su actuaci¨®n prevista para el 5 de marzo.
Parec¨ªa que estas decisiones ten¨ªan como objetivo se?alar a los m¨²sicos rusos que se hab¨ªan significado a favor de las pol¨ªticas de Putin. Sin embargo, estas cancelaciones se desarrollaron en paralelo a otras decisiones m¨¢s inquietantes. El 25 de febrero, la Orquesta Filarm¨®nica de Zagreb eliminaba de su repertorio dos piezas de Chaikovski en solidaridad con el pueblo ucranio. Por las mismas razones, la Universidad de Dubl¨ªn cancelaba una funci¨®n de El lago de los cisnes que deb¨ªa realizar el Royal Moscow Ballet. Tambi¨¦n el Ballet Estatal Ruso de Siberia anulaba una serie de tres funciones en el Teatro Royal & Derngate Theatre de Northampton. Casi al mismo tiempo, la Royal Opera House cancelaba una residencia del Ballet Bolsh¨®i de Mosc¨² programada para el verano y el Teatro Real de Madrid suspend¨ªa sus actuaciones previstas.
Al mundo de la m¨²sica no han cesado de sumarse otras expresiones culturales. En este marco, la Filmoteca de Andaluc¨ªa lleg¨® a retirar de la programaci¨®n Solaris, de Andrei Tarkovski. ¡°La cultura es el tercer frente de la guerra¡±, sostuvo hace algunos d¨ªas Nadine Dorries, secretaria de Estado de Cultura del Reino Unido. La misma expresi¨®n, ¡°tercer frente¡±, utiliz¨® Christophe Prochasson hace algunos a?os para referirse a los intelectuales franceses ¡ªde Apollinaire a Durkheim¡ª que hab¨ªan combatido desde las trincheras de las letras en la Primera Guerra Mundial. No parece ser casualidad.
Como ha mostrado Gis¨¨le Sapiro en su ¨²ltimo libro, los debates sobre la posici¨®n del artista frente al mundo de la pol¨ªtica, sobre la pertinencia de separar al autor de su obra, tienen una larga trayectoria. Sin embargo, este es el problema central. El creciente bloqueo contra la cultura rusa puede fortalecer los planteamientos de Putin sobre un supuesto enfrentamiento irreconciliable entre Europa y Rusia. Combatir la pol¨ªtica liderada por el aut¨®crata nacido en San Petersburgo no puede implicar hacerlo tambi¨¦n contra todo lo que representa Rusia. Como ha mostrado Orlando Figes en Los europeos, su cultura centenaria es parte de nuestro propio patrimonio com¨²n como europeos. Sin ella ser¨¢ imposible alcanzar un futuro compartido. A pesar de todo, de eso se trata.
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